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Octubre

Octubre

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La ciudad se presta a crear lenguaje. Oí ya muchas veces en la placita arbolada con plátanos de sombra lo siguiente: esta noche dormí con el aire y con el ventilador. Oí: llevo todo el tiempo durmiendo con el aire. Nos seguimos ayudando de las palabras puras. Aire ¿Y cómo era ese aire? Me besaba todo el cuerpo, pero me obligaba a tener la ventana cerrada. ¿Y de donde llegaba ese aire? Del frío de los antepasados.

Había contemplado las tormentas de finales de septiembre desde la puerta de la casa, sentado en una silla, o de pie. Tormentas a media tarde. Todas siendo iguales son diferentes, como una misma enfermedad en los cuerpos en los que ha entrado. En cada uno se comporta diferente. Él no tenía miedo a las tormentas, las veía desde la puerta, sentado en una silla. No lo hacía desde la ventana, donde a los ojos de los otros habría sido visto como un esteta aquejado de ciertos miedos.

Imaginé que ya solo hablaban nuestras sombras, y bajo el mediodía asolado, con la boca de la propia sed, la sed misma, nuestras sombras hablaban por nosotros, por todos nosotros, y no oía nada, pero sé que hablaban, y al hablar por nosotros, empezábamos a notar el peso ligero del cielo. Estas sombras se alejaban unos metros, dejando entre nosotros y los otros un espacio prudente, y cuanto más se alejaban más decían por nosotros, dejándonos en paz el mundo. 

¿Porqué no comenzar el curso por lo más difícil y todavía intransitado? Por ejemplo, con la Tonalidad del pensamiento de Byung-Chul Han. Sus dos alas. Insiste en utilizar el alemán para hablar de las dos alas. Zwei Flügel, ascender para caer casi al momento en la Tumba del sublime nadador de Claude Lanzmann. Yo quería ser ese nadador invisible, un nadador con dos alas. Qué era octubre para ti sino el tiempo de los libros sublimes, los libros con los que nos educaríamos, incluso ya ancianos, viejos. Me gusta la palabra viejo, sobre todo cuando hay que añadírselo a las otras cosas. Viejo árbol, vieja guitarra, vieja casa, vieja madera, viejo amor. La palabra viejo le niega a la muerte toda posibilidad. Viejo es lo que no muere. Viejo es sinónimo de eterno. Lo viejo está fuera del tiempo. Así podría haber sido en algún momento, y entonces, algo que estaría por llegar, aún por llegar. El lápiz irradiaba hoy una maravillosa calma. 

Dice Byung que en el texto también debe aparecer una voz interior que no signifique nada, pero que roce o punce. Los textos que carecen de esa voz interior para él están muertos. Nos íbamos alejando cada vez más de la transcendencia, se apaga la voz interior, qué como en algunos textos, nos roza y punza. Nos alejábamos montados en algo, llevados por algo que alcanzaba una gran velocidad.

Ahora me cuesta más escribir estos artículos, esa gran velocidad pasa por delante de mis ojos y a veces me atraviesa. Hay algo que pesa en la mano. El mundo, mi propio mundo, lo leve está aplastado, escondido. Para llegar a ello, a lo leve, se necesita de ingentes cantidades de energía. ¿Merece la pena arrancarle a la gravedad la parte de levedad que nos corresponde? Seguía mirando al saltador de la tumba del sublime nadador de Claude Lanzmann. Se podía llegar a la levedad directamente, sin grandes rodeos. Es como cuando entras por primera vez en la casa de alguien que te ha invitado a visitarle sin apenas conocerlo. Hay una primera impresión en la que sientes que no podrías vivir en esa casa, lo extrañas todo, el olor, los objetos, hasta te extrañas a ti mismo. Dentro de la casa quedas inmóvil como un animal atrapado. Demasiada gravedad, pero es en ese mismo momento en el que comienzas a liberarte. Nace ahí, justo ahí, el lenguaje de la hospitalidad. 

Se podía llegar a la levedad directamente, sin grandes rodeos. Es como cuando entras por primera vez en la casa de alguien que te ha invitado a visitarle sin apenas conocerlo

A pesar de todo sentía esa calma que va de la mano a los ojos, de los ojos al territorio, y que el espacio te devuelve. Una calma que está dentro y fuera de ti. Escribir es silencio, la escritura, y sobre todo a lápiz, es tejer ese silencio. Tarde o temprano se romperá. La calma no puede durar, no se la conquista ni se la domina. Hay demasiada calma hoy, se romperá de repente. Tú mismo deberás romperla para que en otra ocasión vuelva.

Me propuse ahora volver a escribir cartas a mano, el lápiz seguía irradiando una maravillosa calma, la calma que todo texto de Byung respira. Cartas a lápiz. Tendría que comenzar con los que están más lejos, y más se extrañarían al abrirlas. El lápiz roza el mundo, tiene el sonido seco del aire en la mano, punza las palabras. También se transmite la respiración. Las palabras nacen de la respiración, por eso están unidas a la desesperación y a la alegría de la vida. Tus palabras y su respiración son un mismo acto. Cartas a lápiz, siempre queda la posibilidad de que el otro las borre. Ahora él y ella van a respirar con tus palabras.

La alegría de la escritura se transforma en iluminación, como la energía, que a través de cables y conductores acaba encendiendo la bombilla. No hay un fin en sí mismo, la iluminación debe servir a otro fin, el canal de agua, el conducto de aire, ídem y así. Pero la mayor felicidad es sentir esa inútil y estéril alegría que se quema en sí misma. Solo así el mundo te muestra su gran sentido. Una historia contiene otra historia. Malagueña y exquisita victoria desde 1928 , arqueología del lenguaje. Pero yo de niño ya hablaba igual, me callaba lo importante y miraba excesivamente lejos.

Un viejo amigo en una carta que me llegó hace unos días decía: llegar al sur, a un sur indeterminado, quizás a tu sur añorado, o al sur de los otros, extraño por lo luminoso y vacío, se ilumina la boca de sed y dureza, las últimas palabras limpian el aire. Tu sur escorado, donde el límite lo ha puesto el mar y el cansancio. Es venir a morir, y la espera es aún larga, un todavía ciego y absurdo, moratoria, demora un día de lluvia tibia después del bochorno y la fiebre. El aire borra las nubes, las desteje, las rasga, y con esas gasas se cubren los ojos para dormir. Tu sur quieto. El último lugar, de un silencio mayor, el de la palabra que estalla al llenarse de sí misma. Su carta, por inútil al mundo, guardaba dentro eso que Byung llama: Esa voz interior que no signifique nada, pero que roza y punza la realidad.

Los ojos miran tanto hacia dentro como hacia afuera, en la contemplación de la lejanía sientes placer, absortos a la vez que absorben lo lejano. Eso es una forma de esperanza. Vemos para adentrarnos e interiorizar el mundo. En estos días hice una excursión con un amigo, una lenta y torpe excursión al Cerro de las Cruces, en la Sierra de San Vicente. Digo excursión, no caminata ni senderismo.

Nos deteníamos a cada momento y parecía que no avanzábamos. No queríamos llegar tan pronto. Ligeros y lentos pasos entre los robles y el pinar. Queríamos solo mirar, perdernos, estar allí para siempre “al ritmo de octubre”, decía él. No había que llegar al lugar siquiera, ni acelerar ni forzar la respiración en el momento en el que el camino se empina, y así “al ritmo de octubre” íbamos despacio con ligereza. Una excursión por otro lado caótica. Un senderista a su ritmo lo habría hecho en apenas quince minutos. Se han automatizado, llevan calzado y bastones nórdicos para impulsarse en vez de ir descalzos. La verdad necesita de cierto sufrimiento. Las plantas de los pies sufren y la boca lo dice. Lo imposible está cada vez más cerca de ser. En apenas unos años veremos a personas descalzas ir por el monte. Una manera radical de ir, de caminar por los campos. “Al ritmo de octubre” ya allí, en el teso del cerro, un campo lunar con granitos que afloran, un pedregal lleno de antenas de comunicación y una torre de vigilancia forestal.  Una mirada enferma se cura en lugares como ese. Absorta absorbe y se deja calar. Allí se curan los ojos a la espera de una gran alegría.

Byung en la 'Tonalidad del pensamiento' el pequeño libro que recoge las conferencias que dio el año pasado en las universidades de Oporto y Lisboa nos habla de esto. Al final de una de estas conferencias, nos acerca al sentido de la esperanza en estos tiempos. Partiendo del etimólogo Friedrich Kluge, nos da el sentido verdadero de la palabra alemana Hoffnung, esperanza. Byung mantiene que la esperanza, este Hoffnung significa, más allá de la esperanza misma, ver a lo lejos en el futuro. Es la mejor definición de esperanza. “Ver a lo lejos”. “Ver en el futuro porque abre la mirada hacia lo venidero, hacia lo posible”.

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