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El agua dulce es cada vez un elemento más preciado. Cada vez más escaso, se convierte en un índice de la calidad medioambiental de nuestro entorno. Siempre tenido como un don de la naturaleza, se ha convertido en un bien de consumo, de inversión y de rentabilidad. Los países y las regiones lo introducen en sus agendas políticas como un elemento geoestratégico. Y, nosotros, en nuestra región, también lo vemos como un patrimonio cultural de extraordinario valor en sus dos facetas, la medioambiental o la cultural, por carácter de bien del patrimonio inmaterial.
La región tiene en los ecosistemas lagunares de la Mancha un elemento de extraordinario valor ambiental y antropológico. Las lagunas de Ruidera están declaradas como Espacio Natural protegido y Las Tablas de Daimiel tienen la máxima de protección: Parque Nacional. Todas ellas en grave peligro de desaparición por la explotación excesiva de los acuíferos subterráneos que, hasta hace pocos años, permitían su correcto desenvolvimiento. Todo ello tolerado, permitido y, a veces, estimulado por la administración que teóricamente es la encargada de protegerlos.
Toledo y Cuenca no podrían entenderse sin el Tajo o las Hoces del Júcar y Huécar, muchos de los inmuebles históricos por sus pozos y aljibes, por no hablar de los parques y jardines históricos de nuestra región. No se ve ya, prácticamente, ninguna noria funcionando, ni se han conservado los qanat árabes que surtían fuentes y acequias en muchas localidades de nuestra región.
Y no se cumple la ley ni las directivas europeas sobre la depuración de las aguas o los caudales ecológicos de nuestros ríos. La cátedra del Tajo ha mostrado evidencias científicas del nivel de destrucción de los ecosistemas fluviales, la falta de caudales ecológicos y la composición del líquido que discurre por su cauce. Por su parte, la Plataforma en defensa del Río Tajo ha denunciado desde Aranjuez, en Toledo o en Talavera de la Reina -en Toledo lo sigue haciendo, persistente cada 19 de mes- los continuos incumplimientos sobre la calidad y la cantidad de agua de nuestro gran río.
Y los políticos juegan al debate continuo y estéril sobre la necesidad de un Plan Hidrológico Nacional que contemple intereses de unos y otros. Estamos viendo cómo los organismos internacionales llaman la atención sobre la destrucción de Doñana, cuya gestión se transfirió a la Junta de Andalucía pese a ser un Parque Nacional. Otro tanto pasa con las Tablas de Daimiel cuya supervivencia se vincula al trasvase de agua, más agua, del Tajo a la llanura manchega. Ni el agua dulce va a suplir las aguas filtradas por la naturaleza a través de los sedimentos manchegos, ni el sistema de afloramiento de acuíferos, exhausto y agotado, soportará más que un breve momento, el relleno artificial que supone dicho aporte. Una solución provisional que no engañará a los científicos ni, por su puesto, a la sabia naturaleza. Entre tanto, los vertidos y filtraciones de purines y aguas no depuradas contaminan gravemente los acuíferos de por sí ya sobreexplotados haciendo inviables no ya el consumo humano, sino incluso el animal o el regadío.
Otro tanto pasa con el Tajo. Ni Madrid depura correctamente las aguas, ni siquiera Toledo lo hace -con decenas de vertidos irregulares al río. Tampoco la escorrentía natural del río, por culpa de la regulación de cabecera, azudes, pantanos o las excesivas extracciones de agua que se realizan a lo largo de su cauce.
Lo triste es que el tiempo juega en contra de una solución factible a los problemas planteados, agravados por la persistente sequía que el cambio climático ya nos está mostrando y, mientras tanto, nuestros ríos, lagunas, pozos y fuentes se secan o sus aguas contaminadas discurren ajenas a la vida de los pueblos y de nuestros sueños, que anhelan gozar de una naturaleza que nos siga aportando vida, recreo y deleite.
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El agua dulce es cada vez un elemento más preciado. Cada vez más escaso, se convierte en un índice de la calidad medioambiental de nuestro entorno. Siempre tenido como un don de la naturaleza, se ha convertido en un bien de consumo, de inversión y de rentabilidad. Los países y las regiones lo introducen en sus agendas políticas como un elemento geoestratégico. Y, nosotros, en nuestra región, también lo vemos como un patrimonio cultural de extraordinario valor en sus dos facetas, la medioambiental o la cultural, por carácter de bien del patrimonio inmaterial.
La región tiene en los ecosistemas lagunares de la Mancha un elemento de extraordinario valor ambiental y antropológico. Las lagunas de Ruidera están declaradas como Espacio Natural protegido y Las Tablas de Daimiel tienen la máxima de protección: Parque Nacional. Todas ellas en grave peligro de desaparición por la explotación excesiva de los acuíferos subterráneos que, hasta hace pocos años, permitían su correcto desenvolvimiento. Todo ello tolerado, permitido y, a veces, estimulado por la administración que teóricamente es la encargada de protegerlos.