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Esta columna la teníamos preparada para el Día Internacional del Turismo, que se celebra cada 27 de septiembre, pero, cuestiones más urgentes lo dejaron en el cajón de espera. La derrota que sigue el flujo turístico en su impacto sobre el patrimonio bien merece una reflexión, más cuando en alguno de los museos de nuestra región se coloca el cartel de “sin aforo” o en el sector hostelería reconocen que están al borde de la saturación.
Los objetivos de la ONU para esa conmemoración se centran en la educación para aprender a través del viaje y la estancia en lugares ajenos y la aptitud de observar y disfrutar de esos desplazamientos. Educación para saber ofrecer a los visitantes una experiencia de calidad, tanto en el hospedaje como en la disponibilidad de los recursos naturales y patrimoniales.
Para el planeta, haciendo que las infraestructuras sean sostenibles y que el impacto ecológico sea el menor posible. De qué nos sirve edificar hoteles destruyendo los paisajes culturales, desplazar a la población de sus barrios para llenarlos de apartamentos turísticos. O atraer turismo sin preparar la capacidad de acogida, los flujos y la accesibilidad a los lugares a visitar.
La masificación, por otra parte, no es buena ni para los espacios culturales ni para los propios monumentos o conjuntos monumentales, bienes muebles y, sobre todo, el patrimonio inmaterial que puede desnaturalizar y perder sus valores intrínsecos.
El flujo de información al viajero debe ser eficaz y lo más completa posible para que su estancia sea más placentera y rentabilice bien el tiempo para que el disfrute sea provechoso, con tempo lento. La tecnología de la información debe estar al servicio del visitante, no primar los intereses crematísticos de las empresas turísticas.
Hay un efecto no querido, que será más cercano que tardío, que presupone una saturación de los espacios turísticos, una depreciación de los servicios y de la calidad y bienestar del viajero. Venecia, Dubrovnik, el centro de ciertas ciudades capitalinas nos alertan del colapso que puede acarrear los efectos de la globalización y el aumento del turismo a nivel planetario.
Toledo no puede ser ajeno a este proceso, es una de las ciudades patrimonio de la humanidad más atractivas -por el número de monumentos, por la singularidad de su pasado histórico, por su paisaje cultural, por su cercanía a Madrid- que puede alcanzar los efectos más perversos de ese fenómeno habida cuenta de su pequeña superficie y la falta de infraestructura para soportar un número demasiado elevado de visitantes.
Hagamos un Plan Estratégico que conjugue los intereses turísticos con la calidad de vida de los propios vecinos y, sobre todo, con la conservación de nuestro patrimonio cultural. Se ha repetido desde hace tiempo: no matemos a la gallina de los huevos de oro.
Esta columna la teníamos preparada para el Día Internacional del Turismo, que se celebra cada 27 de septiembre, pero, cuestiones más urgentes lo dejaron en el cajón de espera. La derrota que sigue el flujo turístico en su impacto sobre el patrimonio bien merece una reflexión, más cuando en alguno de los museos de nuestra región se coloca el cartel de “sin aforo” o en el sector hostelería reconocen que están al borde de la saturación.
Los objetivos de la ONU para esa conmemoración se centran en la educación para aprender a través del viaje y la estancia en lugares ajenos y la aptitud de observar y disfrutar de esos desplazamientos. Educación para saber ofrecer a los visitantes una experiencia de calidad, tanto en el hospedaje como en la disponibilidad de los recursos naturales y patrimoniales.