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Siempre me sorprende la muy bella y espectacular imagen de la ciudad Sigüenza, asentada en altas y sosegadas tierras, al ser contemplada, de lejos, desde cualquiera de los caminos y sendas que a ella conducen. Un antiguo caserío tendido sobre la falda de una colina que mira al norte, coronado por la pétrea mole del castillo, enérgico y palaciego baluarte, que se agrupa en torno a la silueta gótica de la catedral y es ceñido, ya en el llano, por el verde tapiz de la Alameda.
Un armónico y paradigmático dibujo, de reflejos ocre y rosa, un mágico perfil de fuga que discurre desde la cumbre del cerro hasta la ribera del río Henares.
La incomparable imagen urbana de Sigüenza, henchida de símbolos y significaciones, ha atraído, a lo largo de los tiempos, a afamados escritores, poetas, pensadores y periodistas, ávidos por conocer y saborear la belleza encerrada en esta vieja urbe. Recordemos a algunos de ellos: los novelistas Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán o Pío Baroja, filósofos de la talla de Miguel de Unamuno y de José Ortega y Gasset, o los poetas Gerardo Diego, Rafael Sánchez Mazas, García Lorca y Rafael Alberti. Sin olvidar al historiador y filólogo Américo Castro, al escritor y periodista José Jiménez Lozano, premio Cervantes, o al arquitecto Leopoldo Torres Balbás, primer restaurador de la catedral seguntina tras la guerra civil.
La severa y magnífica catedral, que alberga la maravilla en alabastro del Doncel de Sigüenza, rostro emblemático y turístico de la ciudad, el colosal castillo, la exquisita plaza Mayor, de itálicos sabores, el ilustrado barrio de san Roque o el neoclásico jardín de la Alameda, brindaron a tan notables huéspedes un fascinador mensaje, labrado en áurea piedra, ingente fruto de una historia de siglos.
Cada uno de tan ilustres viajeros, con el deseo de recordar sus días en Sigüenza, de evocar lo contemplado y de compartir vivencias y emociones, escribieron deleitables narraciones, sentidos poemas y sugerentes artículos periodísticos. Un rutilante acervo de creaciones literarias, de indudable renombre, hondamente enraizado en el fecundo y rico patrimonio cultural de Sigüenza.
Siempre me sorprende la muy bella y espectacular imagen de la ciudad Sigüenza, asentada en altas y sosegadas tierras, al ser contemplada, de lejos, desde cualquiera de los caminos y sendas que a ella conducen. Un antiguo caserío tendido sobre la falda de una colina que mira al norte, coronado por la pétrea mole del castillo, enérgico y palaciego baluarte, que se agrupa en torno a la silueta gótica de la catedral y es ceñido, ya en el llano, por el verde tapiz de la Alameda.
Un armónico y paradigmático dibujo, de reflejos ocre y rosa, un mágico perfil de fuga que discurre desde la cumbre del cerro hasta la ribera del río Henares.