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El servicio de maestros rurales motorizados de Toledo que 'desafió' al modelo de escolarización franquista

Soto Entrambosríos, Talavera de la Reina. Escuela Rural Motorizada: “Entrando a clase”

Carmen Bachiller

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Maestros itinerantes para cubrir las necesidades del medio rural de Castilla-La Mancha en las zonas más despobladas o recónditas. El Gobierno regional acaba de recuperar retribuciones extra para estos docentes que fue eliminada durante la etapa de Dolores de Cospedal. Es un guiño al reto demográfico, pero no es algo nuevo. Existió algo similar, salvando las diferencias y por motivos muy distintos, a mediados del siglo XX.

Nos remontamos a la época franquista y a la provincia de Toledo. La Diputación creó en 1957 el llamado Servicio de Maestros Rurales Motorizados que funcionó hasta 1968, y que permitió montar más de 100 escuelas en fincas, casas de camineros y caseríos.

“Fue una experiencia única a nivel nacional”, explica el historiador Francisco García Martín en su libro 'El Servicio de maestros rurales motorizados de Toledo (1957-1968)' publicado este año por la toledana editorial Ledoria. Funcionó en vísperas de la mecanización del campo español con el objetivo de erradicar el analfabetismo no solo entre los niños sino entre los jóvenes de hasta 20 años.  

El modelo no llegó a replicarse en otros lugares de España y estaba prácticamente reservado a los hombres.  La incorporación de la mujer a este servicio motorizado apenas se produjo: cinco entre un total de 200. “Solamente llegaron a dar clase aquellas maestras que vivían en las fincas. Las llevaban allí los padres o los hermanos de los escolares. Montar en moto y con falda no estaba ni bien visto, ni permitido. Además, no solían tener carné de conducir”, explica García Martín.

Sin embargo, lo que se concibió como una forma de educar (en los valores del llamado Movimiento Nacional) a los más pequeños en las zonas rurales, terminó por cruzar límites no permitidos por el franquismo.

Las escuelas se ubicaron en cualquier lugar disponible: en los pajares, en los comedores y cocinas de las casas de campo

El impulsor fue el maestro, periodista y diputado provincial Luis Moreno Nieto. “Había vivido traumáticamente la guerra civil y fue destinado a una pequeña escuela, 'La Solanilla', que hoy en día es un mirador al río Tajo, cruzando el Puente de San Martín”. Era el lugar en el que se daban cita los hijos de los cigarreros que trabajaban en las fincas de labor toledanas, los Cigarrales. “Creo que eso le llevó a plantear el mismo modelo para la provincia”.

Y fue aceptado, explica, “debido a que en la Diputación gobernaba Tomás Rodríguez Bolonio, defensor de la política social paternalista del régimen. Y se hizo forzando incluso la ley”. Hay que tener en cuenta que durante el franquismo los niños y las niñas no podían estudiar juntos. “De hecho el servicio se concibió solo para los niños, pero en realidad las niñas también se incorporaron. Y estudiaban juntos”. Eso solo ocurría en el medio rural y las razones eran económicas y tuvieron que predominar por encima de las ideológicas.

El servicio que prestaban los maestros era voluntario. “Hablamos de personas con verdadera vocación y que trabajaban de sol a sol. Cogían su bicicleta, su moto o el coche y se iban a dar hora y media o dos horas al día”.

Lo hacían después de terminar su jornada laboral habitual. “Además les venía bien porque su sueldo habitual era magro. Les pagaban un plus por la gasolina o las averías. La Diputación compró varias motos para quienes no tenían vehículo y ponía todos los materiales, como las pizarras”.

Las escuelas se ubicaron en cualquier lugar disponible: en los pajares, en los comedores y cocinas de las casas de campo y “allí donde había posible se construía una escuelita y junto a ella siempre una capilla. En ocasiones una vivienda para el docente”.

Francisco García Martín explica que este tipo de enseñanza difiere del servicio que ofrecía 'La Barraca', un grupo de teatro universitario impulsado por García Lorca junto con otros estudiantes e intelectuales. Es una de las preguntas que le han trasladado sus lectores. “Era diferente, porque aquella experiencia trataba de llevar la expresión creativa a los pueblos, la cultura. En este caso se trataba de formar, aunque los maestros echaron mano de los recursos que les permitían llevar libros y cine de forma ambulante. Eso quizá sí era el remedo de las misiones pedagógicas de La II República”.

Toledo, una provincia con un 70% analfabetos a mediados del siglo XX

En 1957, la provincia de Toledo sólo contaba con 406 escuelas primarias de niños y 448 de niñas, además de 21 escuelas mixtas. Se calculaba una población escolar de 111.035 alumnos, con “alrededor de 120 alumnos por Escuela”, según Moreno Nieto, y esa era según decía una “cantidad excesiva si pretende hacerse una labor docente y eficaz”. El diputado justificaba el absentismo escolar por “el escaso poder adquisitivo de la mayoría de los habitantes de la provincia”, lo que provocaba que muchos niños en edad escolar, ya trabajaban, sin ir a la escuela.

Y es que “la enseñanza no era obligatoria pero el Estado obligaba a atender a la población. Desde el siglo XIX había un empeño en escolarizar a la mayor cantidad posible de personas. En la provincia de Toledo había un 70% de analfabetismo que en el caso de la mujer llegaba al 90%”, explica el autor.

Las llamadas 'Escuelas de Temporada' en las zonas rurales para alejadas de los núcleos de población más grandes no funcionaban durante el curso escolar completo. “Dependía de los ciclos agrícolas en cada zona”.

Eran los años 50 del siglo XX. Se iniciaba por aquel entonces el fenómeno de la gran emigración del campo a la ciudad y que, a la postre, acabaría con este servicio educativo debido también al surgimiento del transporte escolar, las universidades laborales y las escuelas hogar. “Se necesitaba gente que supiera leer y escribir en pleno proceso de industrialización”. Con ello llegaría también la merma progresiva de “ricas tradiciones agrarias, pastoriles y de ocupación y conservación de los paisajes”, explica el autor.

El libro se publica ahora, aunque el historiador lo escribió hace siete años. Entonces era profesor asociado en la Facultad de Educación de la Universidad de Castilla-La Mancha. “Creí que era un deber investigar sobre la historia de la Educación y ponerme al día en este campo. La Diputación de Toledo se comprometió a publicarlo, pero el caso es que no lo hizo”, lamenta.

Ahora sale a la luz y forma parte de una extensa bibliografía de García Martín que, en muchas ocasiones, se centra en la historia de la Educación.

Para darlo a conocer, eligió el Centro Rural Agrupado (CRA) de Mejorada, en la provincia de Toledo, uno de los exponentes del siglo XXI de la España Vaciada. “La escuela rural unitaria sigue hoy funcionando con una calidad extraordinaria y una vocación docente fuera de toda duda. Los niños disponen de un aprendizaje más enriquecedor que en las ciudades porque hay más interacción más con sus compañeros, con los maestros y con el medio ambiente”, afirma el escritor, que rompe una lanza a favor de la calidad de este tipo de centros.

Francisco García Martín anima ahora a otros investigadores a continuar con una labor en la que no ha podido recoger testimonios entre quienes fueron alumnos de estas 'Escuelas de Temporada'.  “No tuve oportunidad, pero la historia oral que nos pueden transmitir es sin duda muy enriquecedora. Sus expedientes todavía se guardan en el Archivo de la Diputación Provincial”. Los últimos, sin duda, los de la última escuela desaparecer, en la finca Bercenuño del municipio de Valdeverdeja (hoy tiene poco más de 500 habitantes). Cerró allá por 1968.

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