Un licántropo anda suelto entre viñedos: ‘El lobo de Valtravieso’ pone en apuros a Güiliam de Canford
“Sin duda, estamos ante un caso digno de Güiliam de Canford”. Esto es lo que le viene a uno a la cabeza al ver al misterioso sujeto que hace unos días vertió 60.000 litros de vino en un sabotaje a la bodega Cepa 21 de la Ribera del Duero. Tendría que viajar en el tiempo el detective –un arquero zurdo, manco, chulesco y erudito que se vende al mejor postor– para poder investigar el desaguisado, porque sus andanzas transcurren en las postrimerías del medievo. De momento, la sexta misión de este personaje creado por Daniel Bilbao lo enfrenta a un licántropo homicida y gritón en, precisamente, la Ribera del Duero.
Esta nota de cata comienza desgranando las varietales que dan cuerpo al El Lobo de Valtravieso, que así se titula esta sexta entrega de Las Crónicas de Güiliam de Canford: el paladar del lector detectará aromas de El nombre de la rosa, Los caballeros de la Mesa Cuadrada y La princesa prometida.
La narrativa es sedosa –con buen paso en boca–, lo que permite apreciar la maestría de Bilbao no solo para armar el mecanismo de relojería subterránea que opera en toda buena novela negra; sino también para sorprendernos con tacos acojonantemente bien colocados, a la manera de un Cela o un Cervantes (palabrotas, al fin y al cabo, también soltaba el Quijote, y algo del Quijote vive en Güiliam).
La climatología de las orillas del Duero –entre el monasterio de Valbuena, la bodega de Valtravieso y el castillo de Encinas de Esgueva– ha permitido que madure este relato en el que de nuevo Güiliam se pone en camino acompañado de María la Gatusa, médica, botánica y filósofa, que aporta la acidez justa a este coupage.
El pagador del mercenario no es, en esta ocasión, Fernando el Católico, sino la orden del Císter. Los benedictinos quieren que Güiliam y la Gatusa den caza al presunto hombre lobo que se está ventilando al personal. Entran también en danza nobles con algo de merma; una viticultora enigmática, jornaleros, bodegueros y algún que otro monje de vida alegre.
A casi todos se les acaba cogiendo cariño. Y todos contemplan –entre la admiración y la congoja– la violencia meditada que es capaz de desencadenar Güilliam. En el paladar persiste el retrogusto que deja la narración de la emboscada con fuego griego que desata el arquero zurdo, solo ante el peligro, contra un grupo de esbirros del terrateniente local. Que si al final no mata a ninguno, no es porque no quiera, ojo.
El Lobo de Valtravieso se degusta sin necesidad de haber catado las entregas anteriores. Interesará no solo a quien sea propenso a beberse el vino, sino también a quien quiera conocerlo. Bilbao documenta, de fondo y a fondo, el trabajo en viñedos y bodegas de los siglos XV y XVI. Ya se debatía entonces si usar el satánico azufre para dar cuerpo y preservar los caldos (los sulfitos eran poco cristianos).
De la saga de Las Crónicas de Güiliam de Canford, el sello Mong Editorial ha publicado –además de El lobo de Valtravieso– otras cinco entregas: El perro ladrador, El gato negro, El Caballo Regalado, Los bastardos legítimos y El brazo de Dios.
Daniel Bilbao nació en la ciudad que lleva su apellido, en 1960. Afincado en Madrid, se licenció en Filosofía, Política y Economía por la Universidad de Oxford, donde también obtuvo el Premio Cyril Jones de Literatura Hispánica. Escribe con boli y papel. Dio a luz a Güiliam de Canford gracias a un concurso de cuentos en Las Merindades, la comarca donde veranea. Es allí donde echa a andar el arquero mercenario, a quien –por cierto– contrataríamos con gusto para apretar alguna tuerca y resolver algún entuerto. Solo necesitamos una máquina del tiempo. Ahí lo dejo.
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