El creciente impulso institucional que se está dando tanto desde la Generalitat (Resolución 1141/X, de 16 de julio de 2015, y la Moción 55/XI de 14 de julio de 2016), como desde el Ayuntamiento de Barcelona (Declaració Institucional del Plenari del Consell Municipal de Barcelona de 26 de febrer de 2016) a algunas reivindicaciones históricas de la lucha antimilitarista, nos lleva por fin a tratar debates escasamente abiertos a la sociedad y al público en general, en un marco donde el antimilitarismo parece estar relegado al olvido ahora que la formación militar no es una obligación en el Estado español, y por tanto ha dejado de ser una lucha de primera línea como podríamos decir que lo fue entonces.
Dentro de este contexto social e institucional podemos remarcar la importancia de abrir una nueva etapa para la lucha antimilitarista. Esto queda reflejado en varios puntos. El primero, cómo las reivindicaciones antimilitaristas revelan el papel de instituciones que podríamos tachar de antidemocráticas, como está demostrando ser la Fira de Barcelona. La Fira, pesar de recibir y tener una gran parte de participación pública, trabaja al margen de la voluntad popular traducida en resoluciones institucionales, que se están vulnerando cuando se permite la ampliación del espacio ocupado por el ejército en un espacio educativo.
Hay un bloqueo deliberado, por tanto, del debate que plantea el antimilitarismo ligado al mundo de la educación por parte de una administración que no debería tener este papel, y que otorga más importancia a las voces que justifican la presencia del ejército en espacios educativos, e incluso de ocio infantil, bajo el argumento de que es una profesión más. Parece obvio remarcar que el ejército no supone una salida profesional más, ya que contiene toda una implicación de un modelo de resolución de conflictos y, podríamos decir, de teorías sobre el modelo de relaciones interestatales mundial sobre el que en ningún momento la sociedad ha tenido un debate público como cabría esperar en administraciones con participación pública que se quieran denominar democráticas. El contexto educativo debe construirse cómo un entorno que precisamente abra espacio para cuestionar, siendo este aspecto el que podríamos considerar su principal función.
El segundo punto es el que abre una cuestión que podríamos considerar incluso más importante: el resurgimiento y reubicación de las luchas antimilitaristas. De nuevo cobran todo su sentido para gente que estaban fuera de ellas, por un lado, debido al grado de conflictividad global, por otro por lo que este contexto está generado, que se traduce en la crisis de refugiados que tocan a las puertas de una Europa que ya popularmente denominados “Europa Fortaleza”.
Es decir, control de fronteras por parte de agencias de seguridad como Frontex, la agencia de “gestión” de fronteras de la Unión Europea, formada por agentes policiales armados, uso de drones para el control de sus bordes y tecnologías y servicios de inteligencia de control migratorio. Un modelo de seguridad sin ninguna duda construido desde una perspectiva militarista.
Mientras que la política estatal de la seguridad armada nos dice que el problema son aquellos que huyen de la guerra por su potencial terrorista, la lucha antimilitarista señala que el problema viene de mucho más atrás, de todo ese conglomerado de políticas que entran dentro de lo que podríamos denominar militaristas: comercio de armas, imposición de la razón política por el uso de la fuerza, jerarquización de las relaciones internacionales, injerencias de todo tipo a nivel internacional e incremento de la inseguridad fuera de las fronteras estatales debido a intervenciones armadas. Lo que ha venido siendo el modelo de realpolitik ejercido por gran parte de los Estados occidentales, dónde lo que cuenta es la correlación de fuerzas -coercitivas- de los Estados.
Ante esto, podemos confirmar que la lucha antimilitarista abre el camino para nuevos paradigmas sobre la seguridad y la defensa y sobre los espacios que, como la Fira de Barcelona, cierran este debate frente a mandatos institucionales claros. Ahora bien, el primer paso por parte de las sociedades está en reconocer que hay que aceptar ciertos grados de inseguridad, inevitables, en este mundo, si no queremos vivir en una jaula construida con nuestro consentimiento que nos aísle por completo, y para eso la lucha antimilitarista también nos abre camino.