Jueves 3 de septiembre. Las portadas de los diarios recogen la fotografía del niño Aylan Kurdi, muerto en la costa turca. Ese mismo día, Rita y Alberto, una pareja portuguesa que hace dos años que vive en Barcelona, deciden poner en marcha Refugees Aid Barcelona. Piden a sus amigos que les den la ropa que ya no usan para enviarla a los campos de refugiados de Grecia. “Pensábamos que empaquetaríamos unas diez cajas”, recuerda Alberto, “pero en media hora recibimos donaciones para llenar veinte”. Veinte días después, desbordados, tuvieron que detener la recogida. Han llenado cerca de 3.000 cajas de ropa, mantas, tiendas de campaña y material para bebés. Hasta que no las envíen, no pueden almacenar más.
“Si dejo el ordenador veinte minutos, al regresar tengo veinte mensajes de personas que quieren colaborar. Ahora mismo, mientras hablamos con vosotros, nos están contactando nuevos voluntarios ”, asegura Alberto. La primera persona que lo hizo fue Sairica, una chica de origen ruso que vive en Barcelona desde hace 12 años. No sólo quería dar ropa, quería formar parte de la iniciativa. Dos semanas después, el piso de Sairica alojaba 255 cajas. Unas 11.000 piezas de ropa. No se veía el suelo.
Antes de abrir la página web se pusieron en contacto con entidades que trabajan con refugiados, pero se dieron cuenta, explica Rita, que la única manera de colaborar era dando dinero y eso no les interesaba. Ellos piensan que la percepción de estar ayudando es más fuerte si lo que se aporta son objetos tangibles. “Mantas, abrigos... son cosas que todo el mundo tiene en casa y no le importa dar. No todo el mundo tiene dinero”, añade Rita, “y no todo el mundo confía en que el dinero será bien empleado”.
La solución que encontraron fue formar un equipo de voluntarios -actualmente son unas 200 personas- que actúan de forma autónoma, recogiendo tanta ropa, sobre todo de abrigo, como fuera posible, almacenándola y haciendo un inventario. El equipo más numeroso se ha formado en Berga, donde el Grupo de Jóvenes del barrio de Santa Eulàlia ha reunido unas 1.000 cajas con ropa y material de primera necesidad para niños y bebés. También colaboran como almacenes una tienda de muebles del Poblenou y una casa particular en el barrio de La Salut de Barcelona.
Esta organización voluntaria y autónoma es la que tiene que servir, explica Alberto, para que el proyecto se prolongue en el tiempo y se puedan hacer cuatro envíos de material cada año, la meta que se plantea Refugees Aid Barcelona.
Un trabajo inalcanzable.
Rita, Alberto y Sairica trabajan clasificando ropa en el piso de esta última. Llenan cajas en un ambiente de camaradería, aunque hasta hace unos días ni siquiera se conocían: “Esto es de mujer o de hombre? -se pregunta el Alberto- cada vez es más difícil saberlo”. Sairica asegura que la gente suele lavar y planchar la ropa antes de darla y que casi todo lo que les llega es aprovechable, pero hay un pequeño porcentaje que no: “Hemos recibido zapatos de tacón, tinte para el cabello, bikinis -dice Rita con un gesto de extrañeza-, incluso alguna pistola de juguete...”.
Aprovechan los largos ratos que pasan en el piso clasificando ropa para explicarse su vida o hablar de la familia. Sairica y Rita tuvieron sus hijas en Barcelona. Conciliar este voluntariado con las respectivas vidas personales y laborales es difícil: “Cada día nos despertamos, tomamos café, nos sentamos delante del ordenador y entonces comienza el follón, pero es un follón maravilloso, -matiza Sairica- cada día me levanto con una sonrisa”. Ninguno de los tres había hecho ninguna tarea de voluntariado.
La Sairica recuerda que nadie de la iniciativa “no ve un centavo” cuando suena el timbre de la puerta: “Una entrega”, interrumpe. Una Transporter llena a rebosar aparca delante del portal. Salen tres personas y empiezan a subir una veintena de cajas en el piso. Parece imposible que quepan más. Matias, un joven alemán que trabaja en una casa de acogida para niños, ha organizado la recogida: “Es ropa en buen estado, bueno, quizás un poco pasada de moda... pocos chicos de aquí se pondrían estos pantalones de pana, por ejemplo ”, bromea.
Cuando se les pregunta cómo podrán enviar 3.000 cajas en Grecia se miran entre ellos y se ríen. Quizás por no llorar, les está costando una barbaridad gestionar el transporte. Tanto, que si antes de este viernes no han conseguido contactar con alguna empresa que les facilite el envío, lo pagarán de sus bolsillos. Son cerca de 3.500 euros, que más adelante intentarán recuperar con un crowdfunding. Este primer camión irá cargado con ropa de invierno hacia Tesalónica, donde otro grupo de voluntarios se encargará de repartirla. El segundo envío lo quieren hacer en Hungría en diciembre, pero han reservado una parte de la ropa que han recogido para los refugiados que deben empezar a llegar a Barcelona en noviembre.
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