Dos chilenas, un escritor, un piso compartido y una confesión: ''Sí, cielito, soy puta. Y mi madre también''
Laureano Debat era nuevo en la ciudad. Con 29 años, le estaba “robando algunos años a la juventud” y vivía una segunda adolescencia en Barcelona, donde aterrizó gracias a una beca que la Generalitat le concedió por haber estado estudiando catalán en su Argentina natal. Se matriculó en el máster de Creación literaria de la Universitat Pompeu Fabra, donde compartiría muchas noches con jóvenes veinteañeros. Auguraba un curso movido, pero su primer año en Barcelona fue mucho más ajetreado de lo que esperaba.
Antes que nada, debía encontrar piso. No es tarea fácil encontrar alquiler en una ciudad imposible, donde las rentas asequibles son una quimera. Por eso, Debat se fue directo a la dirección que le dio un compatriota suyo, a quien a penas acababa de conocer, entre copas de cerveza vacías, mientras coreaban goles de Messi en un bar. Aquel piso estaba bien. Muy grande y luminoso, y contaba con una salida al exterior desde la que se veía el patio de un convento de monjas de clausura. Una vista que avanzaba al argentino todas las ironías que le aguardaban.
Le recibió Sonia, una joven chilena de 34 años, que vivía con su madre, Jimena. Ambas buscaban un compañero, sin masculinos genéricos. Querían alquilar una de las habitaciones que tenían libres a un hombre. “Las mujeres dan muchos problemas”, le dijo la siempre críptica Sonia. El piso era acogedor, aunque un poco aséptico, tal como recuerda Laureano. “Las paredes blancas, sin cuadros colgados”. Ningún detalle que diera pistas sobre sus inquilinas. Nada que llamara la atención, excepto una decena de toallas secándose al sol del balcón de una casa en que vivían solo dos personas.
Ese piso, en su pulcritud y falta de detalles, era realmente una 'Casa de Nadie', título que Laureano Debat ha dado a su primera novela (Editorial Candaya, 2022), en la que cuenta sus meses de convivencia con Sonia y Jimena en lo que no era un piso normal. De hecho, más que una casa de nadie, era una casa de todos. Al menos, de todos quienes pudieran pagar la compañía de las chilenas, que ejercían de prostitutas.
Un 'voyeur' entre camerinos
Cuando Debat supo de la profesión de sus compañeras de piso se quedó ''en blanco'', pero no por puritanismo, sino porque ''no sabia qué pensar''. La manera en cómo se desveló el secreto –guardado sin demasiado celo– evidenciaba la naturalidad y franqueza que marcaría la relación de Debat con Sonia y Jimena: el escritor, que había ido recopilando algunas pistas, tales como el número desproporcionado de toallas o una gran cantidad de lencería sugerente en la lavadora, se encontró una buena mañana a la más joven de las chilenas vestida de encaje, despidiendo a uno de sus clientes.
''Sí, cielito, soy puta. Y mi madre también'', le espetó Sonia, sin preámbulos ni anestesias. Y con eso, se dio por finiquitado cualquier debate sobre la profesión de ambas. Y empezó una convivencia corta –duraría sólo nueve meses–, pero intensa, en la que Debat se convirtió en un cronista de camerino, tal como se describe él. La suya es una historia que se desarrolla fuera de la cama: no muestra el sexo ni las relaciones, ya sean de intimidad o de violencia, que las chicas establecen con sus clientes.
Debat se torna un '''voyeur' de una historia única'' y cuenta lo que sucede entre bambalinas: el cuerpo desnudo de Sonia que, sin pudores, se acerca a la cocina a ''zamparse'' alguna pasta después de un servicio, las negociaciones telefónicas de Jimena para cazar clientes o la turbulenta relación entre una madre y una hija que comparten pasado, profesión y hogar.
Una reflexión sobre la prostitución
Peleas, fiestas, excesos, drogas, amistades, recuerdos, migraciones y algún que otro orgasmo son algunos de los ingredientes que aderezaron la convivencia de Debat con las dos mujeres. ''No fue fácil, pero aun así fue más sencillo que vivir en algunos pisos que he habitado después'', cuenta el escritor, que todavía se muestra agradecido por haber coincidido con esa gran historia en sus primeros años de periodista. Sus compañeros de universidad envidiaban al argentino por, como se dice coloquialmente, ''llegar y besar el santo''. Fue aterrizar en Barcelona y encontrarse de lleno con la que podría ser una de las historias de su vida. Y sin buscarla.
Pero Debat tardó 10 años en escribirla. ''Necesitaba tomar distancia con lo que pasó, porque cuento cosas íntimas. Tuve que esperar a tener valor, voluntad y valentía para exponer mi cuerpo y mi intimidad, así como el de otras personas'', confiesa. El escritor es testigo de los entresijos de la prostitución: de los químicos que les pide el cuerpo a las chicas para aguantar los embates de sus clientes; también del dinero que ganan y del poder que les da haber podido abandonar una vida en Chile que estaba acabando con ellas. Conoce a amigos, amantes y 'dealers' de las prostitutas. Incluso a algún cliente VIP, con quien comparte mesa para cenar.
El escritor presencia toda esta cotidianidad simplemente aceptando la realidad como viene, pero sin plantearse demasiados debates éticos ni políticos. Eso vendría después. ''Aquella fue mi primera experiencia con la prostitución. Como mucho, siendo chico, lo típico que vas con los amigos a curiosear en los ambientes oscuros, a tomar una copa'', explica Debat, quien reconoce que nunca se había planteado qué le parecía esta profesión.
''El sujeto revolucionario de nuestra era es el feminismo, que lo abarca transversalmente todo y nos lleva a reflexiones que no habíamos tenido antes''. El escritor llevó a cabo una tarea de investigación sobre publicaciones feministas antes de redactar su novela, para entender todas las posturas sobre la prostitución, un ''debate muy complejo'' sobre el que asegura que todavía no tiene una opinión clara. ''Aunque sí tengo más empatía sobre el trabajo con el cuerpo'', cuenta.
''¿Por qué yo?''
Sonia y Jimena vivían su profesión con mucha ''naturalidad'', algo que para Debat tiene mucho que ver con el hecho de que fueran migrantes. Ambas venían de tener relaciones tóxicas y violentas con hombres, que afectaron a la calidad de sus vidas. ''El motivo de su migración no es económico, no vienen de la miseria. Simplemente migran persiguiendo el deseo de ser libres. De poder caminar y ser. Y ejercer la prostitución es una decisión que toman ellas libremente, una manera de poder tener un nivel de vida que anhelan'', cuenta el escritor.
Todo lo que cuenta Debat en el libro sucedió, pero como en toda crónica, hay licencias. Sobre todo en lo que se refiere a la visión que el escritor transmite sobre sus protagonistas, que no han llegado a leer el libro. La relación de Debat con Sonia y Jimena hace años que acabó, de la misma manera abrupta como empezó. Ellas han regresado a Chile y, aunque saben que hay una novela que cuenta su vida, no han pedido un ejemplar a su antiguo compañero de piso. Y Debat no les ha enviado ninguno. ''No tengo que ser yo quien decida si lo van a leer. Es una decisión suya y no sé si quieren enfrentarse a esa parte de su historia'', explica.
Hace años que no hablan y esa confianza que convirtió a Debat en amigo y confesor se ha esfumado. Ni tan siquiera respondieron a un correo en que el escritor planteaba algunas preguntas a las chicas. Hay dudas que quedan sin responder y una de las más importantes es ¿por qué él? ¿Por qué Sonia y Jimena escogen a Laureano Debat como compañero de piso? ''Es algo que me encantaría saber y, en parte, por eso escribo el libro'', cuenta.
Definitivamente, no fue por dinero, puesto que ambas eran muy solventes. De hecho, Sonia le compra a Debat sin que lo pida una de las primeras televisiones de plasma del mercado y el paquete de fútbol para el mundial de 2010. Tampoco fue por protección: ''No es que yo sea el Nobel de la paz, pero sólo me he peleado una vez en mi vida y no salió muy bien'', responde el escritor.
El por qué es algo que quedará sin saberse. Algo que Debat y el lector deberán intuir o imaginarse. Igual que todo aquello que pasa tras las bambalinas de las zonas comunes de la casa. Secretos que sólo Sonia, Jimena y sus clientes conocen.
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