Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.
Si te pierdes en un bosque de Islandia
En el sur de Islandia, cerca de un pueblo llamado Sandvik, se levanta un puente que no lleva a ninguna parte. La llaman el puente entre continentes, porque sus escasos veinte o treinta metros unen las placas tectónicas euroasiática y americana, perfectamente visibles y encaradas en este punto de la isla.
Si pensáis pasar pocos días en Islandia no hace falta ni que os detengas ahí, hay vistas infinitamente más espectaculares que esta, pero el puente de Sandvik simboliza a la perfección el carácter de este país, de cultura y tradiciones escandinavas pero fuertemente impregnado por el american way of life. Es decir, de tipos altos, rubios y de ojos claros que sin conocerte de nada te preguntan qué debes hacer si te pierdes en un bosque en Islandia.
La respuesta es ponerse de pie. Así es como te enteras de que casi no hay un árbol en todo el país. El clima subpolar y la intensa actividad geológica (cada cinco años escupe lava algún volcán) le dan al paisaje un aire lunar, lo que lo ha convertido en el perfecto plató al aire libre para muchas películas de ciencia ficción.
En realidad, la independencia islandesa de Dinamarca, en 1944, está muy ligada a la llegada del ejército estadounidense, que durante la Segunda Guerra Mundial montó una gran base militar para impedir una eventual anexión por parte de la Alemania nazi. Eso queda demasiado cerca de casa, debieron de pensar. Con la Guerra Fría se terminaron de instalar y precisamente fue Reikiavik la ciudad elegida por Reagan y Gorbachov para iniciar el deshielo, en este caso geopolítico, y darse la mano por primera vez en 1986.
Cosas que hay que saber antes de elegir Islandia: es un país caro, sí, pero no más que sus parientes continentales; cualquier cosa, incluso la más inverosímil, se puede pagar con tarjeta de crédito, desde un taxi a un hot dog en un puesto callejero; en verano no busques la noche ni las estrellas, tan sólo una penumbra cubre la luz solar durante las primeras horas de la madrugada; y evidentemente necesitaréis un coche (o un 4x4 si el plan es adentrarse más allá de la carretera asfaltada que circunvala la isla).
En el país de Björk y Gudjohnsen (dos héroes nacionales) no hay autopistas ni autovías ni nada parecido: casi todas las arterias que salen del sistema circulatorio orbital son pistas de tierra, y tampoco nunca llegó el ferrocarril. ¿Qué sentido hubiera tenido en un país de morfología accidentada con una extensión que triplica la de Cataluña y con una población 25 veces menor?
En la capital y sus alrededores, se reúnen casi la mitad de los 300.000 habitantes de la isla (lógico, es el único lugar donde la nieve no es perpetua durante los largos meses de invierno); mientras que en lo que aquí llamamos provincias, la principal ciudad (Akureyri, en el norte) tiene más o menos tantos habitantes como Berga o Palamós: no llega a los 18.000.
Explosión de naturaleza
Pero precisamente es esta escasa presencia humana lo convierte Islandia en un país de una belleza colosal. Y de tan sobrada como va de virginal naturaleza en realidad no hace falta ni un 4x4 ni machacarse en un trekking de cuatro horas para disfrutarla. Con un utilitario convencional y unos minutos de camino a pie es suficiente para cargar la retina de un montón de imágenes de postal.
A los catalanes nos gusta decir que somos unos privilegiados porque en determinados momentos del año podemos estar esquiando por la mañana en el Pirineo y echando una zambullida por la tarde en la Costa Brava. En Islandia, se puede navegar por el lago de un glaciar, pasear por una playa de arena volcánica, sortear una pendiente por la que chorrea azufre hirviendo y sacar la cabeza por un imponente acantilado habitado por frailecillos (aquellas aves que se asemejan a los pingüinos), todo ello en el espacio de tres o cuatro horas máximo. Pero no nos equivoquemos. Las distancias son enormes y quien esté pensando en dar toda la vuelta a la isla que calcule que necesitará cinco o seis días con largas tiradas de coche.
En fin, las comparaciones son odiosas, pero aún me queda una: dicen los mismos islandeses que en los últimos años se ha disparado el turismo por efecto de la momentánea devaluación de su divisa a raíz de la crisis bancaria que sufrió el país. Quien dice esto no debe de haber paseado nunca por la Rambla de Barcelona un sábado de julio.
En realidad, en Islandia sólo encuentras una densidad de turistas moderadamente alta en los lugares más típicos, como el géiser de Strokkur (el de Geysir, al lado y que dio nombre al fenómeno, está prácticamente inactivo, mientras que el de Strokkur estalla cada cuarto de hora) o la famosa laguna azul, formada por un agua caldosa con alta concentración de barro azul de sílice muy relajante y tonificante (merece la pena a pesar de que la entrada no es precisamente barata; pero si alguien tiene alergia a las turistadas puede optar por bañarse en una piscina termal, debe haber una en cada pueblo). En el resto, la densidad de turistas es baja o muy baja, lo que a veces se echa de menos porque en justa correspondencia también lo es la de gasolineras e infraestructuras hoteleras.
Un último consejo para quien esté pensando en viajar a Islandia que me hubiera gustado recibir antes de hacerlo yo. Desde el pequeño aeropuerto de Reikiavik (el internacional, en Keflavik, es donde antes estaba la base militar de EE.UU) hay vuelos a Groenlandia de ida y vuelta el mismo día (para ellos es como ir de Barcelona a Palma de Mallorca).
Contratar un vuelo in situ y para el día siguiente, y más si vas con niños, sale por un riñón y parte del otro. Por el contrario, haciéndolo con semanas o meses de antelación los billetes salen bastante bien de precio. O eso dicen. Y si en Islandia la naturaleza es sobrecogedora, imaginen lo que debe de ser en la tierra de los esquimales.
En el sur de Islandia, cerca de un pueblo llamado Sandvik, se levanta un puente que no lleva a ninguna parte. La llaman el puente entre continentes, porque sus escasos veinte o treinta metros unen las placas tectónicas euroasiática y americana, perfectamente visibles y encaradas en este punto de la isla.
Si pensáis pasar pocos días en Islandia no hace falta ni que os detengas ahí, hay vistas infinitamente más espectaculares que esta, pero el puente de Sandvik simboliza a la perfección el carácter de este país, de cultura y tradiciones escandinavas pero fuertemente impregnado por el american way of life. Es decir, de tipos altos, rubios y de ojos claros que sin conocerte de nada te preguntan qué debes hacer si te pierdes en un bosque en Islandia.