Adrienne Diop es originaria de Dakar, la ciudad senegalesa que se podría considerar la cuna de los objetivos mundiales de la educación. Fue allá donde en el año 2000 se reunieron representantes de 164 países para diseñar el plan que había de facilitar el acceso a la educación de toda la infancia. Entonces eran 204 millones los niños y niñas al margen de los sistemas educativos; ahora son 121 millones. “Hemos progresado, esto es innegable, pero no todo lo que sería necesario”, apunta Diop, que en ese momento no participó en el Foro de Dakar pero que en los últimos años ha seguido de cerca el desarrollo de las políticas educativas en el mundo, y sobre todo en su continente, África, como comisaria de Asuntos Sociales y de Género de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental. Su paso por la Escuela de Verano de Rosa Sensat se produce días después de la celebración del Foro Mundial de la Educación, que ha fijado los nuevos compromisos globales en este ámbito de cara al 2030. Con ella hablamos de todo esto.
El acceso a la educación en todo el mundo está ahora más garantizado que 15 años atrás, pero menos de lo que los países se habían propuesto. ¿Cómo lo valora?
Si leemos bien los informes de la UNESCO, y por lo que he visto a mi alrededor, hemos progresado. Esto es un hecho. Cincuenta y ocho millones de niños más se han escolarizado desde entonces. Es una gran conquista y la tenemos que celebrar, pero es evidente que no es suficiente. De los millones de niños y niñas que se escolarizan, un tercio abandona la escuela sin saber leer, escribir o hacer cálculos básicos. Además, tras estas cifras se esconde que la mayoría de los perjudicados son niñas, o niños de zonas rurales, o de familias pobres. Lo que tenemos que hacer con los objetivos mundiales es redirigirlos hacia aumentar la calidad de la educación y reducir las desigualdades. Es lo que ahora necesitamos.
¿Cuáles son las principales carencias en cuanto a la calidad?
En primer lugar, a pesar de que desde hace tiempo se dice que la educación es una prioridad, la gente sigue sin verlo así, y por lo tanto no se destinan los recursos necesarios. También hay que poner el foco en los equipamientos, como las escuelas o el material escolar, a menudo deficientes. Pero sobre todo lo que hay que revisar es la formación de los maestros. No puedes tener una docencia de calidad si no tienes buenos docentes, si no están bien formados, motivados y reconocidos.
Vamos por partes. En cuanto al gasto público, los nuevos compromisos apuntan a que entre un 15 y un 20% del presupuesto de cada país debería destinarse a la educación. ¿Es un objetivo realista?
Si se quiere, se puede. Ningún país o región se ha desarrollado sin invertir en educación. Algunos países occidentales dedican muchos recursos a educar a la juventud, que al fin y al cabo es educar al país. Fíjate en las curvas del PIB de los países: su crecimiento suele ir de acuerdo con la inversión en educación. Insisto, la fórmula ya la tienen países como Finlandia. Solo hace falta que nos fijemos en ellos.
Citaba también la formación de los maestros como una pieza clave del cambio. En Finlandia se lo tomaron en serio.
Debemos asegurarnos que los jóvenes con más potencial sean los que estudian magisterio, porque es una profesión de gran responsabilidad, dificultad y entrega. Porque el maestro no solo te enseña matemáticas o lengua, sino democracia, igualdad, tolerancia y, en definitiva, cómo ser un ciudadano útil para las necesidades de tu país.
Otro de los problemas es que muchos alumnos pasan pocos años en la escuela. ¿Cómo se combate?
De entrada, debemos hacer obligatoria la etapa hasta final de Secundaria, lo que no ocurre en todos los países. El abandono es muy elevado, ciertamente. Otra medida es potenciar la formación profesional, para que los jóvenes aprendan oficios: tener gente competente en electricidad, en fontanería, en construcción… Deben valorarse socialmente estos oficios, trabajos concretos y respetables. En Senegal, si tienes un buen horno y tu pan es bueno, ¡vivirás muy bien, la verdad!
En cuanto al acceso a la educación, comentaba que las grandes distancias en las áreas rurales son un escollo para acercar los niños y niñas a las escuelas.
Es crucial llevar las escuelas a las áreas rurales, y no al revés, porque los niños y niñas son parte de sus familias y tienen derecho a estar allí. Lo que tenemos que hacer es asegurarnos de que envíen a estas áreas los mejores maestros. Para hacer labor de convencimiento entre las familias, para explicarles que la educación para sus hijos es una inversión, y para combatir lacras como el matrimonio infantil, que afecta a muchas niñas de 13 y 14 años.
Usted ha trabajado mucho para erradicar estos matrimonios. ¿Cómo se plantea esta lucha?
Hablando con los padres, convenciéndoles de que la escuela es lo mejor que le puede pasar a su hija, que tendrá trabajo, que les ayudará cuando se hagan viejos, que será capaz de formar una familia y sabrá garantizar una alimentación saludable para a sus hijos, que los vacunará…
Las tradiciones son difíciles de revertir.
Debemos continuar discutiendo con los cabezas de familia para explicarles que no solo es bueno para sus hijas, sino para toda la familia.
¿Es optimista?
Sí. No será fácil, pero si no luchamos no cambiará nada. También tenemos que hacer pedagogía en los ámbitos religiosos, entre los líderes de las iglesias… Y, evidentemente, erradicando la pobreza. Porque muchos padres optan por entregar sus hijas a otras familias para que les paguen la dote y, evidentemente, es dinero que les va muy bien y les permite vivir mejor.
¿La pobreza es el principal muro que impide el acceso a la educación?
Creo que el principal muro es político. Si en África nos fijáramos la educación como una prioridad y redujéramos el presupuesto en armas y ejércitos –¡solo un poco!– para destinarlo a los sistemas educativos, se avanzaría muchísimo. Y como sociedad seríamos más tolerantes y justos. La educación no solo contribuye al progreso económico, sino también a la paz y la estabilidad. A reducir el odio a los demás, a tu vecino, a la otra etnia o cultura de turno. Muchos de los conflictos que sufrimos son por falta de educación.
¿Hay algún país de África Occidental que sea referente en este sentido?
Senegal, por ejemplo. Mira, a pesar de ser un país de mayoría musulmana tenemos escuelas católicas. ¡Y están llenas de musulmanes! ¿Por qué? Porque son de mayor calidad. Al final es lo que importa, y lo que valoran las familias.