Himmelweg es el camino hacia el cielo. Literalmente. Es una historia dura, oscura y tétrica sobre un campo de concentración que esconde la tragedia que todos conocemos. Juan Mayorga escribió este texto duro y redondo para hacernos ver una obra de teatro donde los personajes son los mismos los actores. Una representación donde está en juego la vida, la supervivencia.
La obra cuenta la visita de una delegada de la Cruz Roja a un campo de concentración nazi. Y todo es maravilloso. El comandante del campo es entrañable, un hombre culto, solidario. Tiene un proyecto de hacer un experimento de autogestión, para unir a los judíos, construir una sinagoga que garantice la libertad de culto... Pero, en principio, no son más que palabras que por sí mismas no desmienten los rumores de lo que pasa en los campos de concentración. Hasta que el jefe de la comunidad judía guía la mujer por el campo para que compruebe qué bien funcionan las cosas allí. Ni rastro de hornos crematorios, ni de cenizas, ni malos tratos de ningún tipo... No, todo eso son, definitivamente, rumores infundados. Salta a la vista: los niños juegan en los parques, son felices... “Puede hacer fotos, por favor”, dice el hombre, tocado con la cruz de David en el pecho.
La mujer de la Cruz Roja habla desde una proyección de vídeo leyendo el informe que hizo. Era un informe importante, trascendente. Era los ojos del mundo. En vivo, comienza a descubrir ciertos matices... “Escuchen, ¿no hay nada de artificial en estas voces, en estos juegos, en esta vida apacible?” No, no había nada para ella, porque “entonces todavía creía en Dios”. Pero la verdad es que el alcalde judío habla como un autómata. “Puede hacer fotos, por favor...”, insiste. Se han oído los trenes cargados de prisioneros pero no se ha visto a nadie. ¿Dónde para aquella gente que no aparece? Camino del cielo, claro.
El montaje teatral que dirige Raimon Molins con la compañía Atrium apuesta por la reducción a tres personajes, citados. El resto, los niños que juegan en el parque, son marionetas, metáfora de la manipulación. Son protagonistas de una gran obra de teatro dirigida pérfidamente por el comandante, que perderá los nervios cuando los niños se equivoquen en su interpretación. No debe haber error posible. Los ojos del mundo no pueden descubrir el engaño.
El sentimiento de culpa de la delegada de la Cruz Roja se le hace insoportable. “Podía haber escrito que había cosas anormales si simplemente los judíos me hubieran hecho un pequeño gesto, pero...” interpretaron sus papeles a la perfección. Y ni siquiera este exceso de perfección que podría haber llevado a la sospecha los delató. “Puede hacer fotos, tranquilamente, estamos muy bien aquí... ” Pero ahora, viendo el vídeo, se da cuenta. Hablaba un autómata, un títere... Se jugaban mucho: la vida, la vida de sus familias, la supervivencia de su pueblo. Esto creían.
Mayorga considera que los personajes de la obra son actuales. Esto nos lleva a hacernos algunas preguntas inquietantes e incómodas que nos hacen sentir vergüenza. Porque ver el pasado desde el futuro es muy fácil. Hay que ser clarividente y valiente para ver el pasado desde el pasado, es decir, para comprender el presente. Hay tantos otros lugares en el mundo donde creemos que todo es perfecto. Mejor dicho: hay tantos otros lugares en el mundo donde nos conviene creer que todo es perfecto... Nadie está maltratando a la vecina; ninguna pelota de goma vació el ojo de ningún manifestante, nadie pegó al comerciante del Raval; ningún banquero ha osado engañar nunca a un ciudadano inocente; en Siria no está pasando nada anormal, los palestinos viven felices en la franja de Gaza... Vivimos en un mundo perfecto.
Himmelweg es el camino hacia el cielo. Literalmente. Es una historia dura, oscura y tétrica sobre un campo de concentración que esconde la tragedia que todos conocemos. Juan Mayorga escribió este texto duro y redondo para hacernos ver una obra de teatro donde los personajes son los mismos los actores. Una representación donde está en juego la vida, la supervivencia.
La obra cuenta la visita de una delegada de la Cruz Roja a un campo de concentración nazi. Y todo es maravilloso. El comandante del campo es entrañable, un hombre culto, solidario. Tiene un proyecto de hacer un experimento de autogestión, para unir a los judíos, construir una sinagoga que garantice la libertad de culto... Pero, en principio, no son más que palabras que por sí mismas no desmienten los rumores de lo que pasa en los campos de concentración. Hasta que el jefe de la comunidad judía guía la mujer por el campo para que compruebe qué bien funcionan las cosas allí. Ni rastro de hornos crematorios, ni de cenizas, ni malos tratos de ningún tipo... No, todo eso son, definitivamente, rumores infundados. Salta a la vista: los niños juegan en los parques, son felices... “Puede hacer fotos, por favor”, dice el hombre, tocado con la cruz de David en el pecho.