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Entre la novela y la biografía, la obra narra la vida del poeta y artista ruso Vladimir Maiakovski (1893-1930). Impulsor de la escuela futurista, ideológicamente vinculada al bolchevismo, Maiakovski se convirtió en el poeta oficial del régimen soviético. Pero pronto sufrió la postergación y el acoso, a medida que el estalinismo se iba adueñando del partido comunista y del estado soviético. Finalmente, con total lucidez, se suicidó.
Si la vida pública de Maiakovski es sumamente agitada y novelesca, su vida privada no lo es menos. Su relación amorosa con Lily Brik fue consentida por su marido, Osip, leal amigo y admirador de Maiakovski. Cada uno de los ángulos de este famoso triángulo amoroso tenía una personalidad sumamente interesante. Lily (1891-1978) no solo fue la musa de Maiakovski, sino una artista integral, que cultivó el cine, la escultura o la literatura con gran talento. Y Osip (1888-1945) fue un destacado crítico literario, teórico del formalismo y del futurismo, además de dirigente de la Cheka, la policía política soviética.
No nos parecerá tan extraño que los tres intentaran superar la tradicional relación de pareja si situamos ese proyecto de vida en un contexto revolucionario en el que parecía posible transformar radicalmente, no solo las estructuras políticas, sino la totalidad de la sociedad y de las relaciones humanas. De ahí el rechazo del pasado y el culto al futuro que caracterizó al movimiento futurista. De este modo, vida, política y arte se integraron y se mezclaron en un mismo proyecto revolucionario total.
La vida y la época de Maiakovski contienen, pues, abundantes temas que ya de por sí son novelescos. El problema que ha tenido que afrontar el novelista a la hora de convertirlos en materia argumental ha sido el de la elección de un enfoque o un punto de vista narrativo. De una manera muy esquemática, podemos decir que se le presentaban dos grandes opciones. Una era la del realismo clásico, en el que el autor se apoya en la exposición ordenada de la materia argumental, de la historia. Otra era la de dar al autor un papel mucho más activo, facultándole para distorsionar la historia y darle un sentido crítico, satírico, lírico, etc.
Con todo esto queremos decir que un tema novelesco no siempre recibe el tratamiento literario que aparentemente le puede resultar más adecuado. Por ejemplo, los relatos de Lovecraft tienen el raro mérito de convertir en anodinos y aburridos los episodios más terroríficos y fantásticos. Por el contrario, Hoffmann logra convertir en siniestros los asuntos más cotidianos, como bien estudió Freud.
¿Cómo ha organizado, qué tratamiento ha dado Juan Bonilla a la novelesca y dramática vida de Maiakovski? Bonilla ha optado por un enfoque narrativo descontextualizado, de ritmo lento y plano, con casi total ausencia de descripciones y de diálogos. No ha querido descender a detalles como el color de los ojos de Lily o la nieve sobre las calles y palacios de San Peterburgo. Tampoco ha regalado al lector anécdotas o curiosidades, como la de que la casa de Maiakovski estaba justamente en la Lubiánka, plaza dominada por la imponente sede de la policía política soviética, en cuyos sótanos se cometieron tantos crímenes. Ironías de la historia: la actual policía secreta rusa sigue ocupando las mismas dependencias, pero, necesitada de más espacio, ha ido invadiendo las calles y el subsuelo adyacentes, hasta tragarse literalmente la casa museo de Maiakovski. Resulta una siniestra metáfora que hoy, para acceder al museo, haya que pasar por las dependencias de la policía.
El resultado del austero enfoque narrativo elegido por Juan Bonilla es el “enfriamiento” de una materia argumental “cálida”. Veámoslo con cierto detalle. Los hechos están narrados con una ubicación muy desdibujada. San Petersburgo, Moscú, México, París… apenas son reconocibles al carecer de todo color local. La misma descontextualización se da en el ámbito temporal. El lector tiene que hacer verdaderos esfuerzos para situar los acontecimientos dentro de la agitada secuencia de antecedentes y consecuentes de la revolución de 1917: la Primera Guerra Mundial, la revolución liberal de febrero, la revolución bolchevique de octubre, la guerra civil, la muerte de Lenin, el conflicto entre Trotski y Stalin…
Tampoco el tiempo interno de la novela, la sucesión de acontecimientos, está bien explicitado. En cambio, el contexto cultural está descrito con mayor precisión. Conocemos de cerca a los principales escritores rusos de la época, asistimos a las polémicas artísticas, pero se dan escasas referencias para distinguir entre los distintos grupos: acmeístas, constructivistas, productivistas, cubofuturistas, formalistas, socialrealistas, etc.
Los temas emocionales también son tratados con el mismo enfoque distanciador. Las tensiones en el interior del triángulo amoroso Lily-Osip-Maiakovski, así como las derivadas de la creciente intolerancia social, apenas son analizadas. Pero donde las consecuencias literarias de esta opción se notan más es en el tratamiento que se da a Maiakovski.
El distanciamiento entre el autor y el protagonista no da lugar a un análisis psicológico tan incisivo como imparcial, al modo de Flaubert o de Leopoldo Alas, sino a una mirada externa plana, indiferente. Los grandes conflictos internos de Maiakovski (su frágil narcisismo, su ingenuo afán de provocación, su ambivalencia respecto al poder…) son descritos con la misma extensión e intensidad que cualquier otra situación de índole menor. Por eso, al terminar la novela tenemos la sensación de que conocemos más a Maiakovski, pero no mucho mejor de lo que ya lo conocíamos a través de la lectura de su poesía.
Este tratamiento uniforme, que provoca en el lector una sensación de cansancio y monotonía, choca en especial con el dramatismo de algunos episodios, como cuando Osip y Maiakovski se dedican a delatar escritores a la Cheka. O cuando se burlan cínicamente de las súplicas de la poeta Ajmátova para salvar a su ex marido, el escritor Gumiliov, que sería fusilado en 1921, bajo el gobierno de Lenin. Esta actitud del narrador apenas se modifica al final, al narrar el suicidio del poeta en abril de 1930, cuando las garras del estalinismo asomaban cada vez más.
Se pierde así la oportunidad de presentar la autoinmolación del poeta como un desesperado canto del cisne de una utopía que quiso transformar radicalmente el mundo y la vida. Así lo demuestran las trayectorias posteriores de Osip y de Lily, víctimas (relativamente afortunadas) de la represión estalinista, que arrancó de cuajo los ideales estéticos e ideológicos que los futuristas habían representado y defendido.
En definitiva, Bonilla ha optado por rechazar la técnica realista tradicional. No ha querido convertirse en mero relator de la materia argumental, de la biografía externa de Maiakovski. Tampoco ha querido erigirse en narrador omnisciente al modo de Flaubert. Es una elección literariamente legítima y potencialmente fructífera, tal como indica el logro de un estilo bastante original, pero no rompedor, como podría deducirse del provocador título de la novela. Un logro estilístico destacable son los fragmentos de poemas que se integran armónicamente en la prosa narrativa. También resulta elogiable la abundante y variada documentación manejada. Pero las ricas complejidades de la vida y la obra de Maiakovski, situadas en un momento épico de la historia, requerían mayor ambición narrativa.
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