No descubro nada nuevo si digo que no pocos empresarios consideran que los sindicatos somos una amenaza para la estabilidad y el buen gobierno de sus sociedades. Es cultural, desgraciadamente. Va más allá de una experiencia personal o indirectamente vivida. Es una manera de entender la gestión empresarial exclusivamente como una propiedad privada y con una única fuente de legitimidad: la participación en su accionariado. En demasiadas ocasiones, por tanto, la presencia organizada y legal de los trabajadores en defensa de sus intereses es considerada como una intromisión en terreno ajeno, un elemento de distorsión que puede perjudicar el rumbo de la empresa. ¿Cuántos ejecutivos bien calificados y mejor remunerados no han hundido más de una compañía? ¿Algunos consejos de administración han errado en una decisión estratégica que ha dejado en la calle a muchos trabajadores? ¿Cuántos empresarios no respetan las condiciones laborales y sociales pactadas con los trabajadores sin que éstos puedan oponer la más mínima resistencia sin correr el riesgo de perder su trabajo? Todos sabemos la respuesta a estas preguntas.
No obstante, es la imagen de los sindicatos y de los sindicalistas la que siempre se asocia a problemas, conflictos y dificultades. Normal. Cuando las cosas van bien en una empresa, ni se habla. Es cuando llegan las estrecheces que se debe negociar para encontrar la mejor solución. Y, claro, es mucho más fácil comunicar una decisión de las difíciles a unos trabajadores desprotegidos, poco informados y sin representación sindical, que tener que comunicar la misma decisión a un comité de empresa asistido de derechos, legalmente asesorado y con la fuerza de haber sido elegido por sus compañeros para representarlos. Muchos empresarios y directivos encuentran en esta última situación una especie de cesión de soberanía molesta y limitadora de sus funciones, cuando deberían ver una oportunidad de colaboración, la alianza con aquellos que, lejos de ser “recursos humanos” , son, seguro, los principales interesados ââen que la empresa marche bien y genere beneficios.
Esta percepción, sin embargo, no acaba de consolidarse en el mundo empresarial, más bien al contrario. Desgraciadamente, hoy en día hay muchos más Mangos que SEAT. Hay muchas más empresas donde se conculcan los derechos de los trabajadores a elegir sus representantes o bien a ser elegido delegado, que las que entienden que los sindicatos y sus organizaciones forman parte necesaria de la solución de los problemas y la asunción los nuevos retos que la economía y el mercado nos propone diariamente. La salida de la crisis económica es uno de esos retos enormes que tenemos enfrente. Miles de empresas han cerrado y millones de trabajadores han perdido sus empleos. Pero muchos proyectos de los que resisten lo hacen gracias a la máxima colaboración, el diálogo permanente y el esfuerzo compartido entre directivos que entienden lo que realmente es la responsabilidad social corporativa y unos trabajadores con derechos que también forman parte de las principales decisiones de las empresas.
No descubro nada nuevo si digo que no pocos empresarios consideran que los sindicatos somos una amenaza para la estabilidad y el buen gobierno de sus sociedades. Es cultural, desgraciadamente. Va más allá de una experiencia personal o indirectamente vivida. Es una manera de entender la gestión empresarial exclusivamente como una propiedad privada y con una única fuente de legitimidad: la participación en su accionariado. En demasiadas ocasiones, por tanto, la presencia organizada y legal de los trabajadores en defensa de sus intereses es considerada como una intromisión en terreno ajeno, un elemento de distorsión que puede perjudicar el rumbo de la empresa. ¿Cuántos ejecutivos bien calificados y mejor remunerados no han hundido más de una compañía? ¿Algunos consejos de administración han errado en una decisión estratégica que ha dejado en la calle a muchos trabajadores? ¿Cuántos empresarios no respetan las condiciones laborales y sociales pactadas con los trabajadores sin que éstos puedan oponer la más mínima resistencia sin correr el riesgo de perder su trabajo? Todos sabemos la respuesta a estas preguntas.
No obstante, es la imagen de los sindicatos y de los sindicalistas la que siempre se asocia a problemas, conflictos y dificultades. Normal. Cuando las cosas van bien en una empresa, ni se habla. Es cuando llegan las estrecheces que se debe negociar para encontrar la mejor solución. Y, claro, es mucho más fácil comunicar una decisión de las difíciles a unos trabajadores desprotegidos, poco informados y sin representación sindical, que tener que comunicar la misma decisión a un comité de empresa asistido de derechos, legalmente asesorado y con la fuerza de haber sido elegido por sus compañeros para representarlos. Muchos empresarios y directivos encuentran en esta última situación una especie de cesión de soberanía molesta y limitadora de sus funciones, cuando deberían ver una oportunidad de colaboración, la alianza con aquellos que, lejos de ser “recursos humanos” , son, seguro, los principales interesados ââen que la empresa marche bien y genere beneficios.