El genocidio será televisado, pero las universidades permanecerán silenciadas
El genocidio televisado al que estamos asistiendo desde el pasado octubre forma parte de un largo proceso de colonialismo de asentamiento del Estado de Israel contra el pueblo palestino. Las universidades españolas, sin embargo, permanecen calladas, incapaces de nombrar lo que observamos. El nivel brutal de violencia desplegado por el Estado de Israel obliga a plantearnos cuáles son los objetivos inmediatos y a largo plazo de esta intervención. La intensidad de esta agresión se ha cebado especialmente con la población civil palestina, van ya más de 25.000 muertos, más de 60.000 heridos. Más del 85% de la población civil ha sido desplazada. Pero la violencia se ha dirigido muy particularmente contra instalaciones civiles como escuelas, universidades, hospitales, plantas desalinizadoras, edificios de viviendas, trabajadoras de NNUU, periodistas… La total destrucción de la Franja de Gaza está destinada no a la desaparición de Hamás, sino a la imposibilidad de seguir viviendo en su propio territorio para que la población palestina acepte la expulsión voluntariamente.
Esta violencia forma parte del colonialismo de asentamiento israelí que pretende expulsar a la población originaria de la Franja. En esta política de expulsión de la población palestina juega un papel crucial la destrucción de su sistema educativo en general y de la educación superior en particular para que los palestinos abandonen toda esperanza en su futuro si permanecen en Palestina. El silencio de las universidades públicas no puede hablar más claramente de su dejadez de funciones en tanto que institución básica para la crítica y la libertad de expresión.
Las instituciones universitarias y de educación superior deben ser protegidas y reconocidas como un santuario libre de violencia colonial. En ellas radica la capacidad de los palestinos de crear su memoria colectiva y de escribir su historia. Sin embargo, cada universidad ha sido parcial o completamente destruida por los ataques del ejército de Israel. Han sido atacadas con drones, tanques, explosivos y ataques aéreos directos e indirectos. 90.000 alumnos de las universidades de Gaza ya no pueden acceder a la universidad, el 60% de las escuelas y todas las universidades de Gaza han sido parcial o totalmente derruidas, destruyendo así el mismo futuro educativo para los niños y jóvenes.
En Cisjordania, el ejército de Israel hace redadas regularmente, por poner algunos ejemplos recientes: 7/3/2018; 26/3/2019;10/1/2022; 6/11/2023. Desde 1982, más de 2000 estudiantes de la Universidad de Birzeit, en Cisjordania, han sido encarcelados y más de 30 estudiantes de esa universidad han sido asesinados bajo la ocupación israelí. Sin embargo, está aprovechando esta fase del conflicto para aumentar su violencia contra las universidades de todo Palestina. El pasado 15 de enero el ejército de Israel asaltó el campus de la Universidad An-Najah en la Cisjordania ocupada y detuvo a 25 estudiantes. Los ataques a los estudiantes, profesores e instituciones de educación están sucediendo en todos los territorios palestinos.
Esta violencia contra las instituciones educativas comprende tres fenómenos distintos pero interconectados: la destrucción de la infraestructura educativa en Gaza, el asalto y asedio de las universidades en Gaza y Cisjordania, así como el acoso y ataques a los profesores y estudiantes que apoyan la causa palestina en el sistema universitario israelí. Este fenómeno ha sido definido como escolasticidio. Todas y cada una de las universidades de Gaza han sido bombardeadas desde octubre: la Universidad Islámica de Gaza ha sido bombardeada; Al-Azhar, Al_Aqsa ha sido bombardeada; la Universidad Abierta Al-Quds ha sido bombardeada; el College Universidad de Ciencias Aplicadas ha sido bombardeada; la Universidad de Palestina ha sido bombardeada; la Universidad Al-Israa ha sido bombardeada; la Universidad de Gaza ha sido bombardeada; el College Técnico Palestino ha sido bombardeado; el College Palestino de Enfermería ha sido bombardeado; el College Árabe de Ciencias Sociales ha sido bombardeado.
La destrucción sistemática de las universidades de Palestina no solo incluye sus edificios e instalaciones, sino que también tiene por objetivo a los profesores universitarios, 94 profesores universitarios han sido asesinados, muchos de ellos han sido objeto de ataques dirigidos para acabar específicamente con sus vidas. Por poner solo tres ejemplos, el presidente del College Universitario de Ciencias Aplicadas de Gaza, el Dr. Said Al-Zubda fue objeto el pasado 31 de diciembre, junto a su familia, de un ataque aéreo israelí que acabó con sus vidas. El conocido catedrático de psicología Dr. Fadel Abu Hein que trabajaba en el campo de la salud mental fue asesinado este 23 de enero por francotiradores del ejército israelí. Más repercusión ha tenido el caso del asesinato el 7 de diciembre, junto a su familia, del poeta y profesor universitario Refaat Alarer en un ataque aéreo con drones. El profesor Alarer era conocido como la ‘voz de Gaza’ y su poema, Si yo muero, tú debes vivir para contar mi historia’ debiera sacudir lo más hondo de nuestra conciencia.
Semejante nivel de violencia genocida no sería posible sin el silencio cómplice de muchas instituciones. Por eso, debería también alarmarnos que nuestras universidades públicas hayan permanecido calladas durante más de tres meses presenciando la destrucción de las universidades palestinas y el asesinato de nuestros homólogos palestinos. Este silencio cómplice es la prueba de la crisis de libertad académica que estamos viviendo y que no se conocía en los últimos cuarenta años. El miedo a expresarse parece extenderse por la mayoría de departamentos y facultades por temor a las consecuencias de exponerse ante unas universidades alineadas con el proyecto de las instituciones europeas y occidentales.
Es cierto que la universidad española adolece de todos los males de la universidad neoliberal, su obsesión por las métricas, rankings, acreditaciones, papers, plazas y financiación, a lo que se deben sumar los males endémicos de esta institución, el clientelismo y nepotismo de los departamentos y sus cátedras, con sus abusos de poder y sus décadas de precariedad laboral. Pero si perdemos nuestra capacidad de intervenir en la vida pública y de debatir críticamente en las aulas sobre colonialismo, desigualdades norte-sur, derecho internacional, crímenes de guerra, vulneraciones de derechos humanos por miedo a la censura y a ser cancelados será la muerte de la Universidad. ¿Cuál es el límite que estamos dispuestos a soportar? ¿Cuándo seremos capaces de romper esta mordaza que nos paraliza? Si callamos ahora ante este genocidio porque el miedo nos atenaza, ¿seremos capaces de volver a levantar nuestra voz? Aunque nuestros cátedros, jefes de departamento, decanos y rectores tengan el poder de negarnos la financiación necesaria para nuestra investigación y las plazas para conservar nuestro trabajo, debemos ahora romper el silencio ante este genocidio como académicos y como trabajadores de una institución que debe ser el garante de la crítica, del pensamiento y de la libertad de expresión.
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