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ENTREVISTA Autor de 'Ni una, ni grande, ni libre'

Nicolás Sesma: “Franco firmó una bajada de pantalones con EEUU mientras hablaba de orgullo nacional”

Pau Rodríguez

Barcelona —
3 de junio de 2024 21:58 h

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Nicolás Sesma (Vitoria, 1977), historiador aragonés en la Universidad Grenoble Alpes, en Francia, recibió en 2018 el encargo de escribir una breve historia del franquismo para las generaciones nacidas en democracia. Cinco años después, sonríe hoy, cerraba más de 500 páginas de lo que finalmente ha sido Ni una, ni grande, ni libre. La dictadura franquista (Editorial Crítica), un exhaustivo repaso a las dinámicas y estructuras de poder que rodearon a Francisco Franco durante 40 años. 

Medio siglo de democracia puede haber deformado su figura como la de un caudillo torpe y aislado, pero nada más lejos de la realidad. Franco fue hábil para sacar provecho del contexto internacional, se dejó aconsejar con acierto y promocionó a tecnócratas bien formados que alargaron la vida del régimen.

En un libro plagado de citas literarias y cinematográficas, Sesma destaca una por encima de las demás: la de la serie The Wire, pronunciada por el policía Lester Freamon sobre las aptitudes de la mafia de la droga: “Motherfuckers do learn”. Los cabrones aprenden. “Resume la idea de que las dictaduras aprenden. También la de Franco, claro”, dice. 

Una de las imágenes a las que recurre es la contraposición entre el Valle de los Caídos, que suele centrar todas las miradas, y el cementerio de Mingorrubio. 

El Valle de los Caídos me parece el árbol que no deja ver el bosque. Con semejante monumentalidad, y Franco hasta hace poco enterrado en la cripta, parece que la dictadura se puede resumir en su figura. Pero la naturaleza del régimen como proyecto colectivo se parece más a Mingorrubio, donde está enterrada una representación de todos los sectores sociales y de todos sus apoyos. Arias Navarro, Carrero Blanco, el constructor José Banús de Puerto Banús, la capilla de los Escrivá de Balaguer, Carmen Polo, ministros como Demetrio Carceller y Pedro Nieto Antúnez… ¡Y encima está Trujillo, el dictador de República Dominicana, de invitado!

La idea que mueve el libro es que la dictadura no fue solo cosa de Franco. ¿Por qué creyó necesario desarrollar ese concepto? 

En otras dictaduras se ha hecho este análisis. Con Hitler, al principio se hablaba de hitlerismo y se le echaban todas las culpas a él. Luego los estudiosos alemanes vieron que a los generales del ejército les convenía decir esto, igual que a la Administración… Lo que yo hago es aplicar esa interpretación al caso español. Porque cuando rascas ves que la clase política es muy amplia, que hay muchos apoyos en cuadros intermedios y sectores sociales. La clase política franquista actuaba a menudo con autonomía, sabiendo lo que era bueno para el régimen. 

¿Franco aprendió de los errores de los regímenes fascistas de Alemania e Italia? 

Franco tenía muy cercana la experiencia de la dictadura de Primo de Rivera, que fue como un ensayo general. Identificó bien sus problemas para mantenerse en el poder y estaba obsesionado con no repetir esos errores. No quería un rey como jefe del Estado por encima de él, como le pasó a Primo de Rivera o a Mussolini; y quería una base autónoma de poder, que es lo que le daba Falange, su escudo ante sus compañeros del ejército y los monárquicos. Y luego aprende mucho de Mussolini. Cuando ve hasta qué punto la caga al entrar en la guerra se da cuenta de que hay que escuchar a quien le aconseja. 

Se deja aconsejar por Carrero Blanco para acercarse a Estados Unidos. Un movimiento decisivo para la consolidación del régimen. 

Franco era profundamente antiamericano, porque estaba formado en el mundo gallego relacionado con el poder naval y la pérdida de las antiguas colonias. Pero se dio cuenta de que en la posguerra el primo de Zumosol era Estados Unidos. Carrero Blanco se lo dice en varios informes, que no hay alternativa. Lo que hace bien Franco es que una vez hace el paso, lo asume como propio y parece que siempre haya estado ahí y va hasta el final con ello. 

¿Cómo logró el régimen franquista compaginar ese acercamiento a las democracias occidentales con una política interior represiva y nacionalista? 

Es lo que se llama el doble discurso. Uno de cara al exterior, que consistía en lo que usted se sirva. Firma un acuerdo bilateral con Estados Unidos con el que enajena la soberanía nacional, almacena bombas nucleares… Una bajada de pantalones en toda regla. Pero de cara al interior, y de cara a una población sin acceso a fuentes de información alternativas, se habla del orgullo nacional le pese a quien le pese. Un buen ejemplo es la película Bienvenido, Míster Marshall, que en realidad representa un cierto desahogo nacionalista para el público interno. 

De cara al exterior, Franco firma un acuerdo bilateral con Estados Unidos que es una bajada de pantalones en toda regla. Pero de cara al interior se habla del orgullo nacional le pese a quien le pese

Hubo episodios, quizás poco conocidos, en los que esa tensión entre ambos discursos afloró. Como con la visita de Isabell II a Gibraltar.

El 1954 visitó el Peñón y hubo la típica organización de una manifestación para ir a tirar piedras a la embajada británica. El ministerio previó incluso un camión de cascotes para que los tiraran. Pero el embajador británico llamó al ministro de Gobernación y entonces este le dijo a la policía que cargara a caballo contra los estudiantes del SEU (el sindicato estudiantil vinculado a Falange). Para un libro anterior hablé con algunos de esos estudiantes y me dijeron que esa experiencia fue para ellos descubrir que lo que les decía el régimen era mentira. Porque lo que leyeron al día siguiente en el periódico Arriba no era verdad, claro. 

¿Franco siempre supo contener el impulso antiamericano de Falange? 

Falange sabía que no podía morder la mano que le daba de comer. El que aseguraba los garbanzos era Franco. ¿Qué iban a hacer? ¿Romper la baraja? Le puedes criticar en el bar, pero no más. 

¿Cree que se ha menospreciado el papel de Falange a lo largo de la dictadura? 

A menudo parece que Falange haya desparecido. Después de 1945 se dice que entra en descomposición. En el 51, también. En el 56 lo vuelven a decir. Pero Falange tenía salud de hierro y sobrevivió al dictador, porque acabó en abril del 77. Si sales del enunciado de las leyes y ves lo que pasa en el terreno se comprueba hasta qué punto estaban presentes en el entramado de poder. Por ejemplo, se prohibió el saludo brazo en alto, pero en Sevilla en 1946 un capitán general no se atrevió a hacerlo y la responsable de la sección femenina provincial, María de Miranda, le llama cobarde y lo hacen. 

En el caso Matesa, el director general de Aduanas era falangista convencido, con carné, veterano de la División Azul. El del Supremo que lo juzgó, también. Toda la Administración estaba llena de falangistas. Adolfo Suárez, guste o no, fue vicesecretario general y penúltimo secretario general del Movimiento. Y su jefe de prensa, Fernando Ónega, era el editorialista del diario falangista Arriba. Todo el personal del Movimiento pasó sin solución de continuidad a la Administración del Estado. Yo cuando era pequeño iba a la Biblioteca Municipal de Huesca y nos atendían las que habían sido de la Sección Femenina.

Todo el personal del Movimiento pasó sin solución de continuidad a la Administración del Estado. Yo cuando era pequeño iba a la Biblioteca Municipal de Huesca y nos atendían las que habían sido de la Sección Femenina.

Otra concepción del franquismo que trata de revisar es la del aislacionismo. ¿No fue España un país aislado durante la dictadura?

Menos de lo que parece. El régimen siempre estuvo en contacto con el exterior. En la inmediata posguerra, en lo que sí fue el aislamiento, se activó la diplomacia de sustitución con América Latina, con países que eran a su vez dictaduras; el protocolo con Perón para salvar España de la hambruna, los contactos con la Liga Árabe, con las redes católicas internacionales… El arzobispo de Nueva York, Francis Spelman, viene de viaje a España. William Beveridge, arquitecto del sistema de bienestar británico, es invitado a la facultad de Ciencias Políticas en 1944. Y viene. Lo que le pasó a Franco es que tuvo la suerte de conquistar un Estado con una presencia diplomática fuerte. 

España tenía consulados incluso por encima de sus capacidades, un personal diplomático muy bien formado y que sabía tocar sus teclas perfectamente. Francia restablece las relaciones comerciales casi después de la liberación. Lo dijo De Gaulle: “Las piritas de hierro no tienen ideología”. 

La consolidación del franquismo no se entendería sin el contexto geopolítico de posguerra mundial y la Guerra Fría, que lo facilitó. ¿Tampoco se entendería sin su habilidad para sacarle partido? 

Son las dos cosas. Tuvo mucha suerte, efectivamente la Guerra Fría lo salvó. 

Cita al escritor Agustín de Foxá, en referencia a la Guerra de Corea: “El paralelo 38 nos ha convertido en demócratas”.

Lo habían mandado de embajador cultural a América Latina y en Cuba le recibieron con huevos. Se lo explicaba por carta a su madre, que le llamaban “asesino de Lorca”. Pero después, cuando empieza la Guerra de Corea, le reciben con aplausos. ¡Bendito Paralelo 38! Es cuando en el Pentágono dicen que hay que meter a España en el perímetro defensivo de una manera u otra. Pero Franco juega bien sus cartas, que pasan por decir a los americanos que pueden hacer lo que les de la gana en territorio nacional. 

El régimen también supo aprovechar el contexto internacional con el Plan de Estabilización que llevó al desarrollismo, presentado por algunas voces como un mérito de Franco. 

No se puede entender el Plan de Estabilización sin comprender que hubo planes iguales en muchísimos países en esa época. Y todos seguían la misma fórmula, el libreto económico del FMI y el Banco Mundial. En Paraguay, Bolivia, Argentina… Y sobre todo el Plan de Estabilización francés. La convertibilidad de la peseta tenía que hacerse. No es que Franco se levantara un día queriendo cambiar la economía del país. Fue un trabajo colectivo de cuadros de los ministerios económicos y agregados comerciales en las embajadas que decían que la política española abocaba al colapso. 

Cuando a Franco le explican y le presionan distintos sectores, al final ve que no hay otra manera. Y de nuevo, una vez aceptado, parece que siempre lo ha defendido. Y es cuando empieza esa patraña de que él quería crear la clase media. Una mentira escandalosa, porque en la Guerra Civil lo que hace es masacrar la clase media urbana, que nutre a los partidos republicanos, igual que lamina la reforma agraria. 

No es que Franco se levantara un día queriendo cambiar la economía del país. Fue un trabajo colectivo de cuadros de los ministerios económicos y agregados comerciales en las embajadas que decían que la política española abocaba al colapso.

Su obra se centra más en explicar el funcionamiento y dinámicas de las estructuras de poder franquistas que en su aspecto represivo. ¿A qué se debe?

Lo que yo quería es que la represión no me hiciera dejar de lado otros factores de análisis. En el primer capítulo intento explicar la lógica que guía la represión del régimen, que se aplica con mayor número en la posguerra, sigue siendo la misma a lo largo de toda la dictadura. Los cimientos de la dictadura son la represión y no se mueven en el edificio franquista durante todo el período. Pero dicho esto, vamos a ver el resto. 

De la relación entre la represión y el entorno de Franco resulta llamativo como hizo partícipe a todos los miembros del Gobierno de firmar las condenas a muerte.

Aquí vemos el carácter colectivo otra vez. Cuando se condena a muerte a Julián Grimau, en 1963, lo que empieza a ver Franco es que en el Consejo de Ministros hay gente que no son veteranos de la guerra, que intentan crearse una imagen más moderada, más moderna… El caso de Manuel Fraga es evidente, pero también el ministro de Exteriores, Fernando María Castiella. Entonces Franco dice que debe ser decisión colegiada y deben firmarlo todos, por unanimidad. Quien no lo firme, puerta. ¿Y quién se borró? Nadie. Suárez tuvo suerte de que no lo nombraron ministro en los últimos fusilamientos de septiembre de 1975 y así se ahorra firmarlas. 

¿Cree que se está desdibujando la idea de lo que fue el régimen, 50 años después?

Depende de a quien preguntes. Creo que en mi generación, nacida a finales de los 70, ya en democracia, no. Esta suele partir de una posición naturalmente antifranquista. Pero la generación que llega hoy a los institutos, quizás por contestación a sus padres, o por la desinformación que abunda en las redes sociales, tiene esa imagen más desdibujada. Quería aprovechar todo lo que ha hecho mi generación de estudios locales y provinciales, que se queda a menudo en el ámbito académico, para acercarlo al gran público, pensando también especialmente en los profesores de Secundaria. 

La Segunda República podía tener muchas deficiencias, pero era un régimen democrático, parlamentario, con alternancia de poder, con voto femenino. Si alguien prefiere una dictadura a eso, pues que lo diga abiertamente.

En los últimos años hemos visto como se aprobaba la Ley de Memoria Histórica y se sacaba a Franco del Valle de los Caídos, pero al mismo tiempo crecen partidos de extrema derecha como Vox, con un discurso abiertamente revisionista sobre esa etapa. ¿Cree que estamos en una encrucijada?

Probablemente, sí. Los historiadores somos malos profetas. La salida de Franco del Valle de los Caídos es pura higiene democrática, y el Gobierno hizo bien con independencia de lo que dijeran los sondeos de opinión, donde predominaba la indiferencia. La Ley de Memoria Democrática es modélica. La de Aragón, por ejemplo, que acaban de suprimir [PP y Vox] tenía un texto impecable. Estamos en una encrucijada porque hay un partido de extrema derecha fuerte que hace que una visión nostálgica de esa época encuentre cierta legitimación en la opinión pública. 

En Francia sucede lo mismo con Éric Zemmour, que intenta blanquear el régimen de Vichy y la figura de Pétain. Y Macron ha jugado a la ambigüedad diciendo que fue el héroe de Verdún y la Primera Guerra Mundial. De hecho lo que sucede en Francia es que se usa el revisionismo en España como ensayo general para hacer lo propio con la Francia de Vichy. Si consigues que el público francés acepte que Franco no era tan malo y que la Guerra Civil era culpa de la izquierda, entonces estarás en condiciones de hacer pasar la píldora sobre la Francia de Vichy. Por eso se habla tanto del libro de Pío Moa en Le Fígaro. 

¿En qué consistiría esa “píldora” en España?

Es la que les hicieron tragar a Italia, la de que en el fondo lo que hizo mal Mussolini fue apoyar a Hitler, pero que su política no era tan mala. En España sería tragar con que la izquierda tuvo parte de la culpa del golpe de Estado, del que Franco es el único culpable. Él y los generales. Punto y final. La Segunda República podía tener muchas deficiencias, pero era un régimen democrático, parlamentario, con alternancia de poder, con voto femenino. Si alguien prefiere una dictadura a eso, pues que lo diga abiertamente.