Cada persona que haya pasado por el Banc Expropiat a lo largo de estos más de cuatro años contará una historia particularmente distinta. Cientos, miles de vivencias complementarias que tienen un común denominador: el apoyo mutuo. O -en palabras del propio documental del Banc que puede verse en la plataforma Vimeo bajo el nombre “El banc resisteix”- el soporte mutuo.
Mi llegada vino de la mano de los libros. Haces limpieza, te das cuenta de que tienes volúmenes que ya no necesitas pero que no quieres tirar, y alguien te habla de un lugar que sirve de punto de encuentro para recibir, pedir, dar y compartir.
Al preguntar el porqué del Banc Expropiat creo que hay que tener presente dos aspectos: la falta de espacios públicos en los que se puedan desarrollar un conjunto de actividades en el barrio y la explosión de la burbuja inmobiliaria con la posterior crisis económica y social.
Para el primer punto debemos remontarnos a 1986, al Plan Especial de Mejora, Protección i Reforma Interior de la Vila de Gràcia -en adelante PEMPRI- y a los seis Planes Especiales de Mejora Interior -en adelante PERI-. Dichos planes fueron planteados como indispensables para el correcto funcionamiento de Gràcia y debían, en principio, abrir nuevas vías, dotar de múltiples equipamientos e incorporar múltiples espacios libres y plazas a la vila.
Lo cierto es que 25 años después, un buen número de las intervenciones contempladas en el PEMPRI no se habían desarrollado. Prueba de ello es que en 2011 los alumnos de la escuela Univers ya llevaban dos cursos en barracones y les quedarían otros tres para poder ser desplazados a un edificio en condiciones.
Y entonces la burbuja explotó, acentuando una serie de necesidades que no habían sido cubiertas hasta el momento.
En ese contexto, el 22 de octubre de 2011 se ocupa un local situado en Travessera de Gràcia, junto al mercado de la Abacería, que anteriormente había sido una sucursal bancaria. En el centro de la vila, punto de cruce y parada de cualquiera de los vecinos. Y se decide que el Banc Expropiat sea de quien lo usa, un servicio hecho por y para quien quiera disfrutarlo. Es importante señalarlo: no nace de la caridad, sino de la voluntad de que la propia sociedad genere redes colaborativas entre sus vecinos, independientemente de su situación personal.
Allí son bienvenidos todos, jóvenes, jubilados, inmigrantes, activistas, amas de casa, fontaneros y en definitiva cualquiera que desee aportar, recibir y hacer red. La premisa es clara: todo el que cruza la puerta es igual que los demás.
Con el tiempo el Banc Expropiat deja de ser algo nuevo, alternativo, okupa, para convertirse en un servicio más del que disponer y al que servir. Se crea una sección de vivienda para asesorar y ayudar a quien pueda tener estos problemas, un banco de alimentos, un supermercado gratuito en el que coger desde ropa hasta libros; clases, charlas, ciclos y hasta tablones con ofrecimientos y peticiones de servicios. Es un bullicio constante de distintos agentes, con necesidades y capacidades diferentes, que se cruzan, conocen y trabajan conjuntamente.
Y es también un elemento integrador. El entorno perfecto para que gente aparentemente sin lugares comunes se ponga de acuerdo para mantener y dar vida a un proyecto.
El Banc Expropiat nació de la necesidad tangible de parte de la comunidad y de una oportunidad de satisfacerla, pero superó con creces esa necesidad para aspirar a ser algo más transversal y común en el que cupiera todo el mundo.
Con su pérdida no sólo desaparece un servicio esencial para una buena parte de sus usuarios, sino que también perdemos uno de esos raros lugares que no abundan en una gran ciudad para conocer, relacionarse y ponerse en la piel de gente que simplemente escapa de nuestro entorno cotidiano más inmediato.
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