Una de las primeras declaraciones oficiales y uno de los acuerdos finales de la cumbre del G-20 celebrada en China fue que hay que impulsar un crecimiento de la economía fuerte, sostenible, equilibrado e inclusivo. Este redactado puede contentar a sectores de la población que ven o sufren la desigualdad pero que a la vez se creen el mensaje oficial de que la única salida es el crecimiento económico. En cambio, muchos economistas y los movimientos ecologistas no compran esta idea. Veamos por qué.
Primero, ¿qué significa crecimiento económico? A grandes rasgos, se refiere al incremento del PIB, que mide el valor monetario de los bienes y servicios producidos (valor de mercado de los bienes comercializados y coste económico de los bienes y servicios públicos), dejando de lado lo que no tiene relación con el mercado, como el trabajo doméstico no remunerado.
En España, con unos niveles de paro escandalosos, se nos ha repetido hasta la saciedad que para salir de la crisis había que crecer. Analizando los datos del PIB se ve que, en 2008, año en el que estalló la crisis, el PIB era el más elevado desde que hay registros y que, tras una bajada progresiva, a partir de 2013 no ha parado de subir. Mirando los datos del paro, las tímidas subidas del PIB en el periodo 2008-2015 corresponden a tímidas bajadas del paro, pero mirando antes de 2008, se ve que el paro no dejó de subir desde 2006, coincidiendo con incrementos del PIB del 4%. Es decir, no se puede establecer una relación directa entre crecimiento económico y creación de empleo, como nos quieren hacer creer, pues influyen otras variables.
De hecho, la reforma laboral del PP, elaborada en teoría para facilitar la contratación en las empresas, ha tenido como consecuencia despidos masivos y nuevos contratos temporales y precarios. Así, a pesar de 3 años seguidos de crecimiento moderado, la situación laboral no ha mejorado como se preveía.
Es fácil ver cómo en estos últimos años las grandes empresas han multiplicado sus beneficios mientras despedían a personal o lo contrataban en precario. ¿A quién beneficia pues el crecimiento? Si lo miramos desde el punto de vista ecológico, la cosa es mucho peor.
El axioma del crecimiento sostenido no se aguanta por ningún lado. El modelo productivo está basado en la extracción de materiales de la tierra para producir bienes, y estos materiales son finitos, con lo que es fácil ver que no se puede crecer infinitamente si la materia prima es finita. Por otra parte, el PIB no recoge ciertos indicadores muy relevantes, tales como el impacto medioambiental de la extracción de materias, el voluntariado o la economía de los cuidados no remunerada, ambos en fase creciente debido al aumento de personas en riesgo de exclusión y del envejecimiento de la población.
El PIB, que como vemos sólo mide 'dinero', no calidad de vida, tiene paradojas importantes, como demostró el desastre del Prestige. El gran impacto ecológico del derrame de crudo no se contabiliza como 'deber', pero en cambio los materiales y servicios utilizados en los trabajos de limpieza cuentan como 'haber'. Es decir, ¡el vertido del Prestige tuvo un impacto positivo sobre la economía! Otra paradoja es el tratamiento de los residuos generados por este sistema depredador. Sólo se cuentan en el PIB los servicios de tratamiento de residuos, pero no el impacto de todos aquellos residuos no tratados.
Así pues, el crecimiento sostenido o infinito tiene un impacto enorme sobre los recursos naturales, y pierde el foco del mundo que dejaremos a las generaciones futuras, no ya sólo en el aspecto ambiental, sino en el aspecto económico según los mismos parámetros que defienden. ¿Cómo piensan crecer cuando ya no haya más recursos naturales para producir bienes?
Ahora hablan de crecimiento sostenible e inclusivo, en un intento de apaciguar el descontento de las clases trabajadoras, pero según la definición más universal de crecimiento sostenible, esto implica proteger el medio ambiente, reducir las emisiones y evitar la pérdida de diversidad, tres características totalmente incompatibles con un sistema extractivista, generador de residuos y basado en combustibles fósiles. Un desarrollo (que no crecimiento) sostenible sería aquel que satisface las necesidades básicas de la población sin comprometer los recursos y posibilidades de generaciones futuras.
¿Creen en serio que los miembros del G-20 van en esta línea?
El hecho es que cada año que pasa agotamos un poco antes los recursos naturales, es decir, consumimos más recursos que los que el planeta es capaz de generar. Este 2016, la fecha fatídica (llamada Día de la Sobrecapacidad de la Tierra) ha sido el 20 de agosto, con 4 meses todavía para llegar a fin de año.
Una vez argumentado que el crecimiento sostenible que plantean es un oxímoron, sólo queda el concepto “inclusivo”. Y para hacer inclusivo el modelo económico se deben activar mecanismos de reparto de la riqueza, ya sea con políticas públicas, reduciendo el tiempo de trabajo para facilitar el acceso de más personas al mercado laboral, incorporando al mercado aquellos trabajos no remunerados que se hacen para cubrir necesidades sociales, o tratando de nivelar un poco las retribuciones reduciendo la brecha salarial entre trabajadores y directivos. Tampoco parecen dispuestos a ello, a la vista de los salarios y bonificaciones estratosféricos de los dirigentes y consejeros de empresas y bancos, y de que ni siquiera son capaces de luchar contra el fraude y los paraísos fiscales. Sólo esta medida supondría muchos ingresos a los estados que podrían dedicarse al bienestar de la ciudadanía.
Así pues, parece poco probable que las buenas intenciones expresadas en el comunicado se pongan en práctica. Un engaño total.