Millones de trabajadores y cientos de millones de personas están expuestas al uso de pesticidas y herbicidas en el mundo. Recientes revisiones sobre exposición a pesticidas y herbicidas, para los que trabajan en su fabricación, lo aplican en la agricultura y jardinería o están expuestos por proximidad a su uso, han mostrado claramente que aumentan el riesgo de tumores hematológicos como leucemias, linfomas y mielomas. Algunos como el DDT se han prohibido y la industria productora busca nuevos compuestos sin efectos perjudiciales.
El glifosato se introdujo en el mercado europeo en 1974, patentado por la multinacional Monsanto, se ha convertido en el herbicida de mayor producción y venta en el mundo, usado en la agricultura, bosques, parques urbanos y jardines familiares, y hasta en vías del ferrocarril. Actúa interfiriendo la producción enzimática de ciertos aminoácidos que son esenciales para el crecimiento de las plantas. Se detecta en el aire (por las fumigaciones áreas) y en el agua. Se puede medir asimismo en la sangre y orina de los trabajadores que lo aplican, lo que indica su absorción. Un estudio en diferentes áreas de Colombia ha detectado, en la sangre de residentes en comunidades próximas a las áreas de fumigación, algunos marcadores de daño cromosómico.
Tiene la particularidad que variedades de cultivos genéticamente modificados (como la soja) han sido modificados para resistir a la aplicación de glifosato. Es decir su aplicación en un cultivo, elimina las malezas indeseables, excepto a las plantas genéticamente modificadas, lo que ha hecho que su uso haya tenido un crecimiento exponencial. Las semillas de plantas genéticamente modificadas son producidas mayormente asimismo por Monsanto, que controla una parte muy importante del proceso de cultivo y comercialización de granos genéticamente modificados.
En marzo del 2015, un comité de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC) de la OMS, integrado por 17 expertos de 11 países evaluó la evidencia de carcinogénesis del Glifosato y otros herbicidas. El comité concluyó clasificando al glifosato como “probable cancerígeno para humanos (categoría 2A) debido a la evidencia suficiente de carcinogénesis en animales, limitada evidencia de carcinogénesis en humanos y fuerte evidencia de efecto a través de dos mecanismos de carcinogénesis.”
La evidencia de estudios epidemiológicos en humanos indica un aumento de riesgo del linfoma no-Hodgkin (NHL), aunque los resultados no son totalmente consistentes y hay relativamente pocos estudios. Un amplio estudio caso-control de base poblacional en Suecia, con más de 900 casos, encontró una duplicación del riesgo del NHL por el uso de glifosato, en comparación al no uso, con cierta evidencia de una aumento de efecto frente a un aumento de la intensidad de exposición.
Otro amplio estudio caso-control de base poblacional en Canadá, con más de 500 casos de NHL, encontró un aumento del 20% de riesgo, aunque no fue significativo. Finalmente un análisis conjunto de 3 estudios caso-control sobre el uso de 47 pesticidas en la agricultura por varones en EEUU, realizados por el Instituto Nacional del Cáncer, con más de 3.400 casos de NHL observó un aumento significativo de riesgo de NHL para agricultores que han utilizado el glifosato, respecto a los que no lo han utilizado. Sin embargo otro estudio prospectivo sobre el uso de pesticidas en la agricultura en EEUU, (Agricultural Health Study) realizado también por el Instituto Nacional del Cáncer no observó en cambio un aumento de riesgo de NHL para los aplicadores de glifosato. Hay que señalar que este resultado está basado solo en un reducido número de 36 casos de NHL con exposición a glifosato y con un relativamente corto período de seguimiento (6.5 años), que es menor al período de latencia habitual de estos tumores. Los resultados sugieren en cambio una asociación con el mieloma múltiple. Finalmente, un reciente meta-análisis que ha combinado los diversos estudios realizados, observó un aumento del riesgo de NHL del 30%, en el límite de la significación estadística.
Las investigaciones en animales han mostrado que el glifosato induce la aparición de tumores renales, hemangiosarcoma, adenomas de páncreas y tumores de piel. En los estudios sobre mecanismos de carcinogénesis se ha demostrado que el glifosato induce estrés oxidativo en estudios en células humanas y de animales, e induce además daño en el DNA y en los cromosomas.
Esta evidencia en conjunto, no alcanza para clasificar al glifosato como seguro cancerígeno para el hombre, pero si es suficiente para considerarlo como probable cancerígeno y requerir la aplicación de un mínimo principio de precaución hasta disponer de evidencias definitivas. Sin embargo, sorprendentemente, poco después de la evaluación de la IARC-OMS, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), publicó una evaluación preparada por el Instituto Federal Alemán de Evaluación de Riesgos (BfR), que concluye que “es poco probable que el glifosato comporte un riesgo de carcinogénesis para humanos y la evidencia no soporta una clasificación en relación a su potencial carcinogenicidad”.
Un reciente artículo firmado por 94 investigadores de prestigio y con amplia experiencia en riesgos ambientales y ocupacionales, de diversos países del mundo, analiza las diferencias entre el informe de la IARC y el de la EFSA. Describen meticulosamente los argumentos utilizados por los dos informes y consideran que existen serias deficiencias científicas tanto metodológicas como conceptuales en el informe de la EFSA que le llevan a caracterizar incorrectamente la falta de potencial carcinogenicidad del glifosato. Señalemos como ejemplo que la EFSA utiliza datos de investigación animal de estudios proporcionados por la industria que no están publicados, ni sometidos a la mínima transparencia científica y que cuestiona sin una clara justificación los hallazgos de los estudios epidemiológicos que se han realizado de acuerdo a criterios científicos establecidos.
Tengamos presente que la cuestión es muy seria por el potencial impacto del glifosato, dado su uso intensivo y extensivo como pesticida. Nadie puede ignorar las profundas repercusiones económicas que tiene la evaluación de uno de los herbicidas más utilizado en el mundo y que es comercializado por más de 40 compañías en Europa. Hay muchísimos ejemplos en la historia reciente de evaluación de riesgos ambientales con enormes conflictos de intereses. Las noticias de prensa nos informan que si bien el Parlamento Europeo aprobó recientemente una moción en la que se solicitaba restringir la autorización del uso del glifosato a 7 años y prohibir el producto en zonas escolares y parques públicos, la Comisión Europea planea renovar la licencia del glifosato por 10 años, sin apenas restricciones. Lo que es más grave, es que en las filtraciones sobre el tratado de libre comercio entre EEUU y Europa (TTIP) que negocia la CE con tanto sigilo, se ha señalado que contemplaría la eliminación del principio de precaución para sustancias químicas y pesticidas peligrosos, lo que eliminaría las barreras para proteger a los consumidores y trabajadores. Sería indudablemente un grave atentado a la salud de la población. Es una obligación de todos impedirlo.
Millones de trabajadores y cientos de millones de personas están expuestas al uso de pesticidas y herbicidas en el mundo. Recientes revisiones sobre exposición a pesticidas y herbicidas, para los que trabajan en su fabricación, lo aplican en la agricultura y jardinería o están expuestos por proximidad a su uso, han mostrado claramente que aumentan el riesgo de tumores hematológicos como leucemias, linfomas y mielomas. Algunos como el DDT se han prohibido y la industria productora busca nuevos compuestos sin efectos perjudiciales.
El glifosato se introdujo en el mercado europeo en 1974, patentado por la multinacional Monsanto, se ha convertido en el herbicida de mayor producción y venta en el mundo, usado en la agricultura, bosques, parques urbanos y jardines familiares, y hasta en vías del ferrocarril. Actúa interfiriendo la producción enzimática de ciertos aminoácidos que son esenciales para el crecimiento de las plantas. Se detecta en el aire (por las fumigaciones áreas) y en el agua. Se puede medir asimismo en la sangre y orina de los trabajadores que lo aplican, lo que indica su absorción. Un estudio en diferentes áreas de Colombia ha detectado, en la sangre de residentes en comunidades próximas a las áreas de fumigación, algunos marcadores de daño cromosómico.