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Lo importante no es participar sino que no ganen los malos

Políticos de todos los colores suelen decir aquello de que “es importante que la gente vote, aunque no nos vote a nosotros”. Es evidente que no se lo creen, que lo dicen para quedar bien y que preferirían mil veces que no votasen antes que hacerlo por un partido rival. Como los entrenadores que prefieren jugar mal y ganar, los políticos prefieren una participación electoral baja si les beneficia.

Poned a un candidato ante la dicotomía de ser presidente del Gobierno con una participación baja o jefe de la oposición con una abstención mínima. No hace falta ni que esperéis su respuesta.

En las elecciones municipales nos encontramos con la tradicional preocupación por una baja participación. En citas electorales europeas anteriores mucha gente no participó porque creía que los eurodiputados no hacían gran cosa. Buenos sueldos, poco trabajo y discusiones sobre el tamaño de las naranjas o el color de los billetes del euro. En los últimos años, millones de ciudadanos han descubierto que las decisiones que se toman en Europa son decisivas en sus vidas. Los recortes sociales y el aumento del paro que han experimentado venían impuestos o provocados desde Bruselas.

La duda que tienen ahora es si los eurodiputados que se eligen el próximo día 25 influirán en la dirección de las políticas que se imponen desde Europa o serán simples testigos privilegiados, sin capacidad de modificarlas.

Ya han descubierto que los gobernantes locales hacen lo que les dictan desde el corazón europeo. Por tanto, el abstencionismo estaría más justificado en las elecciones generales o autonómicas que en las europeas. Pero la impresión generalizada es que los eurodiputados, aunque puedan elegir al futuro presidente de la Comisión Europea, no determinarán si se mantiene la compulsiva obsesión “austericida” o se la corta de raíz.

Visto así, la opción por la abstención es comprensible. Se puede interpretar como una actitud de protesta, de denuncia.

Curiosamente, se puede alcanzar una participación más elevada en países donde las elecciones tienen lecturas propias, alejadas del simple cómputo final del número de eurodiputados. En Cataluña, por ejemplo, los sectores partidarios de la independencia parecen muy decididos a participar en los comicios, pero no para elegir a parlamentarios que luchen contra las políticas de austeridad sino para poner de manifiesto la fuerza de la causa separatista.

En otros países, la abstención puede bajar, curiosamente, por la movilización de quienes quieren romper con Europa.

Yo firmaba, ahora mismo, porque haya una participación baja a cambio de que Jean Claude Juncker, el home que ha sido durante casi veinte años primer ministro del paraíso fiscal de Luxemburgo, no sea el próximo presidente de la Comisión Europea.

Lo que importa, en esta ocasión, no es participar sino que no ganen quienes han llevado Europa al desastre en los últimos cinco años.

Políticos de todos los colores suelen decir aquello de que “es importante que la gente vote, aunque no nos vote a nosotros”. Es evidente que no se lo creen, que lo dicen para quedar bien y que preferirían mil veces que no votasen antes que hacerlo por un partido rival. Como los entrenadores que prefieren jugar mal y ganar, los políticos prefieren una participación electoral baja si les beneficia.

Poned a un candidato ante la dicotomía de ser presidente del Gobierno con una participación baja o jefe de la oposición con una abstención mínima. No hace falta ni que esperéis su respuesta.