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Reconocer los trabajos de cuidado, hacer una Barcelona más justa

Todas las personas necesitamos que nos cuiden a lo largo de la vida y cuidaremos a personas próximas de nuestro entorno. La esencia del cuidado es la fragilidad que todas las personas evidenciamos en momentos de enfermedad, de dependencia y en determinadas circunstancias del ciclo vital. Y, claro, alguien nos cuida.

Mayoritariamente las familias y, específicamente, las mujeres. Este reparto desigual de los cuidados, una labor a menudo carente de reconocimiento simbólico o económico, es una de las mayores causas de las desigualdades existentes entre mujeres y hombres. Las consecuencias: peor posición en el mercado laboral, efectos negativos sobre la salud y una absoluta desprotección en la jubilación y la vejez.

En la economía actual existe una dicotomía que divide el mundo del trabajo entre el productivo y el reproductivo, y se niega lo que el cuidado aporta a la sociedad y la riqueza que genera para la economía mundial. Si fuera reconocido, si se contara su valor como ya se ha hecho en algunos países, las cifras del PIB de los estados europeos se multiplicarían y alcanzarían, como mínimo, una cuarta parte más de su volumen actual. Pero las políticas del bienestar, sobre todo en el sur de Europa, giraron en torno al trabajo productivo, dejando al margen todos los elementos propios del trabajo reproductivo, e ignorando, por lo tanto, todo lo relacionado con la reproducción y el cuidado de la vida.

Hay que replantear este diseño. Si trabajar es recibir una remuneración en contraprestación por unas actividades hechas en un tiempo determinado, la mayor parte del cuidado que recibimos a diario, en efecto, queda fuera. Pero si trabajar es crear valor social, el cuidado no es solo un trabajo: es la actividad que más riqueza genera y que, a su vez, necesita un volumen de tiempo de dedicación alto. Justamente por su importancia en la sostenibilidad de la vida, esta tiene que ser una responsabilidad compartida, con un peso importante de las administraciones.

Es necesario que incidamos en los diversos niveles administrativos para equiparar permisos de paternidad o maternidad, modificar los convenios laborales, dotar de más recursos la ley de dependencia, que ha sufrido graves recortes, reducir los riesgos laborales de las trabajadoras en el sector de la limpieza y el cuidado, exigir la adopción del convenio de la OIT o los cambios pertinentes en la ley de extranjería, promover un convenio de ámbito catalán de los servicios a las personas, diagnosticar la situación del régimen de internas... acciones que no dependen solo de los entes locales, pero en las que contribuiremos con entidades y colectivos que hace años que lo reivindican.

Como Gobierno de Barcelona queremos superar el marco fallido de la dependencia y estamos proponiendo medidas para potenciar las iniciativas comunitarias en el ámbito del cuidado, a través de fórmulas alternativas de vivienda con servicios, de vivienda compartida, con un refuerzo presupuestario importante para programas de atención a personas mayores sin red relacional o espacios de encuentro de personas cuidadoras.

Trabajaremos, también, para ampliar la cobertura y respuesta del Ayuntamiento, con la creación de un espacio de información y recursos para el cuidado, dirigido a las trabajadoras del sector y también a las personas y familias que requieren cuidados, ampliando el número de escoles bressol y espacios familiares o creando una bolsa de horas de canguro para personas en procesos de inserción laboral.

Y todavía quedará mucho por hacer porque son muchas las necesidades de cuidado que requieren respuestas en nuestras ciudades. Para hacer este camino, sin embargo, hace falta una apuesta firme de las administraciones para universalizar los servicios de cuidado y para favorecer una distribución igualitaria de las tareas del hogar entre las personas que lo integran.

Tenemos que hacer un esfuerzo por poner el cuidado de las personas en el centro de la economía, entendiendo economía como actividad humana que genera valor social, y no solo valor de mercado. Y por eso es necesario contribuir a sacar el cuidado de la reclusión y la invisibilización históricamente sufrida en el ámbito familiar, a desatarlo de la idea de que es una responsabilidad propia de las mujeres, y construirlo como un fenómeno objeto de intervención pública y de acción social y económica.

Todas las personas necesitamos que nos cuiden a lo largo de la vida y cuidaremos a personas próximas de nuestro entorno. La esencia del cuidado es la fragilidad que todas las personas evidenciamos en momentos de enfermedad, de dependencia y en determinadas circunstancias del ciclo vital. Y, claro, alguien nos cuida.

Mayoritariamente las familias y, específicamente, las mujeres. Este reparto desigual de los cuidados, una labor a menudo carente de reconocimiento simbólico o económico, es una de las mayores causas de las desigualdades existentes entre mujeres y hombres. Las consecuencias: peor posición en el mercado laboral, efectos negativos sobre la salud y una absoluta desprotección en la jubilación y la vejez.