Desde hace meses vemos como miles de personas refugiadas huyen, desesperadamente, de sus países en peligrosas travesías, encontrando la muerte, demasiado a menudo, en sus intentos de llegar a un país seguro que le ofrezca las mínimas garantías para continuar con su proyecto de vida. Una tragedia que, sorprendentemente, se ve cada día superada por una realidad más escalofriante.
Mientras tanto, sufrimos la inacción, la insolidaridad y la inoperancia de la mayor parte de los Estados europeos: el levantamiento de nuevas vallas, el cierre de fronteras, la desmemoria de muchos y la deshumanización de casi todos los gobiernos europeos en la peor crisis de personas refugiadas desde la Segunda Guerra Mundial. Un conflicto a partir del cual justamente se crearon todos los instrumentos internacionales necesarios para que un episodio como aquel no volviera a suceder y para garantizar la protección de aquellas personas que lo necesitasen. ¿Y qué pasó?
Este año el número de personas refugiadas que hay en el mundo, según datos de ACNUR- Agencia de la ONU para las personas refugiadas- supera los 60 millones de personas que huyen de guerras y de diferentes formas de persecución. Pero en el tratamiento de la crisis de las personas refugiadas, Europa ha decidido vulnerar los tratados internacionales que fueron creados para evitar situaciones como las que estamos sufriendo.
Ante tanta consternación e impotencia, sin embargo, hay también muestras de humanidad, pequeñas llamas, iniciativas individuales y colectivas, que tienden la mano a las personas refugiadas y les dicen que sí que son bienvenidas a nuestros países. Es lo que las personas refugiadas necesitan: dejar de huir, llegar a un lugar seguro, escoger donde continuar sus vidas, que se les garantice el derecho de asilo, y allá encontrar una verdadera sociedad de acogida, basada en la implicación de la ciudadanía a ofrecerles apoyo afectivo y social, y la solidaridad necesaria que les permita curar sus heridas.
Ya es suficientemente duro para una persona dejar de ser quien era: dejar su país, su vida, su posición social, sus amistades, la familia, los derechos adquiridos, etc. como para encima de todo este sufrimiento tener que emprender un viaje inacabable, y extremadamente peligroso, lleno de obstáculos, de represión y de muestras de incomprensión.
Es urgente que estas 'pequeñas llamas' se extiendan y acojamos, cada vez en más lugares, a las personas refugiadas que lo necesitan. Convirtiendo nuestras casas, nuestros barrios, nuestras ciudades, nuestros países en lugares acogedores, lugares en los que creemos los dispositivos necesarios para garantizar una buena acogida, individual y familiar, al mismo tiempo que nos impliquemos en las causas que originan personas refugiadas.
Dubravka Ugresic escribía en su novela El Ministerio del Dolor sobre su experiencia de exilio: “Necesitaba desesperadamente un refugio, un regazo cálido para cobijarme en él por un instante, para apagar mi dolor, para volver en mí, para volver en mi al menos por un momento”
Programas de mentoría: adecuado para estos casos
El asilo es responsabilidad del Estado, y la acogida de las personas solicitantes de asilo sin recursos económicos y sin red social de apoyo también, y así debe ser. El Estado tiene la obligación de garantizar y velar por estos recursos, pero eso no desmerece pensar en otras formas de acogida. Un programa de mentoría, coordinado por entidades o ayuntamientos, sería una buena experiencia compatible con el dispositivo de acogida del Estado. Las personas refugiadas se encuentran en diferentes situaciones, y eso obliga a contar con distintos programas de acogida adaptables a sus necesidades y sean adecuados a las distintas situaciones que viven.
Las ventajas de un programa de mentoría, en el que grupos de personas o familias acompañen a personas o familias, refugiadas son innumerables. Ofrece red social, imprescindible para cubrir las necesidades socio afectivas. Es un buen apoyo al aprendizaje del idioma, al conocimiento del entorno y a la búsqueda de empleo; es un recurso de acompañamiento y contención tanto individual como colectivo en la medida que la sociedad se involucra con las personas refugiadas, que es lo que están también necesitan: sentir que son bienvenidas en el país donde tienen que continuar su proyecto de vida; sentir la solidaridad de las personas de este nuevo lugar y sentir que nos implicamos en la lucha contra las causas que originan personas refugiadas. Es una muy buena oportunidad de romper con la profunda crisis de asilo que estamos viviendo, tenderles la mano y curar las heridas de las personas refugiadas.
En todo caso, un programa de estas características tiene que estar muy bien diseñado, y tiene que cumplir con ciertos requisitos y garantías para que sea un buen recurso para las personas refugiadas.
Cada vez más países tienen iniciativas de este tipo: Canadá, el Reino Unido, Francia. programas que conforman buenas experiencias para pensar y readaptar a nuestro contexto.
Nuestros esfuerzos, como vecinos y vecinas, como ciudadanía activa, deben ir dirigidos a poner en el centro a las personas refugiadas y su bienestar. Reconocerlas, darles voz, implicarnos socialmente en sus causas, escucharlas para que nos expliquen cómo se sienten, que necesitan, como mejorar las políticas de acogida y la institución del asilo, etc. como estrategia para cambiar la dinámica de menosprecio hacia las personas refugiadas y a la institución de asilo que el Estado español, especialmente, muestra año tras año. Al mismo tiempo, que exigir el cumplimiento de los instrumentos internacionales que protegen a las personas refugiadas, trabajar para crear un modelo de acogida suficientemente flexible a las necesidades de las personas y/o familias refugiadas, que estudien otras formas de acogida compatibles con los dispositivos existentes. E implicarnos en las causas que originan personas refugiadas.
La pensadora y filósofa María Zambrano, exiliada española en 1939, escribía a la Tumba de Antígona, sobre la necesidad de las personas refugiadas de encontrar comprensión y de aportar a la nueva sociedad donde continúan su proyecto vital: “Hubo gentes que nos abrieron su puerta y nos sentaron en su mesa, y nos ofrecieron agasajo, y aún más. (...) Nadie quiso saber que íbamos pidiendo. Creían que íbamos pidiendo porque nos daban muchas cosas, nos colmaban de dones, nos cubrían, como para no vernos, con su generosidad. Pero nosotros no pedíamos eso, pedíamos que nos dejaran dar. Porque llevábamos algo que allí, allá, donde fuera, no tenían; algo que solamente tiene el que ha sido arrancado de raíz, el errante, el que se encuentra un día sin nada bajo el cielo y sin tierra; el que ha sentido el peso del cielo sin tierra que lo sostenga.”