Fíjense en los blockbusters recientes de Hollywood: desde Mad Max a la Trilogía de los Juegos del Hambre, pasando por In Time, o la secuela de Independence Day. Catástrofes naturales, pasajes desérticos, agotamiento de recursos naturales, y distopías orwellianas varias representan el imaginario compartido sobre lo que vendrá. Es mucho más problemático de lo que parece. Las imaginaciones del futuro se construyen a partir de una lectura del presente. De aquí la célebre frase de Slavoj Zizek de que es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo. Vamos a intentar hacer un ejercicio de literatura ficción e imaginarnos otro camino. Porque en la medida en que seamos capaces de imaginarlo podremos pasar de utopía a alternativa. Sería algo así:
La robotización y la computación cuántica alteraron radicalmente el paradigma del empleo. El pleno empleo, paradigma ideal de la sociedad industrial del S. XX dio paso al paradigma del desarrollo profesional. Ya no había empleo para todos, ni falta que hacía. La substitución de los empleos por máquinas se compensó con la entrada de la Renta Básica Universal garantizando los niveles de igualdad de oportunidades con los que los Estados del Bienestar habían soñado.
Los inversores y propietarios de las máquinas sacaban un rédito por su inversión, pero a la vez el impuesto sobre las mismas fue clave para revertir las desigualdades de principios de S. XXI. Con la liberación del empleo se ganaron dos cosas: tiempo y talento.
Tiempo para vivir una vida sin estar enteramente subordinados a la necesidad de obtención de un salario. El trabajo, que no dejó de ser un pilar fundamental, se convirtió en estacional por necesidad, pero reconvertido en un espacio de desarrollo y aprendizaje. El descubrimiento vino cuando nos dimos cuenta que con más tiempo, la gente también convertía en productivas las aficiones y actividades elegidas por gusto.
Talento de la mayor parte de la sociedad que había estado en la sombra dada su condición socioeconómica. Aún hoy nos preguntamos: ¿Cuántas Marie Curie's habremos perdido porque tuvieran que dejar los estudios para servir cafés en el bar familiar? ¿Cuantos Einstein y cuantas Mary Shelley se quedaron en el turno de noche haciendo horas extras para poder pagar el alquiler y la comida de sus hijas? No fuimos justos, pero sobre todo no fuimos nada eficientes. Solo ahora vemos que la meritocracia y la competitividad en la sociedad del S.XXI ni se basaban en el mérito ni en la competición. Era una más de las herramientas discursivas del poder, una simple justificación para el mantenimiento de un orden pensado por y para las élites.
La morfología urbana también dio un giro de 180 grados: de cáncer, a pulmón. El fin del uso de combustibles fósiles y su reemplazo por energías alternativas transformó el transporte y aumentó la calidad de vida. El verde inundó las metrópolis, robándole el protagonismo al asfalto y hormigón (¡que se rían lo Ewoks!). Se cuenta poco, pero supuso a su vez un gran ahorro para las administraciones públicas al reducirse drásticamente el presupuesto de los tratamientos de cardiopatías, neumopatías, cánceres de pulmón, y otras enfermedades derivadas de la contaminación atmosférica.
La clave, en el fondo, fue desvincular la idea de que el progreso tenía que ver con el crecimiento. Que progreso no signfica más, sinó mejor. O el simple y revolucionario pensamiento de que nadie necesita treinta pares de zapatos para salir de casa.
De bien seguro que estas líneas no dan para un guión de Hollywood. Tampoco lo es que la expresión “organización criminal” defina el partido político en el Gobierno, o que en la ciudad de Barcelona la diferencia en esperanza de vida sea de hasta ocho años en función del barrio en el que hayas nacido. Pero o nos esforzamos en dibujar una alternativa, o nos veremos relegados a vivir en un blockbuster. Nos jugamos el futuro.