Playa, sol, sobrasada, ensaimadas, alemanes borrachos en las arenas, ingleses borrachos en las discotecas y extranjeros, en general, borrachos también, ayudando a mejorar la especie haciendo balconing. Seguramente, esta es la imagen que mucha gente tiene –y se construye– de Mallorca. Pero de ahí a Tomeu Penya con su sombrero, existe Mallorca, es decir, la población y la tierra mallorquina.
La población y el territorio mallorquín existen y son a pesar de todo esto: sobreviven. Pero no con la alegría del turista europeo, el único ser viviente a partir del cual parece que quieran construir la isla. De hecho, la existencia y preeminencia del modelo turístico europeo va directamente en contra de la existencia de la isla, de Mallorca, de su territorio y de su población. En Mallorca, la crisis capitalista llega por tierra, mar y aire. Del desdoblamiento de carreteras, las nuevas autovías y autopistas que destrozan el territorio, a la precariedad, la temporalidad y la incertidumbre a la que se ve abocada la clase trabajadora. Y todo, pasando por la doble jornada laboral que sufren las mujeres trabajadoras, en especial las jóvenes.
El nuevo pacto de progreso ha permitido una tregua temporal en las agresiones contra el catalán; la lengua común de la isla y del conjunto de los Países Catalanes ha sido diana del españolismo del PP y sus acólitos. Cualquier señal de catalanidad era atacada ferozmente.
El cambio institucional, sin embargo, no es más que eso: un cambio institucional. Cambio, que no quiere decir nada más que diferente. Y institucional, que quiere decir que no llega a las raíces... ni se acerca. El maquillaje cosmético de una socialdemocracia que no se atreve a tocar el fundamento de todo ello, el turismo, y los poderes que lo sustentan. O mejor dicho, los poderes que ejercen gracias al turismo.
Con todo, pero, como decía el poeta, el rumor persiste. Un rumor que se vuelve tormenta, como la huelga indefinida de la Asamblea de Docentes de las Islas. Un rumor que se vuelve gota malaya, como la insistencia de la izquierda independentista en la reivindicación de la Diada para el 31 de diciembre, que finalmente ha alcanzado el reconocimiento institucional.
Un rumor que es mancha de aceite cuando se extienden las campañas de la izquierda independentista, como la de desobedecer, o, cuando se celebra el Encuentro de Casales y Ateneos de los Países Catalanes, en Felanitx, con el Ateneo popular El Tort mirando de reojo desde Manacor. O cuando ahora, más recientemente, la campaña Mujeres y crisis, de Endavant, llega a gran parte de la isla, mientras el movimiento feminista coge la primera línea de lucha para apoyar a las Feministas encausadsa de Palma en la denuncia de todas las violencias estructurales del sistema patriarco-capitalista. Poco a poco, paso a paso, codo a codo, construyendo movimiento popular siguiendo aquel lema tanto acertado de las Maulets de la isla: las raíces no nacen del cemento.
El monocultivo turístico pone la isla en venta y ofrece un todo incluido a turistas que ni conocen ni saben qué se cuece en Mallorca: ni cuál es nuestra lengua ni cuáles son nuestras condiciones de vida. El turismo, depredador en esencia, deja una tierra herida para quien la vive, una tierra que es sólo motivo de explotación –en todos los sentidos de la palabra– para quien quiere vivir de ella o para quien sólo pasa por allí. Y así como la mayoría de turistas vienen de Europa, también lo hacen las políticas que nos imponen y que las fuerzas políticas siguen aplicando, sean del cambio o de las de siempre.
Con todo, el ejercicio de la autodeterminación para recuperar soberanías al conjunto de los Países Catalanes ocurre como la única vía para la supervivencia, también, de Mallorca, tanto de la isla como de su población. Soberanías económica y alimentaria para no depender del turismo para producir ni para tener ingresos para adquirir los mínimos de subsistencia. Soberanía cultural y educativa para vivir plenamente en catalán. Soberanía productiva para tener unas condiciones laborales dignas. Soberanía reproductiva para poner en el centro el trabajo socialmente necesario y el derecho al propio cuerpo.
Vamos, todo lo que reclamamos todos los Países Catalanes; y es que no sólo nos unen la lengua y la corrupción, también un futuro común. Y tú, ¿qué dices que harás, en Mallorca? ¿De vacaciones?