En la colonia Desarrollo Urbano Quetzalcóatl, uno de los barrios más pobres y conflictivos de la Ciudad de México, han decidido construir un parque. Así lo relata la magnífica crónica de Jan Martínez en El País (“Un parque en el infierno”). El barrio bate récords en homicidios, en tasa de desempleo, en abandono escolar, en consumo de drogas, en embarazo adolescente, en violencia. Los sistemas punitivos, el control policial, las penas de cárcel a duras penas pueden contener, que no solucionar, los múltiples problemas. Sobre todo cuando su origen es social, es la miseria, la carencia de espacios de convivencia, la más extrema vulnerabilidad social. Así, la creación del parque Cuauhtémoc no fue decisión del departamento de parques y jardines del ayuntamiento, o como quiera que se pudiera llamar tal dependencia administrativa, sino que ha formado parte del Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia. Recuperar los espacios públicos para reconstruir el tejido social o bien podríamos decir también recuperar tejido social para reconstruir los espacios públicos, el orden de los factores no altera el producto. Leo en el Excelsior que el parque cuenta con “palapas para convivencia, multi-juegos, columpios, sube y baja, pasamanos, canchas de futbol rápido, baños y vigilancia”, esta última imagino que para garantizar el disfrute de todo lo anterior.
El parque solo no obrará milagros pero damos un gran paso cuando entendemos que los lugares no sólo albergan las relaciones humanas sino que ofrecen posibilidades o perpetúan condenas. En el último congreso de la Red Española de Política Social “Desigualdad y democracia: políticas públicas e innovación social” celebrado en Barcelona el pasado 5 y 6 de Febrero escuchamos numerosas narraciones donde “lo social” y “lo urbano” se entrelazaban como la cara y el envés de un mismo fenómeno, a pesar de las rígidas fronteras disciplinarias que con frecuencia sólo sirven para fragmentar el conocimiento académico. La segregación urbana refleja y produce exclusión social. Como nos contaba Oriol Nel.lo, las expectativas de esperanza de vida en Barcelona recorren con asombrosa precisión las líneas de metro de la ciudad. Rentas cada vez más desiguales en espacios cada vez más segregados, donde los ricos parecen tener un mayor interés en auto-recluirse en barrios concretos de la ciudad. Si la crisis social es en buena medida también urbana, las respuestas forzosamente tendrían que integrar ambas dimensiones. La capacidad de contestación, de protesta, de proposición de alternativas desde la acción colectiva tiene expresión fundamentalmente urbana. De igual manera, el componente “habitacional” (de hábitat) tendría que estar presente en las políticas sociales. No deja de sorprender que hayamos puesto tanto esmero en crear espectaculares (y costosas) infraestructuras públicas que no suponen más que un tránsito (y sólo para algunos) y sin embargo mantengamos intacto el mobiliario verde, las luces de neón y los patios compartimentados de los lugares donde transcurren los años más importantes de nuestras vidas. En otras latitudes (véase el artículo de Judit Carrera La escuela como espacio público), la arquitectura es social, tiene un proyecto colectivo, se convierte en eje de la calidad democrática y empieza por los niños. Si la inauguración de un parque público en un barrio periférico de Ciudad de México consigue abrir la sección internacional de un periódico de gran tirada, quizá algún día logremos que colegios, bibliotecas, plazas y hospitales merezcan la portada.
En la colonia Desarrollo Urbano Quetzalcóatl, uno de los barrios más pobres y conflictivos de la Ciudad de México, han decidido construir un parque. Así lo relata la magnífica crónica de Jan Martínez en El País (“Un parque en el infierno”). El barrio bate récords en homicidios, en tasa de desempleo, en abandono escolar, en consumo de drogas, en embarazo adolescente, en violencia. Los sistemas punitivos, el control policial, las penas de cárcel a duras penas pueden contener, que no solucionar, los múltiples problemas. Sobre todo cuando su origen es social, es la miseria, la carencia de espacios de convivencia, la más extrema vulnerabilidad social. Así, la creación del parque Cuauhtémoc no fue decisión del departamento de parques y jardines del ayuntamiento, o como quiera que se pudiera llamar tal dependencia administrativa, sino que ha formado parte del Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia. Recuperar los espacios públicos para reconstruir el tejido social o bien podríamos decir también recuperar tejido social para reconstruir los espacios públicos, el orden de los factores no altera el producto. Leo en el Excelsior que el parque cuenta con “palapas para convivencia, multi-juegos, columpios, sube y baja, pasamanos, canchas de futbol rápido, baños y vigilancia”, esta última imagino que para garantizar el disfrute de todo lo anterior.
El parque solo no obrará milagros pero damos un gran paso cuando entendemos que los lugares no sólo albergan las relaciones humanas sino que ofrecen posibilidades o perpetúan condenas. En el último congreso de la Red Española de Política Social “Desigualdad y democracia: políticas públicas e innovación social” celebrado en Barcelona el pasado 5 y 6 de Febrero escuchamos numerosas narraciones donde “lo social” y “lo urbano” se entrelazaban como la cara y el envés de un mismo fenómeno, a pesar de las rígidas fronteras disciplinarias que con frecuencia sólo sirven para fragmentar el conocimiento académico. La segregación urbana refleja y produce exclusión social. Como nos contaba Oriol Nel.lo, las expectativas de esperanza de vida en Barcelona recorren con asombrosa precisión las líneas de metro de la ciudad. Rentas cada vez más desiguales en espacios cada vez más segregados, donde los ricos parecen tener un mayor interés en auto-recluirse en barrios concretos de la ciudad. Si la crisis social es en buena medida también urbana, las respuestas forzosamente tendrían que integrar ambas dimensiones. La capacidad de contestación, de protesta, de proposición de alternativas desde la acción colectiva tiene expresión fundamentalmente urbana. De igual manera, el componente “habitacional” (de hábitat) tendría que estar presente en las políticas sociales. No deja de sorprender que hayamos puesto tanto esmero en crear espectaculares (y costosas) infraestructuras públicas que no suponen más que un tránsito (y sólo para algunos) y sin embargo mantengamos intacto el mobiliario verde, las luces de neón y los patios compartimentados de los lugares donde transcurren los años más importantes de nuestras vidas. En otras latitudes (véase el artículo de Judit Carrera La escuela como espacio público), la arquitectura es social, tiene un proyecto colectivo, se convierte en eje de la calidad democrática y empieza por los niños. Si la inauguración de un parque público en un barrio periférico de Ciudad de México consigue abrir la sección internacional de un periódico de gran tirada, quizá algún día logremos que colegios, bibliotecas, plazas y hospitales merezcan la portada.