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ANÁLISIS

La Diada del desconcierto

La cabecera de la manifestación de la ANC, al final del recorrido en la Estació de França.
11 de septiembre de 2022 21:44 h

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El presidente de Òmnium, Xavier Antich, menos carismático que su antecesor, Jordi Cuixart, es un filósofo con una sólida formación intelectual y que con un tono pausado se ha atrevido a plantear durante esta Diada algo que una parte del independentismo se niega a reconocer y es que la apelación al 1-O ya no da más de sí. Cinco años después, tras una pandemia y con el miedo en el cuerpo ante el anuncio de una gran crisis, el desconcierto se ha apoderado del independentismo. El riesgo de autodestruirse, verbo utilizado también por el líder de Òmnium, existe y este domingo ha quedado claro de nuevo que ni en la calle ni en las instituciones existe una receta unitaria para combatirlo. 

La de esta Diada volvió a ser una gran manifestación puesto que pocas causas consiguen congregar a 150.000 personas. Siendo mucha gente, incluso más que hace un año, se quedó lejos de las grandes movilizaciones de los momentos álgidos del procés. Desde las 600.000 personas que desbordaron el centro de Barcelona en el 2012 con el lema 'Catalunya, nuevo Estado de Europa' a las que superaron el millón con creces, según los recuentos oficiales, en varias de las ediciones posteriores hasta el 2017. Ese otoño, gracias a las entidades pero sobre todo de los partidos y el Govern, se cumplió el objetivo que aunaba a todas las sensibilidades del secesionismo y que no era otro que el de votar en un referéndum. Pero tras el 1-O se acabó la “revolución de las sonrisas”, expresión acuñada por la fallecida Muriel Casals y que fue una descripción tan ilusionante para el independentismo como, visto el resultado posterior, también ilusa. 

Las sonrisas se acabaron hace tiempo y una década después la fractura política se ha trasladado también a sus seguidores. La Diada ha oficializado el divorcio entre la ANC y ERC. En la ofrenda floral al monumento de Rafael Casanova siempre se silbaba al PP (hasta que hace más de una década dejó de participar), al PSC, a los comuns y ahora también a los republicanos, un partido independentista que la noche anterior, en el Fossar de les Moreres, donde a medianoche se citan los sectores más duros del independentismo, recibió abucheos y no pocos gritos de “traidor”.

Este domingo salieron los independentistas de “pedra picada”, como los definió la nueva presidenta de la ANC, Dolors Feliu. A las centenares de esteladas se añadieron, de manera testimonial pero con mayor presencia de la habitual, las banderas negras con estrella y cruz que se diseñaron en 2014 para conmemorar el tricentenario de la guerra de Sucesión y que se asocian a los seguidores más radicales, los que defienden una “lucha sin tregua ni cuartel”.  

La desorientación entre los electores secesionistas y la desconfianza del independentismo más activo en los partidos ha ido aumentando en esta legislatura hasta consumar una fractura cuyas consecuencias solo podrán medirse en unas elecciones. ERC fue el partido más votado en ese espectro en las pasadas autonómicas y ahora, en un movimiento arriesgado, ha decidido plantar cara a los sectores más duros. Aunque puedan parecer vasos comunicantes, no necesariamente los beneficiarios sean Junts (que con Jordi Turull ha optado por abrazar un mayor pragmatismo) o la CUP (cuya estrategia cuesta definir). Lo que se ha constatado hasta ahora, tanto en el Parlament como en el Congreso, es que una cosa es desdeñar la mesa de negociación y otra es tener una alternativa que pueda satisfacer a los electores desencantados que esperan más de sus partidos.

El president Aragonès, el gran ausente de la manifestación, demostró en su discurso institucional y en una breve alocución tras la ofrenda del Govern a Rafael Casanova que no piensa virar en su apuesta por el diálogo pese a las presiones que pueda recibir para cambiar de táctica. Con mayor contundencia se expresó el líder de ERC, Oriol Junqueras, que en un discurso ante los suyos pronunció una de las frases de la jornada: “No nos va a callar nadie, ni las togas ni los que nos insultan”. 

Los republicanos, como Òmnium, consideran que empequeñecer el movimiento lo debilita. Por contra, la ANC y una parte de Junts defienden que hay que endurecer las posiciones porque en su opinión la negociación con el Gobierno central está condenada al fracaso. El enfado es un sentimiento legítimo, como se ha constatado este domingo, e incluso catártico, pero está por ver que pueda ser una solución política. Si la ANC acaba dando el salto y configura listas electorales será la mejor manera de comprobarlo.

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