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Las diferencias del independentismo sobre la mesa de diálogo estallan en el primer acto de precampaña

Todo lo que hay después de que el encargado de convocar elecciones dé por agotada la legislatura es precampaña. El periodo preelectoral que afronta Catalunya, a tenor de lo que afirma el propio president Quim Torra, puede durar meses e incluso medio año. Tiempo suficiente para que las dos grandes corrientes del independentismo, que representan JxCat y ERC, hagan evidentes sus diferencias y lleguen cada una con un proyecto diferente que pueda ser testado a la opinión de la población en las urnas.

Las discrepancias, como se sabe, son de fondo desde hace años, pero en las últimas semanas han pivotado sobre la mesa de negociación que el pasado miércoles arrancó en La Moncloa, cuando representaciones del Ejecutivo de Sánchez y de la Generalitat se sentaron frente a frente por primera vez en años. Pero, solo tres días después, las divergencias estratégicas respecto a esa iniciativa se mostraron a flor de piel en el acto que los nuevos eurodiputados Carles Puigdemont, Clara Ponsatí y Toni Comín protagonizaron en la localidad de Perpiñán ante más de 100.000 personas.

Los exmiembros del Govern que ahora representan a JxCat en el Parlamento Europeo marcaron distancias evidentes respecto al independentismo pactista. La más beligerante, Ponsatí, calificó la mesa de negociación de un “engaño” que solo sirve “para que Pedro Sánchez gane tiempo”. Puigdemont evitó la colisión directa contra la vía del diálogo, pero fue inequívoco cuando mostró que su apuesta tiene poco que ver con acudir a La Moncloa y sí con “prepararse” para la “lucha definitiva”, es decir, para formular un nuevo embate contra el Estado similar al realizado en octubre de 2017.

“Preparémonos, tenemos trabajo y lo queremos hacer. Tenemos que preparar la lucha definitiva”, exclamó Puigdemont desde la capital de la región catalanoparlante de Francia, desde la que el expresident reivindicó su capacidad de “volver a pisar tierra catalana”, en virtud de la inmunidad que le confiere su recién estrenada acta de eurodiputado. El acto, convocado por el Consell per la República, se proponía como “unitario” del conjunto del independentismo, razón por la que el líder de ERC encarcelado, Oriol Junqueras, envió un vídeo desde la prisión, como también otros miembros republicanos.

Ante las mismas 100.000 personas que abarrotaban el Parque de las Exposiciones, el líder de Esquerra pronunció un mensaje con claras diferencias respecto a los de JxCat, en el que reivindicó como una victoria la mesa de diálogo porque, a su parecer, haber “forzado” al Estado a negociar significa “ponerlo contra las cuerdas”. El vídeo, que había sido editado con fotos de la reunión entre la delegación catalana y la del Gobierno central en La Moncloa, fue respondido desde el público con una sonora pitada, pese a que en él aparecían el president Quim Torra o el conseller Jordi Puigneró, una de las personas mejor posicionadas ante Puigdemont para encabezar la lista de JxCat.

El abucheo ante la imagen de una negociación que, al fin y al cabo, encabeza el propio Torra, refleja el ánimo contradictorio de una parte de las bases independentistas, las más cercanas al espacio de JxCat. Si bien desde la formación de Puigdemont subrayan en cada momento su desconfianza respecto al resultado de la mesa, tampoco han optado por desmarcarse de ella y dejar a ERC sola ante el Gobierno. El propio president ha dado numerosos bandazos sobre su participación en el diálogo con Sánchez que tienen que ver con un estado de indecisión que la lengua catalana describe con puntería con la expresión 'vol i dol'.

Quien 'vol' [quiere] es el propio Torra, que teme verse desautorizado como cabeza de la Generalitat si deja que sus socios se presenten como únicos interlocutores del Estado. Pero también quiere una parte importante del centro-derecha independentista pero moderado que proviene de la antigua Convergència, que siempre ha visto la negociación y el pacto como un terreno propio y propicio para obtener victorias políticas. Entre los sectores partidarios de apostar por la vía dialogada no solo se cuentan críticos como Marta Pascal, que esta misma semana abandonaba su escaño en el Senado por diferencias con la dirección, sino también figuras con peso en el núcleo de decisión de JxCat, incluyendo algunos de los presos.

Pero estos conviven en el mismo espacio político con quien 'dol' [duele] la mesa con Sánchez, que ven como una claudicación. La más clara en este sentido fue la propia Ponsatí, pero la suya no es una opinión precisamente minoritaria, ni entre las bases, ni tampoco entre una parte de los líderes de la formación. El presidente del grupo parlamentario de JxCat, Albert Batet, escribió un tuit durante la intervención de la eurodiputada diciendo: “¡Ponsatí nos marca el camino!”.

Puigdemont fue menos directo, pero no transmitió un mensaje muy diferente. Tras asegurar que la independencia es la única forma de acabar con un régimen monárquico “heredero directo del franquismo”, añadió: “Había otras maneras de hacerlo posible, es cierto. Y dejadme que haga un homenaje a aquella generación de políticos de un signo y otro que durante estos cuarenta años lo han intentado, porque lo tenían que intentar. Pero muchos de esta generación de políticos hoy nos pueden decir en primera persona que ese es un camino estéril”. El expresident se refería al autonomismo, en sentido amplio, y al catalanismo pactista de su propio partido en concreto. Artur Mas miraba a su sucesor desde la primera fila del público.

Puigdemont se presenta ante los suyos como el líder de un independentismo que sigue manteniendo en alto la bandera de la confrontación y que no cree en una mesa de diálogo que obliga a todas las partes a hacer renuncias para sentarse. Pero se ve obligado a hacer equilibrios para no fracturar del todo a su formación. Y, a la vez, Junqueras y ERC quieren encarnar la vía del independentismo pragmático, pero no se permiten estar ausentes de un acto capaz de hacer que 100.000 personas crucen la frontera. Las dos expresiones del independentismo tienen varios meses para definir claramente su apuesta, antes de ponerlas a prueba en unas elecciones. Pero será difícil evitar que las autonómicas no se conviertan esta vez en un plebiscito entre la mesa y la confrontación.