“Si algún día llegan los golpistas y los fascistas no tendremos argumentos para definirlos”
Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) dedica su último libro, 'Comprender la Democracia' (gedisa editorial), a analizar las dificultades que tenemos los ciudadanos para entender de manera crítica la política en un momento en el que la abundancia de mensajes no siempre se traduce en más información. Este catedrático de Filosofía Política y reconocido ensayista advierte de que crear sociedades inteligentes no es lo mismo que tener sociedades con individuos formados.
En su libro explica que la nueva mayoría está constituida por los que no entienden. ¿Es porque los políticos no se explican bien o porque los ciudadanos queremos respuestas sencillas a problemas complejos?
Los que no entendemos somos mayoría y yo me cuento entre ellos. Esta falta de comprensión de lo político tiene fundamentalmente tres causas. Una primera es que la vida política se ha vuelto muy compleja. Muchos de los conceptos de participación y de rendición de cuentas estaban pensados para épocas de la historia en los que las realidades políticas eran sencillas y homogéneas.
La segunda causa es un sistema político que hace las cosas innecesariamente opacas. Por poner un ejemplo, nos extrañamos de que crezca la desafección respecto a la Unión Europea y de que Bruselas sea el chivo expiatorio de las políticas impopulares que hay que hacer cuando lo que ha pasado es que no se ha explicado bien cuál es la lógica que llevó a unos estados a mancomunarse. A eso hay que sumarle la mala praxis de algunos políticos. Y la tercera son un conjunto de causas que tienen que ver con nuestra incompetencia personal como ciudadanos que no conseguimos formarnos un juicio de manera responsable en medio de tanta infobasura.
¿Nos ayudaría a tener más criterio si en los medios se recuperase la figura del experto?
Una democracia con el actual nivel de complejidad no puede funcionar sin que haya una gran movilización de saber experto. Lo que ocurre es que ese saber experto no puede ser la última palabra. La democracia no es un sistema en el que gobiernan los expertos sino uno en el que gente no experta gobierna y tiene la última palabra. No hemos acertado en equilibrar adecuadamente la autoridad de los expertos con los criterios de legitimidad popular.
Pero el conocimiento no vende y a menudo las acciones de los gobiernos o los partidos llega a la ciudadanía a través de tertulias en las que se invita al que más grita o polemiza.
Tenemos democracias de audiencia en las que la simplificación de los problemas tiene todas las de ganar en el corto plazo. Hay un enorme combate por llamar la atención, la política se ha contaminado de la lógica de la publicidad y la formulación simplificada, impactante y antagónica, de nuestros problemas tiene mucha más éxito que el discurso matizado y argumentado. Lo que pasa es que eso probablemente nos pasará factura. Somos democracias girando en torno al cortísimo plazo que no emprende las transformaciones de fondo que nuestras sociedades exigen.
Dice que crear sociedades inteligentes no es lo mismo que sociedades con individuos formados. Entonces, ¿cómo se hace?
Cuidando el diseño institucional, la cultura política y revisando la función de los medios.
¿Cuál debe ser esa función de los medios?
La responsabilidad no es de uno o dos sectores. Es muy fácil echar la culpa a los políticos, los medios o a la gente. Tenemos que considerarlo como un todo. En cada ámbito hay que cambiar ciertas cosas. En la política hay que cuidar más el diseño institucional en vez de empeñarse en hacer un casting para escoger a los supuestamente mejores. Hay que primar la lógica de los reglamentos y los cauces de resolución de conflictos.
Los medios son un elemento básico porque buena parte del debate público de vehicula a través de ellos. Hoy en día se hace con dos lógicas diferentes según hablemos de redes o medios convencionales. En estos momentos de gran complejidad echo de menos una mayor atención a las razones de fondo de las cosas. Veo un excesivo seguidismo por parte de los medios de comunicación del ruido superficial que hay en la sociedad. Si solo atienden a las cosas más ruidosas estarán contribuyendo a estabilizar el desequilibrio de poder que hay entre la gente que tiene capacidad de llamar la atención y los intereses débiles de aquellos que no pueden presionar.
¿Cómo puede la opinión pública ejercer un control efectivo sobre el poder?
Los ciudadanos hemos sustituido el control por la observación. Pensamos que como lo vemos todo y no hay quien esconda su whatsapp porque se termina sabiéndose, ya hemos satisfecho nuestra función de control. Nos estamos convirtiendo en mirones de la política, 'voyeurs' de un espectáculo en el que no estamos implicados. Esa espectacularización de la política también nos acaba pasando factura.
¿Qué puede hacer un ciudadano para no limitarse a ser un simple observador de la política?
Desconfiar de lo llamativo y preguntarse siempre por los intereses que no están bien representados. Un ciudadano debe buscar en medio de esta intoxicación en la que estamos filtros y criterios que le permitan hacerse una idea de lo que está pasando. Nuestro problema no es la falta de información sino la desinformación. Podemos recurrir a medios, libros, que permitan no tanto aumentar la información sino establecer esos filtros. Otra recomendación es la de pluralizar las fuentes de información. Se trata de tener una dieta informativa variada, no escuchar a una sola fuente o tener fuentes muy similares. Escuchar voces que contrastan con lo que nosotros pensamos es lo que nos mantiene razonables y cuerdos.
¿Está de acuerdo con aquellos que consideran que la democracia española es de baja calidad?
Sí. Más que de democracia hablaría de un sistema político muy poco capaz de integrar nuevas demandas y adaptarse a contextos nuevos como el papel de la mujer, la realidad europea, las nuevas demandas territoriales o los nuevos derechos sociales. Darles un cauce democrático y que tenga un reflejo institucional e incluso constitucional. ¿Qué democracia es aquella en la cual abrir el dossier de la reforma constitucional es abrir la caja de Pandora?
¿El espectáculo de la renovación del Consejo General del Poder Judicial es la prueba de que estamos retrocediendo en ese sistema político?
Evidentemente. El actual diseño institucional tiene un montón de disfunciones. Durante estas últimas semanas hemos visto la partidización del nombramiento de los miembros del CGPJ por partidos que representan el 50% de los ciudadanos, un enfrentamiento institucional a raíz de la sentencia de las hipotecas, y estamos asistiendo a un deterioro de la monarquía que, en el caso catalán, ejerce funciones que no le corresponden. A ello le añadiría que pensar que asuntos como el de Catalunya se pueden resolver reduciéndolos a un problema de orden público o a un problema judicial es omitir que se trata de un asunto político que debe ser resuelto por cauces de tipo político.
Y además dedicamos horas y horas a hablar de las grabaciones de un comisario corrupto que pone en cuestión el funcionamiento de todo un país.
Sí, porque se da a entender que este tipo de malas praxis tienen un recorrido muy largo en el tiempo y que han sobrevivido a sucesivos gobiernos de distintos partidos. Eso indica que estamos ante un problema especialmente grave.
En alguna ocasión ha comentado que no conoce ningún partido que no sea algo populista y que lo que pasa es que cada uno tiene un populismo hecho en casa. En el caso de España, ¿se atrevería a señalar cuáles son los elementos populistas de cada uno de ellos?
Hay populismo cuando se ofrecen soluciones simples a problemas complicados. Eso lo encontramos en ciertos hábitos de Podemos. Existe populismo cuando la campaña andaluza gira alrededor de la cuestión catalana. El uso de la nación española por parte de la derecha es un uso populista. Ciertos discursos del soberanismo catalán respecto al supuesto mandato popular son populistas en la medida que no reconocen algo básico en democracia: el poder procede del pueblo pero el pueblo solamente existe en la pluralidad de las interpretaciones que hacemos sobre qué significa el pueblo.
¿Nadie puede arrogarse la portavocía única de ese pueblo?
Exactamente. Ser portavoz de los derechos de los catalanes, sin contestación, sin el porcentaje que te corresponde de representatividad, es también una forma de populismo.
¿Qué significa ver que casi cada semana en el Parlament y en el Congreso se habla de golpistas y fascistas?
Significa que si algún día llegan los golpistas y los fascistas no vamos a tener argumentos para definirlos. Son calificativos que bloquean el diálogo y no designan una realidad. En Catalunya no ha habido un golpe de estado. Ha habido una serie de actuaciones que en buena medida me parecen criticables, pero con expresiones de este tipo lo que se hace es rehuir el matiz.
En el caso de las nuevas derechas se equivocará quien no haya entendido las diferencias. La derecha liberal tiene un concepto de igualdad en el origen pero muy poca sensibilidad respecto a la igualdad en el resultado, y es más bien voluntarista respecto a la capacidad de reforma del Estado. La derecha conservadora es, si me permite la expresión sin que tenga connotación negativa, vaga respecto a las reformas. Esas dos derechas van a convivir. Pese a que ambas tengan, en distintas medidas, rasgos autoritarios, empeñarse en ponerlas bajo el calificativo de fascistas es hacer un uso populista de la expresión y cometer errores de diagnóstico.
En su libro nos da claves para comprender la democracia. Tal vez otra de las asignaturas pendientes es entender cómo es España.
El que mejor lo ha explicado es Josep Colomer en su libro sobre el relativo fracaso de España a la hora de construir un estado integrador de las diferencias y respetuoso con su pluralidad interna. Seguirá así mientras no seamos capaces de entender que en estos últimos años se han producido dos cambios, protagonizados por el fenómeno Podemos y el fenómeno catalán, que suponen un cambio en la sociedad española porque no vamos a volver a la situación anterior.