El president no tiene quien le salve
2 de septiembre, 23 de octubre. En ambas fechas el president Artur Mas comparece ante la Diputación Permanente del Parlament para explicar la entrada de un juez en la sede de Convergència en el marco de la investigación del 3%. Los paralelismos entre las dos citas son evidentes, pero no llegan mucho más lejos. Entre uno y otro momento han pasado dos cosas que las hacen muy diferentes. En primer lugar, unas elecciones que el independentismo ha ganado. En segundo, a diferencia del primer registro, en el segundo el tesorero de Convergència, Andreu Viloca, ha sido detenido, y para el momento de la comparecencia está en prisión provisional.
Mas es un político especialmente hábil en situaciones difíciles. Dio buenas muestras de ello en su comparencia del 2 de septiembre, cuando un mandoble tras otro consiguió ganar el debate electoral que sus oponentes aprovecharon para montarle con la excusa de su intervención. Este vídeo de apenas 20 minutos es un buen resumen de lo que pasó aquel día.
El 2 de septiembre en el Parlament compareció un Mas tranquilo y resuelto, que podía responder a las acusaciones de la oposición, que tenía estudiados con cuidado los argumentos electorales y que podía colocarlos ante el asombro de todos. Era el Mas que tres semanas después ganó las elecciones. Pero nada de esto ha aparecido este viernes.
El líder de Convergència ha esgrimido repetitivamente dos argumentos para justificar una operación judicial que a su llegada al Parlament aún coleaba con la detención de su extesorero, Daniel Osácar: que el sistema de adjudicaciones de la administración catalana hace imposible la discreccionalidad política, es decir, que los responsables públicos no tienen forma de favorecer a empresarios que hubiesen pagado mordidas, y la mano negra del Estado a través de la fiscalía.
A diferencia de lo que ocurrió tras la primera entrada del juez en la sede de Còrsega, cuando el hecho de que no se produjeran detenciones llevó a algunos a asegurar que el caso era humo, en esta ocasión el golpe es importante y el nivel de las detenciones dejan pocas dudas de que, al menos, hay caso. Si a eso se suma el confeso fraude de Pujol, el difícil caso de las ITVs por el que está imputado el exsecretario general Oriol Pujol, el caso Palau en el que se considera acreditada la financiación irregular de CDC, entre otros, los problemas judiciales de Convergència se agolpan. En consecuencia, el Artur Mas que comparecía el último día de esta legislatura era uno que, por primera vez, proyectaba la imagen de estar acorralado por la corrupción.
En lo que ha reconocido, como que la fundación CatDem recibiera donaciones de empresas y que el partido facturara servicios a la fundación, no hay delito. Donde podría haber delito, Mas ha sostenido la imposibilidad técnica. Y sin embargo, mientras Mas comparecía en el Parlament, sus dos últimos tesoreros se encontraban detenidos y respondiendo a preguntas del juez.
Pero la imagen de derrota de Mas no solo tiene relación con el caso judicial, por muy duro que éste sea. El otro gran evento ocurrido entre las dos citas parlamentarias son las elecciones del 27-S. Aquella fecha está marcada en rojo por el hito del independentismo en su contundente victoria con 72 escaños. Pese a eso, Mas tiene a más diputados en contra de su investidura que a favor, un problema que en las primeras semanas Convergència minusvaloró pensando que doblegarían a la CUP tal como lo hicieron meses antes con ERC para que se sumaran a su lista, pero que según las negociaciones avanzan –o, mejor dicho, no avanzan– se hace más pesado en la formación.
La CUP no quería investir al Mas que compareció el 2 de septiembre en Parlament, pero ni remótamente puede investir al Mas que ha comparecido el 23 de octubre. “Si Convergència encuentra a alguien que no sea recortador o corrupto, que lo proponga”, clamó Antonio Baños en la resaca de las elecciones. Desde aquel momento, el caso de corrupción que entonces era incipiente se ha convertido en una crisis colosal.
Mas no parece más acorralado que en ocasiones anteriores. La diferencia es que ahora no tiene quien le rescate. No suma con sus escaños propios, la CUP ha prometido no investirle, cualquier alianza con otros partidos sería vista como una traición a la hoja de ruta soberanista y, mientras todo esto pasa, negocian con ERC una candidatura para las generales, que deben presentar antes de dos semanas, y a la que Junqueras es reacio.
El asunto es tan serio que en Convergència ya se habla de volver a celebrar elecciones autonómicas. El discurso que logró convertir el 27-S en una fecha plebiscitaria a ojos de la mayoría de partidos podría quedar en nada por una razón tan prosaica como que a Mas no le da la mayoría. En el trasfondo de esta cuestión se encuentra la refundación de CDC, en la cual algunos sectores del partido ya proponen incluso un cambio de nombre. En Convergència no hay nadie tan capaz como Mas para liderar el proceso de borrón y cuenta nueva que la situación reclama, pero para eso Mas ha de estar liderando el Govern. De lo contrario podrá desatarse una guerra por la sucesión de la cual comienza a haber indicios.