El que debía ser el gran verano de la recuperación turística tras la pandemia finalmente no lo será tanto. En Barcelona, una ciudad en la que en torno al 15% del PIB depende de los visitantes, todos los negocios conectados al turismo, desde los hoteleros a los restaurantes, pasando por los guías a las empresas de eventos, se prepararon en la pasada primavera para la campaña de sus vidas. La ciudad, como la mayoría del territorio catalán, venía del letargo pandémico, con duras restricciones en los horarios de la hostelería, un largo toque de queda y tras más de un año sin congresos ni vacaciones.
“A mitad de junio e incluso principios de julio estábamos esperando una campaña buenísima, con alta demanda, precios dignos y mucho movimiento… pensábamos que iba a ser el verano de la recuperación”, explica Enrique Alcántara, presidente de la Asociación de Apartamentos Turísticos de Barcelona (Apartur). Era lo que creía la mayoría del sector. En la pasada primavera, medio centenar de hoteles que habían permanecido cerrados se lanzaron a la reapertura, e incluso algunas cadenas anunciaron la llegada de nuevos resorts, como un lujoso InterContinental proyectado para las inmediaciones de Plaza España y un Hampton by Hilton en el corazón de la zona de congresos de L'Hospitalet. Además la cadena TUI pidió permiso para iniciar la temporada de cruceros con dos desembarques.
Pero la primera semana de julio todo se torció, cuando la incidencia de contagios de coronavirus comenzó a crecer sin control en la comunidad. La explosión de contagios era espectacular, espoleada por la variante delta. La prensa, local y extranjera se hizo eco de la mala situación sanitaria, y las autoridades comenzaron a enviar mensajes de alerta, que acabaron en un nuevo toque de queda desde el 16 de julio. Varios países recomendaba no viajar a España o a Catalunya, incluyendo algunos de los más importantes para Barcelona, como el Reino Unido, Estados Unidos o Alemania. Los planes de una campaña turística idílica se deshicieron. “La quinta ola nos arruinó los planes, hubo cancelaciones, se frenaron las reservas… un desastre”, recuerda Alcántara.
Los datos, a más de un mes vista, son elocuentes. Según los datos del Germi d'Hotels de Barcelona, este verano ha habido unas 12.000 personas diarias durmiendo en establecimientos hoteleros, lo que representa el 20% de las 63.000 que lo hizo en junio de 2019. Por esta razón, la mayoría de las empresas de alojamiento turístico están funcionando a medio gas. Con los datos de la patronal en la mano, en estos momentos sólo están abiertas el 42% de las habitaciones del total de la planta hotelera. Pero ni siquiera con más de la mitad del sector fuera de juego el resto de hoteleros consiguen colgar el cartel de lleno; la ocupación durante el pasado mes de julio se quedó en el entorno del 40%.
La misma impresión corroboran los datos que ofrece el Aeropuerto de El Prat. Durante el pasado mes de julio, por la base aérea de Barcelona pasaron 2,2 millones de pasajeros, un 57,6% menos que en el mismo mes de 2019. Respecto a la actividad de cruceros, la recuperación ha sido muy paulatina y en junio únicamente se registraron 3.000 pasajeros, mientras que en ferry entraron 83.000, a falta de los datos consolidados de julio.
De nuevo, “verano en blanco”
“Estamos de nuevo ante un verano en blanco, que llega después de 18 meses parados”, resume Roger Pallarols, director del Gremi de Restauració de Barcelona. En su caso, como representante de los restaurantes, separa la parte del sector que está conectada a la movilidad de la que no. “El cliente local siempre responde bien y el comarcal o de provincia también, cuando las restricciones lo han permitido. Pero en temporada turística, Barcelona se ha especializado en ser exportadora. Es un mercado muy especializado en captar turismo internacional, por eso la ciudad está llamada a sufrir más que ninguna otra esta situación”, explica.
Pallarols, de hecho, ve la recuperación lejos. “El verano ya es irrecuperable y viene un otoño complicado. El momento de ver si esto se levanta es Semana Santa de 2022, y es la fecha para la que nosotros estamos trabajando ya”, explica el representante de los restauradores. Ni siquiera con la vista puesta tan lejos las tiene todas consigo. “El mercado de la movilidad siempre es muy competitivo, pero ahora será feroz, porque todos los competidores internacionales tienen mucha necesidad. Debemos prestar mucha atención a los motores económicos del turismo, como es Barcelona en España, porque si estos motores quedan tocados tiene un impacto para todos”, afirma.
Tampoco los hoteleros son más optimistas. “Prevemos una campaña estival mala en la ciudad de Barcelona, mejor que el verano de 2020, que fue inexistente, pero lejos de las cifras de actividad que pueden marcar la recuperación o que serían normales para esta época en la ciudad”, explican desde el Gremi d'Hotelers. Sin embargo Enrique Alcántara, representante de los apartamentos turísticos, tiene algo más de confianza en poder levantar la temporada. “En el arranque de agosto ha empezado a cambiar la tendencia, se está animando un poco más de cara al final del verano. Han dejado de haber noticias negativas respecto a Barcelona y España, y eso se está notando en el visitante extranjero”, explica. Alcántara remarca, además, que en una situación de pandemia el apartamento turístico suele recuperarse antes que el hotel.
El cliente nacional, el único que aguanta
Pese a que los datos reflejan una situación mala en julio y que la patronal confirma estas cifras, a pie de calle hay opiniones para todos los gustos y algunos hosteleros reconocen que este julio les ha ido mejor de lo que esperaban. Es el caso de Suso, gerente del Tinglado de Moncho's, un restaurante de pescados situado en el Port Olímpic, una de las zonas más turísticas de Barcelona. Este restaurante fue, además, uno de los locales que este diario visitó el pasado mayo, cuando la Generalitat volvió a permitir servir cenas.
Hace tres meses Suso era pesimista e incluso hablaba de la posibilidad de no abrir por las tardes si la clientela no acompaña. Este miércoles en cambio, el encargado del Tinglado confesaba que “no podía quejarse” porque solía tener la terraza bastante llena tanto a la hora de comer como en las cenas, aunque especialmente a en las últimas horas de la noche. Eso sí, ha notado un cambio importante en el tipo de cliente. “Vienen los que se han quedado en Barcelona, o gente catalana que baja a Barcelona”, explica. Un comensal que, como ya explicaba en mayo, suele dejar menos dinero y, sobre todo, venir menos en grupos grandes y más en familia. “Extranjeros debe de haber un 10% de los que había en 2019. Me faltan todos los grupos de ingleses, de coreanos… pero es lo que hay y el cliente nacional nos está salvando”, afirma entre la resignación y el optimismo.