Angy y Martha se resguardan de los 30 grados que caen en Barcelona bajo la escasa sombra de una marquesina. Esperan, junto a diversas maletas enormes, a que llegue el autobús. Cuando se va acercando, se miran con expectación y cierta duda, mientras se colocan unos pañuelos sobre nariz y boca, a modo de precarias mascarillas. Solo llegan a poner un pie en el vehículo antes de que el conductor les diga que, sin cubrebocas, no pueden entrar. Las jóvenes dan media vuelta, frustradas. Es el segundo autobús que las hace bajar.
Vienen de Reino Unido, donde el uso de mascarillas es optativo desde principios de 2022. “No sabíamos que aquí era obligatorio, así que no tenemos ninguna. Tampoco sabemos dónde comprarlas. Por eso, nos hemos puesto esto”, dice Martha, señalando el pañuelo que le tapa la cara, a juego con el de su amiga. Lo dice con la cruz brillante de una farmacia justo a sus espaldas.
Al señalarle el letrero luminoso, Angy confiesa: “Bueno, en realidad es que no entendemos por qué tenemos que llevarla. Si en Reino Unido la COVID-19 no se contagia en el transporte, ¿por qué aquí sí?”. Su compañera acaba de sentenciar: “No nos la pensamos poner. Si hace falta, cogeremos un taxi”, dice, sin acabar de ser consciente de que en ese servicio, al estar calificado como transporte público, también es obligatoria.
El caso de estas turistas inglesas es el de muchos visitantes del resto de Europa, donde la mayoría de países han desescalado en la obligatoriedad de usar mascarillas durante este 2022. Bélgica, Francia, Grecia, Países Bajos o Suecia son algunos de los lugares en los que el cubrebocas ha dejado de ser obligatorio en el transporte público. Pero España se resiste a retirarlo, yendo a contracorriente del resto del continente.
El motivo es que en el trasporte público “se concentra mucha población en espacios pequeños, con poca distancia interpersonal, a veces durante largos periodos de tiempo”, según se relata en el BOE de abril de 2022 en que se decretó el fin de las mascarillas en interiores, a excepción del transporte y los hospitales.
Además, el hecho de que se trate de un servicio esencial hace que la obligatoriedad del uso de mascarillas sea una decisión “muy justificada y seguramente se mantendrá, como pronto, hasta otoño, porque ayudará a atajar la transmisión de todos los virus respiratorios”, apunta la doctora Magda Campins, epidemióloga y presidenta del Comité científico asesor de la COVID-19 de la Generalitat de Catalunya.
No solo cosa de turistas
La nueva variante BA5 del coronavirus ha derivado en la primera mitad de este verano en un repunte de casos e ingresos hospitalarios que, de hecho, ha provocado que las autoridades sanitarias vuelvan a recomendar el uso de cubrebocas en interiores. Aun así, pese a esa subida en la curva de contagios, los usuarios que emplean mascarilla en el transporte público cada vez son menos. Una obviedad para cualquier usuario que confirman desde Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), ente responsable del metro y autobuses en la capital catalana.
“Como proveedores del servicio, actuamos según las competencias que tenemos para intentar que se cumpla lo que es obligatorio”, explican desde TMB. A tal efecto, han reforzado las campañas de megafonía, también en inglés, para interpelar al turismo. Esta es una medida aplaudida por usuarios como Maribel, vecina de Barcelona. “Es una vergüenza. Los hay que no podemos permitirnos ponernos enfermos y ellos vienen aquí, a nuestra casa, a hacer lo que les pega la gana, sin ningún tipo de respeto”, dice, mirando fijamente a una familia de turistas que se sienta delante de ella en un vagón del metro, todos sin rastro de mascarillas en el rostro.
Que son los visitantes quienes no usan mascarilla en el transporte público es una sensación generalizada entre parte de la población barcelonesa, pero desde TMB aseguran que es simplemente eso, una “sensación”. Según apuntan, “depende de las líneas y zonas en las que viajes. En el centro hay mucho turista, pero en otros lugares de la ciudad, son locales quienes desoyen la normativa”.
Así como Maribel estaba en la Línea 4, una que conecta Passeig de Gràcia (zona de compras) con la playa, Andreu está en La Sagrera, uno de los transbordos más concurridos de la ciudad. Él, nacido y criado en Barcelona, tampoco lleva mascarilla. “Esto es una broma. No soy negacionista ni nada, pero ¿me vas a decir que puedo ir a una discoteca y todo bien, pero si voy en metro me muero? ¿Por qué no me contagio en un concierto y aquí sí?”, se pregunta el joven, que se define como “un rebelde de las mascarillas”.
Andreu, que tiene 20 años, va acompañado de amigos de la universidad, que tampoco llevan cubrebocas. “Es que, cuando ves que nadie la lleva, te sientes un poco tonto. Te la quitas por presión de grupo”, dice otro de los jóvenes, mientras una chica asiente tímidamente. Ella es la única que lleva mascarilla. Eso sí, por debajo de la nariz. “Yo la llevo, porque es importante, pero es verdad que te sientes un poco tonta. Así que la llevo así...ni para ti ni para mí. Además, así, si viene un vigilante, me la subo y ¡Pum! Ya no me puede decir nada”, dice, entre risas.
Una obligación que no se sanciona
La sanción por no llevar mascarillas allá donde sea obligatorio está regulada por la Ley de Salud Pública, que impone una multa de hasta 100 euros. Pero hay un problema para hacerla cumplir en el transporte público: los vigilantes de seguridad no tienen competencias para sancionar a los pasajeros. “Solo podemos avisar de que es obligatorio, pero nada más. Esto está suponiendo problemas de seguridad, porque se han incrementado los enfrentamientos con los agentes de seguridad”, lamentan desde TMB.
Desde el Comité científico asesor de la Covid-19 también se muestran preocupados por el poco uso de la mascarilla y la imposibilidad de hacer valer la normativa. “Recomendamos al departament [de Salud] que pusiera agentes en el metro, pero no se ha llegado a hacer”, se lamenta Campins, a quien inquieta que la población olvide que hay lugares que siguen siendo de “alto riesgo”.
En esta línea, reconoce que la labor comunicativa que se ha realizado durante esta pandemia no ha sido siempre efectiva. “Se han dicho cosas sin base científica”, considera la epidemióloga, en referencia a la comparecencia en la que la ministra de Sanidad, Carolina Darias, anunció que la mascarilla era obligatoria en el transporte, pero no en los andenes o accesos, tal como lo estipula el BOE. “Cualquier espacio interior sin distancia es de alto riesgo. Se tiene que ir con cuidado con la normativa y con cómo se comunica. Tiene que tener lógica, porque si confundimos a la gente, perdemos credibilidad”, se lamenta Campins.
Muchos pasajeros y usuarios aseguran que “tantos cambios de normas son un lío. Me pierdo”, explica Carlos. “Pero si se tiene que llevar, se lleva. Si mañana hay un brote, no quiero el peso de la culpa por no haber hecho algo tan tonto como ponerme una mascarilla”, añade. Carlos es usuario de transporte público, pero también es conductor de autobús y ha negado la entrada a su vehículo a diversos turistas que, como Martha y Angy, no llevaban cubrebocas.
Según el reglamento de TMB los conductores y maquinistas, al igual que los guardias de seguridad, no pueden expulsar a nadie de los vehículos. Carlos lo sabe, pero no le importa. “Me paso el día aquí, con la mascarilla, aunque no me guste. ¿Y tengo que aguantar que venga gente a hacer lo que le dé la gana?”, se pregunta este conductor, segundos antes de arrancar su autobús.