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Las Tres Chimeneas: de emblema industrial a símbolo de lucha por un futuro verde en Sant Adrià

Imagen desde el Besòs de Las Tres Chimeneas

Caio Ruvenal

Sant Adrià del Besòs (Barcelona) —

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El esqueleto de hormigón hostil que ahora es la antigua central térmica de Las Tres Chimeneas acoge un ecosistema. Tierra, arbustos y piedras recolectados de los alrededores coexisten en un pequeño invernadero con olor a humedad que el artista Ugo Schiavi ha instalado en la edificación por la bienal cultural europea Manifesta, que se celebra hasta el 24 de noviembre en varios espacios del área metropolitana de Barcelona.

La obra, Autotrophic Spectra, funciona como una analogía de lo que es Sant Adrià: una ciudad que resiste a más de 100 años de actividad industrial, cuyo mayor símbolo son las enormes tres torres de 200 metros de altura que han dejado suelos contaminados, una playa inaccesible y, sobre todo, una herencia contaminante que se mantiene con una incineradora de residuos, una planta de ciclos combinados y un crematorio.

“Sabes que estás llegando a casa cuando ves en el horizonte a Las Tres Chimeneas”, dice uno de los vecinos mientras visita la veintena de obras que se han instalado en la infraestructura abierta al público por primera vez, la sede más visitada del Manifesta.

Los imponentes conductores de humo, activos desde 1975 hasta 2011, son un emblema del litoral catalán. Así como París tiene la Torre Eiffel o Barcelona la Sagrada Familia, Sant Adrià tiene a Las Tres Chimeneas. Una atalaya que vigila la ciudad y se puede vislumbrar desde cualquier punto de la urbe. Los habitantes las sienten como suyas, así lo demostró su decisión por mantenerlas en pie a través de una consulta popular en 2008. Pero el legado de carbono que dejaron es inevitable.

“Es un recuerdo ambivalente. Al principio las mirábamos con mucha preocupación por la contaminación que emitían, pero valorando también los puestos de trabajo que ofrecían. Con su declaración como Bien Cultural de Interés Local hemos conseguido que se valoren no solo como un signo identitario de nuestra ciudad, sino como un vestigio de patrimonio industrial que nos recuerda cuál ha sido nuestro pasado y de dónde venimos”, declara a este medio Roger Hoyos, presidente de la Plataforma por la Conservación de Las Tres Chimeneas.

Atrapados en zona industrial

Sant Adrià fue un municipio agrícola hasta finales del siglo XIX, pero a comienzos del XX, favorecida por el ferrocarril, la abundancia de agua y el suelo barato, comenzaron a instalarse industrias textiles, eléctricas, químicas y metalúrgicas. La primera central térmica de Sant Adrià empezó a funcionar en 1913, en el mismo sitio que hoy ocupan las colosales chimeneas, el edificio más grande del Mediterráneo.

En los momentos pico de demanda, en los años setenta, la industria llegaba a abastecer el 40% de la demanda de luz de Catalunya, por lo que fue llamada la “fábrica de la luz” de la comunidad. “Cuando éramos niños jugábamos en las nubes de polución y manchas negras que se hacían en el Camp de la Bota. Ahora me pregunto qué pasará con los cuerpos de esos niños. Estábamos atrapados en los 70, 80 y 90 en barreras arquitectónicas, en medio de una zona industrial, de la contaminación. No sabemos las consecuencias que tendrá en nuestras vidas”, comenta Paqui Perona, una vecina del barrio de La Mina, uno de los que componen la ciudad.

Perona aparece en uno de los tres vídeos que Manifesta ha dispuesto en la segunda planta de Las Tres Chimeneas. El espacio, el más lleno de visitantes, está dedicado a contar, a través de fotografías, archivos y documentales, la historia de la ciudad. Otros de los protagonistas de las películas relatan cómo, después de una noche de actividad intensa de las chimeneas, la ropa tendida amanecía teñida de amarillo o con algún agujero, y los coches aparcados aparecían con la pintura quemada. Sant Adrià fue declarada en 1983 como zona atmosférica contaminada. La exhibición no olvida la agitación sindical que provocó el movimiento fabril: durante la Guerra Civil, la central se convirtió en un objetivo militar y fue bombardeada en 1938, con un saldo de 16 víctimas.

“No queremos que solo se recuerde como un monstruo que escupía humo y ruido, que lo era, pero no solo eso”, sostiene Ginés Romero, empleado de Las Tres Chimeneas por 36 años y miembro de la Asociación de Vecinos de Sant Joan Baptista, el barrio más cercano a la fábrica.

Toda la renovada atención que está ganando la antigua fábrica sirve para exponer los problemas actuales de una herencia tóxica. Visible en el cuarto año de cierre de la playa de la ciudad por contaminación, en las tierras negras con elementos cancerígenos que saltaron a la superficie cuando se hacían las obras de la Rambleta, y en la insistencia de la Generalitat de hacerla una zona de constante actividad industrial.

Fábricas sin cesar

En La Catalana, un barrio que se originó a inicios del siglo pasado con casas autoconstruidas de una sola planta con huerto, están concentrados la incineradora de residuos Tersa, los ciclos combinados de Endesa y Naturgy, y un crematorio.

“La gente de Sant Adrià quiere saber por qué fábricas de este tipo no están ubicadas en otros lugares que no estén rodeados de personas. Si miras en la Unión Europea, hay plantas de tratamiento de residuos que están totalmente alejadas de los centros urbanos y rodeadas de bosque”, se lamenta José Caparrós, presidente de la Asociación de Vecinos de La Catalana, una zona que empezó su modernización en 2003 para ahora convertirse en el lugar con más espacios verdes y residencia de la ciudad.

“La que más se beneficia es Barcelona y el Área Metropolitana. Toda la porquería viene aquí, somos el patio trasero de Barcelona”, continúa Caparrós. El Ayuntamiento de Sant Adrià pidió el desmantelamiento de Tersa, el mayor de los problemas ahora para los vecinos. La Fiscalía de Medio Ambiente denunció la contaminación excesiva de la planta, pero la jueza archivó el caso al considerar que no se superaban los límites legales.

La sombra de la polución de Las Tres Chimeneas es larga, pero quienes las ven a diario creen que por ello debe ser un centro de aprendizaje sobre la contaminación y de interpretación del pasado industrial. Justamente, su futuro es motivo de polémica. El más reciente Plan Urbanístico proyecta crear un barrio con casi 2.000 viviendas, hoteles, oficinas y comercios. Un proyecto que rechazan los vecinos, quienes reclaman que la zona sea un pulmón verde.

Un futuro en disputa

“Se trata de la desembocadura de un río con mucho potencial para la diversidad ecológica. Además, la zona es inundable y todo indica que los episodios de lluvias torrenciales serán cada vez más frecuentes, al igual que los temporales de mar. La recuperación para la ciudadanía de un litoral secuestrado por la industria durante más de 100 años es también un motivo de peso. En definitiva, un parque es la solución más resiliente”, opina Hoyos.

Una resiliencia con la que han sabido dialogar las piezas artísticas instaladas por el Manifesta: The Frankenstein Tree, un bosque artificial construido con ramas de árboles rotas y otros restos, es una reflexión de Kia Henda sobre el poder de la naturaleza para curarse a sí misma, incluso después de catástrofes climáticas y guerras. O la propuesta sostenible de Ojo Estudio para los espacios funcionales de la sede.

Lo que está claro es que los adrianenses quieren un edificio que vuelva a su objetivo primigenio de servir a la comunidad. Comenta Romero, extrabajador de la fábrica: “Acá no se hacían coches, se hacía luz. Se hacía servicio público y queremos que se siga haciendo servicio público. Si prima lo privado sobre lo público, será un desastre. Queremos que sea un espacio para todos”.

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