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La vida en el bloque Venus de Sant Adrià: 17 años esperando un piso digno desde el edificio más degradado de la Mina

Imagen del edificio Venus de la Mina, en Sant Adrià del Besòs

Pau Rodríguez

Suerte que vive en el primer piso, ironiza Joaquina Amaya. A sus más de 80 años, ha bajado una vez más por la escalera, apoyada en su andador, para salir a pasear y a tomar un café. “El ascensor no funciona, no funciona nada en este bloque”, se lamenta la mujer, que desde hace más de 40 años vive en el edificio Venus, en el barrio de la Mina de Sant Adrià del Besòs, una mole de 244 pisos que se ha ido degradando a medida que se incumplían las promesas de realojo para los inquilinos.

La familia de Joaquina se instaló en el edificio a mediados de los años 70, cuando se levantó el barrio de la Mina casi desde cero, siguiendo el modelo urbanístico de los llamados polígonos de absorción: grandes complejos residenciales en la periferia de Barcelona destinados a cobijar a la población, en su mayoría gitana, de las barriadas de chabolas. “Entonces al menos estaba todo limpio”, recuerda esta mujer que hoy vive sola, con los ingresos de una pensión no contributiva, después de toda una vida vendiendo flores por las calles de la capital catalana. Lo poco que ingresa le da para pagar las facturas, asegura, por eso le da tanta rabia el estado del edificio. “Es una salvajada, las ratas nos comen”, se queja la anciana.

A estas alturas, nadie niega que el deterioro del edificio es tal que las condiciones se pueden calificar de infrahumanas. Así lo describió el Síndic de Greuges -el Defensor del Pueblo catalán- en una visita al bloque en 2014. A simple vista, se ve que la mayoría de bajantes pierden agua, la luz de la escalera no funciona -los vecinos suben con la linterna del móvil-, la basura se amontona en unos patios interiores con las paredes desconchadas y hay ventanas del rellano sin cristales.

Estos días están pintando las paredes de la escalera, ennegrecida desde que se quemó un piso en agosto. “Lo paga el seguro, porque si no...”, se lamenta Paqui Jiménez. Esta mujer, vecina del bloque y propietaria del bar que hay al lado, se ha erigido en una de las voces de los vecinos para reclamar a la Administración que cumpla sus promesas con la gente de Venus: derribar el edificio y darles un piso en condiciones. Llevan nada menos que 17 años esperándolo.

El futuro de este edificio quedó sentenciado cuando en 2002 el Consorcio de La Mina -que integra la Generalitat, el Ayuntamiento de Sant Adrià del Besòs, el de Barcelona y la Diputación- aprobó la demolición del bloque, que ya concentraba un alto índice de marginalidad, dentro del Plan Específico de Reordenación y Mejora (PERM) de la zona. A cambio de la expropiación, a las familias les prometieron un piso de protección oficial en el barrio, previo pago, eso sí, de la diferencia de valor de los inmuebles: 34.000 euros. “Entonces ya era inaceptable, pero es que con la crisis, ¿quién crees que podía pagarlo?”, se pregunta Jiménez. Muchas familias manifestaron que no podían pagar; otras, que no querían.

Solamente 35 familias aceptaron el trato, según consta en la Memoria Anual del Consorcio. Una promoción de 422 viviendas, terminadas en 2010 tras una inversión de 173 millones, esperaba a la gente de Venus. Pero si ya muchos veían con recelo la operación, en 2014 vieron como el conseller de Territorio del momento, Santi Vila, pegaba un volantazo al proyecto y decidía que el edificio se mantendría en pie y se rehabilitaría. La mayoría de pisos que debían ser para ellos se entregaron a través de la Agencia de la Vivienda a otras familias en riesgo de exclusión social.

Con el nuevo gobierno de Carles Puigdemont, en 2016, se recuperó la idea del derribo, pero entonces ya solo quedaban unos 60 pisos disponibles para las familias, según fuentes del Ayuntamiento de Sant Adrià del Besòs. Y de nuevo un revés: gran parte de ellos fueron ocupados en 2017 en una operación organizada por familias del barrio, algunas de ellas del mismo bloque Venus.

Desde el Consorcio han descartado atender a la petición de eldiario.es para conocer cuál es a día de hoy su previsión de derribo y realojo de Venus. Tampoco la conselleria de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia -Administración mayoritaria dentro del organismo- ha querido hacer valoraciones. Solo el alcalde de Sant Adrià, Joan Callau, ha concedido una entrevista a este diario para admitir que entiende “perfectamente” que los vecinos de Venus se sientan “desamparados”. “No hemos sabido afrontar la situación”, asume el regidor.

Callau reconoce que no hay calendario para acometer el derribo del edificio, aunque argumenta que no será por falta de voluntad de su consistorio. Su gobierno municipal está detrás de la moción que se aprobó por unanimidad en el Parlament de Catalunya, este mismo mes, para reactivar el proceso.

Objetivo Venus y la demanda de las familias

Después de 17 años, y tras incontables reuniones con el Consorcio y protestas frente a sus puertas, varias familias se han organizado para exigir una indemnización por daños morales. Con el asesoramiento de los abogados del Colectivo Ronda, un total de 57 vecinos reclaman compensaciones que ascienden a 5,7 millones de euros -10.000 euros por familia y año- por daños morales. Atribuyen el deterioro y la insalubridad del bloque a la “inactividad” de la Administración.

Para acompañar su demanda, han lanzado la campaña Objetivo Venus, tras la cual están entidades sociales del barrio como Desdelamina.net. Uno de sus impulsores, David Picó, explica que se trata de un proyecto de “intervención comunitaria” que ha de servir por un lado para provocar la reacción de los políticos y, del otro, para recuperar la vida comunitaria en un edificio que, tras tantos años, ha visto como se rompían algunos lazos entre vecinos.

“Por aquí han pasado todos los políticos y nada cambia”, denuncia Jiménez. Esta mujer llegó a colar el conflicto de Venus en el prime time de TV3, cuando en 2017 participó en el programa de preguntas al president de la Generalitat Jo pregunto. Tiempo después, esta mujer hizo de anfitriona de Puigdemont en su visita a la Mina. “Pero luego pasó todo lo del procés...”, se lamenta.

La tesis de algunos vecinos es que la degradación del edificio se agravó cuando el bloque quedó afectado en 2002. No solo por falta de atención de la Administración –el Ayuntamiento es todavía responsable de la gestión de la comunidad–, sino también por la dejadez de algunos inquilinos al ver que tenían los días contados. O por la proliferación del menudeo de droga, que si ya era un problema acuciante en el barrio ahora se ha agudizado con la erradicación del fenómeno de los narcopisos en el Raval, algunos de los cuales se han trasladado a bloques como este.

“Hay gente que tira la basura al patio, es una guarrada”, se lamenta Dolores, mientras toma un cortado en el bar de Paqui. Esta mujer llegó con su familia a Venus con tres o cuatro años. “Antes vivíamos en el Camp de la Bota, en las barracas”, rememora. Su relato es parecido al de otros vecinos al constatar como han empeorado las condiciones del bloque. Para ella, lo que más le molesta es el tráfico de droga. “Me he encontrado con gente durmiendo en los rellanos, con heces en el ascensor, es muy duro”, cuenta sobre la entrada y salida de drogadictos.

El problema de la droga

A la ya de por si complicada vida de muchos vecinos de Venus se le ha sumado en los últimos años el aumento de la venta de droga. Ubicado en el centro neurálgico de la Mina, este edificio no es ajeno a la proliferación de narcopisos en el barrio, controlados la mayoría de ellos por clanes familiares. Al contrario. Varias viviendas –ocupadas por los narcos, según los vecinos– se han convertido en puntos de venta de heroína, cocaína o marihuana. También la azotea del edificio se ha convertido en un espacio de consumo para muchos. Así lo atestiguan las numerosas jeringuillas que se cuentan entre los colchones y demás objetos tirados por el terrado.

El alcalde de Sant Adrià es perfectamente consciente de la presión que ejerce la droga, aunque en este caso defiende que no es un problema de Venus, sino de todo el barrio. Más que las diversas macrorredadas realizadas por los Mossos d'Esquadra en los últimos años, un sólo dato resume magnitud del desastre: la sala de venopunción de este barrio de 14.000 habitantes registró más consumidores el año pasado (2.273 personas) que todas las salas de Barcelona juntas.

La venta de droga está incluso detrás de algunos de los muchos cortes de luz que Endesa ha realizado en las escaleras del edificio a lo largo de los últimos años. Fuentes de la compañía explican cómo a menudo ha saltado por seguridad el suministro de luz tras registrar picos de consumo que luego se ha descubierto que correspondían a plantaciones de marihuana.

La de la luz es otra batalla de los vecinos que no logran vencer. En inspecciones recientes, Endesa detectó que más de la mitad de contadores tenían pinchada la luz, de unos vecinos a otros o directamente a tomas de distribución. Esto provocaba, según la compañía, que a menudo se cortase la luz por seguridad. Pero el problema es que todos los vecinos de una escalera se quedaban sin suministro, también aquellos que estaban al día de sus facturas. Este verano Endesa cambió decenas de contadores y blindó con chapas metálicas varias cabinas.

“Sigue habiendo cortes, pero no tantos como el que nos dejó una semana sin luz”, se queja Jimenez. De un tiempo a esta parte, decidió que dejaba de pagar los recibos porque la compañía no estaba cumpliendo con ella.

Venus ha marcado no solo la vida personal de Paqui, sino también la laboral. Antes de abrir el bar que ahora regenta, quiso dejarlo para comprarse una licencia de taxi. Tenía algo ahorrado y quería pedir un préstamo sobre su piso, pero nadie se lo dio. “Mi casa ya estaba afectada por lo del derribo y no valía nada”, sentencia.

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