Los contagios de coronavirus en la comarca del Segrià, confinada desde el pasado sábado, han escapado al control de las autoridades sanitarias catalanas. Las cadenas de transmisión comunitaria –que existen desde junio pese a que la Generalitat lo admitió el lunes– se han reproducido de tal forma que la incidencia del virus es hoy siete veces mayor que hace tan solo dos semanas, cuando se acababa de estrenar la nueva normalidad en Catalunya.
Si el 19 de junio el número de contagios diarios –en promedio semanal– era de 5,4 por cada 100.000 habitantes, el pasado viernes, 3 de julio, la cifra ascendía a 39,4. Supone además casi el doble de casos que en el conjunto de la región sanitaria de Lleida (25,2) y veinte veces más que la media catalana (2,1). De hecho, en la última semana casi la mitad de los 1.132 positivos registrados en Catalunya se han detectado en esta comarca de 210.000 habitantes de la que Lleida es capital.
El nivel disparado de infecciones en la comarca llevó el sábado a la Generalitat a ordenar su cierre perimetral cuando pocas horas antes no lo contemplaba y se centraba en pedir a la población bajar el ritmo. Este lunes, tras la comisión territorial de seguimiento de la epidemia en el Segrià han ido un paso más allá y han asegurado que, si en 15 días no remitían los contagios, no descartan endurecer las medidas y decretar un confinamiento domiciliario.
El jefe de Epidemiología del Hospital Clínic y asesor del gobierno para la pandemia, Antoni Trilla, valoraba también que podría ser una alternativa, aunque se mostraba cauto con ella. “Parece que la cosa no va a una velocidad tal que no permita todavía tener esperanzas en el control de los brotes sin escalar las medidas”, aseguraba en una entrevista en Catalunya Ràdio.
En cuestión de días se sabrá si las medidas ha sido útiles no solo para reducir las infecciones en el Segrià, sino también para evitar que el descontrol se extienda a otras comarcas colindantes. De momento, no ha sido así, aunque todas las que la rodean tienen incidencias muy superiores a la catalana. Les Garrigues, Pla d’Urgell y Noguera tienen una media semanal de contagios de 5,5, 5,9 y 11,9 casos por cada 100.000 habitantes. Destaca también el caso de la Segarra, más alejado de la zona pero que tiene una incidencia elevada debido a un rebrote registrado a finales de mayo.
Lleida cruzó la barrera por Sant Joan
Esta vez, sin embargo, “la curva que dibuja los nuevos positivos de coronavirus es absolutamente diferente” a la del inicio de la pandemia, según precisa Enrique Álvarez, investigador del grupo de Biología Computacional y Sistemas Complejos (BIOCOM-SC) de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). En esta ocasión no ha sido una explosión desde cero, como ocurrió en febrero y marzo, sino que los contagios volvieron a crecer en Lleida en junio pero se mantuvieron estables durante gran parte del mes, sin dispararse hasta hace relativamente poco.
De acuerdo con los códigos de colores que usan los investigadores de BIOCOM-SC para describir los niveles de riesgo de la epidemia, Lleida entró en zona amarilla –de cierta dificultad para hacer seguimiento de los contagios– a finales de mayo. Algo parecido pasó en la Vall d’Aran con un brote, pero la región volvió al cabo de poco a verde. Lleida entró sin embargo en rojo la semana de Sant Joan (aunque no se detectó hasta el pasado jueves, debido al tiempo de incubación del virus).
“Esto significa que pasa a ser prácticamente imposible hacer seguimiento de los contactos, ya sea por las necesidades de PCR o por las horas de profesionales requeridas. La probabilidad de que se escapen casos es muy grande”, valora Álvarez. Y argumenta acto seguido que las medidas de confinamiento deberían ir acompañadas de un mayor refuerzo de los equipos de Atención Primaria y Salud Pública para hacer la detección e identificación de casos y contactos.
Sin ser tan explícito, el jefe del servicio de Epidemiología de Lleida, Pere Godoy, reconocía también este lunes que habían perdido el control de las cadenas de transmisión. Describía cómo los brotes originados mayoritariamente entre trabajadores de empresas hortofrutícolas –10 de los 14 que hay activos– habían saltado a las familias y, de ahí, a la comunidad. “Una vez desencadenada la transmisión a estos niveles, bajarla cuesta”, aseguraba.
Los municipios agrarios, los de mayor incidencia
La expansión del virus ha sido desigual incluso dentro del Segrià, golpeando mucho más a aquellos municipios más conocidos por sus grandes extensiones de frutales. Sobre mapa se observa como los pueblos del centro y el este de la comarca, por donde pasa el río Segre, son los más afectados. Destacan Soses, Aitona y Alcarràs, con 219, 138 y 99 casos diarios de media semanal por 100.000 habitantes a fecha de 3 de julio. Lleida capital está ligeramente por debajo de la media de la comarca, con 36.
Los contagios en las empresas hortofrutícolas y entre los trabajadores del campo son una realidad que a estas alturas nadie niega, aunque cada uno añade sus matices. El delegado del Govern, Ramon Farré, ha defendido que las empresas del sector han aplicado los protocolos correctamente y que los contagios tendrían que ver con las condiciones de hacinamiento de aquellos temporeros, sobre todo sin papeles, que malviven en Lleida a la espera de encontrar trabajo.
Manel Ezquerra, alcalde de Alcarràs, apunta no solo a las situación de estos trabajadores, sino también a la “relajación de la población en general” y, en el caso de los temporeros, a las deficiencias del sistema de rastreo de contactos. “No se han hecho los deberes desde el sistema de vigilancia epidemiológica”, opina el alcalde. En su municipio, asegura que desde la Atención Primaria se han podido identificar los convivientes de los positivos y aislarlos si era necesario en un albergue municipal (por el que han pasado 58 personas), pero denuncia que no se ha hecho lo mismo con sus compañeros de trabajo.
“Ahora se criminaliza a los temporeros cuando han cumplido con el confinamiento, al menos en nuestro pueblo”, asegura Ezquerra. Otras fuentes sanitarias del territorio apuntan sin embargo a que algunas particularidades de los temporeros sí han influido en la transmisión de forma notable, como es el hecho de que vivan en pisos comunitarios o que muestren rechazo a las pruebas PCR para evitar quedarse sin empleo.