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Vivir en la calle con perros: “Nunca iré a un albergue si tengo que dejarlos fuera”

Manuel Rodríguez con sus perros. De izquierda a derecha, Sheilita, Rambo y Sheila

Pau Rodríguez

Las únicas ocasiones en las que Manuel Rodríguez se separa de sus tres perros, un par de veces a la semana, es para ir a asearse a un centro abierto de la asociación Arrels. “Entonces viene mi hermano y me vigila a los niños”. Así se refiere él a Sheila y a los hijos de esta, Sheilita y Rambo, tres canes que le acompañan día y noche desde hace años. “Yo estaría calentito en un albergue, pero jamás iré a uno si tengo que dejarles a ellos fuera”, afirma, y señala a los tres animales, que para él son familia, mientras juguetean a su alrededor en un banco de la zona ajardinada entre la Ronda Litoral y el parque Nova Icària, donde duermen desde hace un tiempo.

Manuel Rodríguez es una de las personas sin hogar en Barcelona que tienen animales de compañía a su cargo. No llega al 2% del total de la población sin techo de la capital catalana, es decir, que serían una veintena de los casi 1.000 que hay según datos de los Servicios Sociales del Ayuntamiento, aunque las entidades animalistas elevan la cifra al medio centenar. Son pocos, pero sobre ellos pesa una “doble discriminación”, según Noe Terrassa, asesora de la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (FAADA): por no tener casa y, además, por no poder acceder con el perro a la gran mayoría de albergues, comedores sociales y otros centros de día, sean públicos o privados.

El consistorio ha descartado hasta ahora abrir la puerta a los animales en los albergues municipales, aunque ha puesto en marcha un plan piloto con un usuario con perro en uno de sus centros y tiene previsto habilitar otros dos, el de Zona Franca y el de Sarrià, para que puedan acceder animales. Además, desde el Ayuntamiento apuntan que donde sí caben mascotas es en el programa iniciado este mandato 'Primero el Hogar', en el que se garantiza un apartamento a los sin hogar más cronificados como primer paso para facilitar su reinserción.

Pero lo cierto es que, pese a todo, siguen pesando más para el consistorio las razones para impedir la entrada de animales en los equipamientos públicos para personas sin techo. En primer lugar, porque aseguran que habría que garantizar que los animales estén en condiciones de salubridad y al día con las vacunas y la desparasitación –algo que las entidades animalistas juzgan fácil de conseguir–, y después porque los demás usuarios no tienen por qué estar de acuerdo con la presencia de perros. “Los trabajadores de los servicios sociales no son especialistas en comportamiento animal”, añaden fuentes del Área de Derechos Sociales.

“Si cuidas al animal, ellos se sienten cuidados”

Uno de los pocos centros –en este caso, solo de día– que aceptan a las personas sin techo con sus animales es Assís, en el barrio de Sarrià. Roger Fe, uno de sus educadores, desmiente que haya complicaciones a la hora de acoger a los perros. Mientras los usuarios están en la ducha, desayunando o en tareas de inserción, les guardan los perros en el despacho o en el patio, siempre atados y con bozal. “Por cada persona que se queja hay otras 50 que disfrutan de su compañía”, asegura. “Si trabajas con una persona sin hogar debes hacerlo con su familia, y a menudo el perro es lo único que tienen: si cuidas al animal, ellos se sienten cuidados”, añade.

Si no fuera por su hermano, Manuel no se atrevería a dejarlo atado fuera del centro al que él va a ducharse. Desconfía, como muchos, de lo que les pueda pasar. “Si me los quitan, te juro que me muero”, sentencia este antiguo legionario, que llegó a Barcelona con 21 años y acabó en la calle hace más de quince. Desde entonces ha ido compaginando algún trabajo esporádico en la hostelería, pero nunca suficiente para conseguir un hogar. Desde hace una década convive con Sheila, la perra que le regaló un compañero al marcharse a Rumanía. Ellos dos duermen al aire libre mientras los otros dos canes lo hacen en una tienda de campaña justo a su lado.

Al levantarse, Manuel suele ir junto con Sheila, Sheilita y Rambo a tomar un cortado en una cafetería que hay al lado de donde duerme. Fue allí donde vio por la tele a la perra Sota agonizando en la acera, moviendo la cola después de que un agente de la Guardia Urbana le disparara con su pistola, alegando que el animal le mordió primero. Al salir a colación el caso, que ha soliviantado a los colectivos animalistas de la ciudad, Manuel repite que preferiría morir él antes que sus “niños”.

Tauri, el propietario de Sota, estaba pendiente de entrar en el programa Mejores Amigos, en el que ya está Manuel, que impulsa FAADA con el Ayuntamiento para ofrecer un servicio veterinario que incluye vacunaciones, chip identificativo, desparasitación y, de forma opcional, la castración. Aprovechando el contacto con las personas sintecho, además, la entidad aprovecha para derivarlos, si quieren, a los servicios sociales, un paso a menudo complicado para un colectivo que suele desconfiar de la Administración. “A veces resulta más fácil vincularlos cuando te diriges a su compañero, al que quieren, y no a ellos directamente”, asegura Terrassa.

El mejor y único amigo

Para una persona sintecho, el perro no solo es su mejor amigo, a menudo es el único. En un contexto de exclusión tan severa, la relación con el animal les puede proporcionar acompañamiento, lealtad e incluso protección. “Cuando has roto casi todos tus vínculos con todo el mundo, rehacerlos resulta muy difícil, te puede costar años; en esta situación límite, el vínculo con un perro puede ser reparador por ser el primero que se hace”, argumenta Roger Fe.

Pocos días ha sufrido tanto Manuel, según relata él mismo, como cuando la Guardia Urbana le retiró a Rambo después de que éste mordiera a una chica que se acercó para acariciarle en el Parque de la Ciutadella. “Aquella noche no pude dormir”, explica. Subió al día siguiente para recuperarla y, al tener todas las vacunas en regla y estar desparasitado y con chip de identificación, se lo devolvieron.

Para la comida, en su caso asegura que a sus animales nunca les falta de nada. No suelen encontrarse en FAADA con que los perros de las personas sintecho tengan necesidades alimenticias severas. “La mayoría, al estar siempre en la misma zona, acaban consiguiendo que algunos vecinos les den comida a los perros”, relata Terrassa. En otros casos, es la propia entidad animalista la que distribuye galletas y pienso que les llega a través de donaciones esporádicas.

Otro frente para las entidades que trabajan con los sintecho es conseguir que su mascota no sea un obstáculo para que dejen de acudir no ya a un albergue, sino al médico cuando lo necesitan. “Si no tienen a quien dejarlo, no irán”, sostiene Terrassa, cuya entidad ofrece también guardería para animales por si sus dueños tienen que ingresar. En este sentido, desde el Ayuntamiento aseguran que en situaciones similares en el caso de usuarios del programa 'Primero el Hogar' ya se han hecho cargo durante días de sus animales.

Explotación animal para pedir limosna

El principal problema de las entidades animalistas y de las administraciones en la atención a los sintecho que tienen perro es distinguirlos de aquellos que, sin estar a menudo viviendo en la calle, piden limosna junto a perros de los que se aprovechan para obtener mayor recaudación. La Guardia Urbana ha requisado en lo que va de año al menos 43 perros y dos gatos al haber constatado que sus amos los utilizaban como reclamo para mendigar. Los animales decomisados son derivados al Centro de Acogida de Animales de Compañía, que gestiona su adopción.

La ordenanza de protección animal de la capital catalana prohíbe “exhibir los animales con finalidades lucrativas” o “de forma ambulante como reclamo”, para lo que prevé sanciones de hasta 1.500 euros. Pero la policía constata a menudo que las multas son en vano. De sus investigaciones han llegado a concluir que en algunos casos se trata de personas que están en contacto, que se intercambian los perros y que les dan sustancias para que los animales estén adormecidos y den más pena. La práctica totalidad de ellos se concentra en las áreas de mayor afluencia turística, como la Rambla, Plaza Catalunya y el Paseo de Gracia.

Ante la proliferación de estos mendigos, entidades como FAADA se ven obligadas a hacer un proceso de evaluación de la relación entre el animal y su amo antes de facilitarles su ayuda. La capacidad de reacción del animal, si el amo se interesa por él al hablar y se sabe su nombre y su edad y la permanencia en el tiempo de la pareja –los explotadores pueden cambiar de perro en cuestión de días– son elementos que les ayudan a confirmar que la relación es “familiar y sana”. El joven Tauri se encontraban en plena evaluación de FAADA cuando mataron a Sota el pasado 18 de diciembre.

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