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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala
Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

¿Para qué sirve la diversidad?

El edificio de la diversidad, segun Vilar Vega.

Un economista, perfectamente desorientado por las fluctuaciones del mercado, algo común entre los economistas pero que no le servía de ningún consuelo, decidió diversificar sus inversiones y recomendar a sus clientes que hicieran lo mismo para disminuir el riesgo de perderlo todo o de perder mucho.

Una madre de familia, completamente confundida por la información de las etiquetas de los productos de un supermercado y preocupada por la ingesta de demasiado colesterol y compuestos cancerígenos o malsanos, optó por diversificar su carrito y combinar el jamón y los huevos con un poco de humus, pan integral, leche de almendras, tortillas mejicanas y fideos chinos.

Un entrenador de futbol, profundamente implicado en el progreso de un equipo que tan pronto gana contra buenos contrarios como pierde partidos fáciles, propuso al club diversificar los fichajes de la nueva temporada incorporando un veloz jugador de origen turco, dos fuertes deportistas nacionales, un sudamericano muy táctico y un alemán incombustible.

El economista, la madre de familia y el entrenador de futbol estaban aprovechando, conscientemente o no, el “efecto portafolio” o la recomendación de no poner todos los huevos en la misma cesta. El mantenimiento de una diversidad de opciones donde invertir el dinero o sobre las cuales basar la cesta de la compra o el fichaje de deportistas es clave para el funcionamiento equilibrado de sistemas complejos como son la economía global, la nutrición humana o el rendimiento deportivo de un equipo. Nos guste o no y lo entendamos bien o no, nuestra vida está gobernada por, y a la vez inmersa en, multitud de sistemas complejos.

Ante la falta de un conocimiento exacto de todos los parámetros que afectan al funcionamiento de estos sistemas, la máxima de favorecer la diversidad es de las pocas referencias que nos quedan para la toma de decisiones. En esto se basan las ciencias biológicas cuando recomiendan la conservación de la diversidad biológica.

Mantener un alto número de especies de animales, plantas, microbios u hongos no sólo encuentra una justificación ética o religiosa por aquello que heredamos y debemos mantener para las próximas generaciones. Conservar la diversidad biológica permite, además, mantener recursos que pueden ser necesarios en un futuro, cuando las condiciones ambientales o las necesidades humanas cambien o cuando, simplemente, tengamos el conocimiento necesario para poder aprovecharlos.

Por tanto, esta conservación de la diversidad biológica tiene una justificación eminentemente práctica: los ecosistemas no funcionan sin todas o muchas de esas especies, y, si no funcionan, no nos aportarán los bienes y servicios que necesitamos para vivir, empezando por el aire que respiramos y el agua que bebemos.

La biodiversidad actúa como un “seguro” para los ecosistemas, garantizando que todas o la mayoría de las funciones ecológicas se mantienen a pesar de las fluctuaciones ambientales, y con ellas los servicios que nos proporcionan los ecosistemas.

Los experimentos a largo plazo con los que contamos muestran que los ecosistemas con más especies producen más y son capaces de funcionar de manera sensiblemente más eficiente a lo largo de periodos de estrés o amenaza. De hecho, la reducción en el número de especies o en la diversidad ecológica altera dramáticamente el funcionamiento de los ecosistemas y limita su resiliencia frente a los impactos del cambio climático o la contaminación.

En palabras del genial biólogo Miguel Delibes de Castro, la diversidad biológica es como los ladrillos que componen un edificio, podemos perder algunos sin que el edificio se caiga, pero con cada pérdida se pierde algo de su función y eventualmente quitaremos un ladrillo que llevará al colapso. Y con frecuencia es muy difícil determinar el papel exacto de cada ladrillo en cada función del edificio.

Este es el tipo de cuestiones que nos planteamos en el proyecto europeo FUNDIV. Este proyecto, que reúne 24 grupos de investigación de 15 países de Europa, se propone comprender el efecto portafolio en nuestros bosques.

Dicho de otra forma, FUNDIV indaga sobre el papel funcional de la diversidad biológica en estos ecosistemas. Biólogos, físicos, matemáticos e ingenieros se alían con cazadores, gestores de espacios protegidos y diversos usuarios de la diversidad biológica para medir el uso y el rendimiento de bosques con distintos niveles de diversidad de los árboles que componen el dosel.

Se evalúan desde la riqueza de murciélagos, mariposas, lombrices o plantas, hasta la productividad, la intensidad de cada parcela como sumidero de carbono o cómo se ven afectados por esta diversidad del dosel procesos ecosistémicos como el ciclo hidrológico o la mineralización de la materia orgánica.

Los resultados que se están obteniendo son complejos. No podía ser de otra forma. En unos casos existe una relación simple y directa entre la diversidad del dosel y dichos procesos, mientras que en otros se encuentran relaciones más complicadas o incluso ninguna relación.

Se observa que la diversidad del dosel mejora la capacidad de soportar años secos, manteniendo la productividad a pesar de una sequía más intensa de lo habitual. Pero no se observa una relación clara con la diversidad de otros grupos de organismos, ni con ciertos servicios deseables como la provisión de caza abundante o una mejor regeneración natural.

Pero proyectos como FUNDIV permiten comprender mejor otros efectos que pueden complementar el efecto portafolio y llegar a ser más importantes en ciertas ocasiones (por ejemplo, años de climatología extrema) o para ciertos servicios ecosistémicos concretos.

La predominancia de alguno de estos efectos puede diluir el efecto portafolio e incluso llegar a anularlo por completo. Uno de estos efectos es el efecto de la composición de especies, es decir, el hecho de que los integrantes de ese portafolio no son todos iguales y que su participación no es intercambiable.

Por ejemplo, no tiene el mismo impacto sobre la función del boque un dosel compuesto por cuatro especies si las cuatro son coníferas que si sólo dos lo son, o si se compone de especies caducifolias o perennifolias. Este efecto de la composición puede gestionarse o aprovecharse para la toma de decisiones sobre la base de ciertos principios generales como el fenómeno de la complementariedad: el efecto portafolio de la diversidad biológica es mayor cuando las especies son complementarias y no redundantes funcionalmente.

Tal es el caso de los bosques mixtos, donde la combinación en el dosel de especies muy contrastadas como coníferas, caducifolias y perennifolias de hoja ancha da lugar a un amplio abanico en los ritmos de producción de materia orgánica y en la naturaleza de las interacciones biológicas que se dan entre los habitantes del bosque.

Esta combinación favorece la multifuncionalidad del bosque y en general le confiere mayor resistencia a perturbaciones tanto naturales como de carácter antrópico. Y aunque esta combinación podría no dar siempre la mayor productividad forestal, parece la más adecuada para mantener este ecosistema y sus servicios a largo plazo.

Ecosistemas y paisajes más diversos favorecen el mantenimiento de la multifuncionalidad, garantizando, por tanto, una provisión continuada de servicios frente a fluctuaciones anuales o impactos ambientales. Este tipo de bosques diversos sería análogo a una cartera de inversiones mixta que combine productos de alto y bajo riesgo, al equilibrio entre proteínas, hidratos de carbono y grasas en la dieta, y al balance entre delanteros y defensas. Tres opciones muy recomendables para el economista, la madre de familia y el entrenador, respectivamente.

Otro efecto importante a tener en cuenta es el efecto individual o el efecto especie. La mera presencia de un tipo de organismo puede tener un efecto tal que eclipse las relaciones diversidad-función, generalmente más sutiles.

La presencia de una determinada especie de árbol, por ejemplo, puede tener tal impacto que el que se vea acompañado de más o menos especies puede quedar relegado a un segundo plano. La presencia de un árbol resiliente como la encina en el Mediterráneo, o productivo como el abeto, en los bosques boreales, tiene consecuencias en numerosas funciones, que apenas pueden ser compensadas mediante otras combinaciones de especies sin su presencia.

La seguridad en la provisión de servicios ecosistémicos depende de hasta qué punto dichas funciones están bien distribuidas en el árbol de la vida. Si son propias de unas pocas ramas del árbol evolutivo que, además, están adaptadas a unas condiciones ambientales muy concretas, dichas funciones van a ser más sensibles a los diferentes impactos del cambio global.

Por eso, es posible que las recomendaciones de ciertas carteras de valores que pueda hacer Paul Krugman, la inclusión del aceite de oliva en la cesta de la compra o tener a Messi en el equipo puede compensar mucho el poner todos los huevos en la misma cesta y no diversificar en un momento determinado. Pero vivimos en un mundo que cambia constantemente y, al ser sistemas complejos, la respuesta de los ecosistemas a dichos cambios tiene un alto grado de incertidumbre y ante ella la diversidad es siempre el mejor aliado.

Hay mucho que aprender de la “madre naturaleza”. Y no sólo para conservar ecosistemas multifuncionales. La sociedad humana es compleja y la gestión de la diversidad étnica, cultural, económica o religiosa guarda numerosas analogías con la gestión de la diversidad biológica.

Una sociedad que incorpore estas dimensiones de diversidad, aprovechándose de ella y alejándose de dogmas y creencias monolíticas, sería una opción muy válida para la sostenibilidad de un sistema socioeconómico a largo plazo. Eso aunque, como en el caso del bosque, se sacrifique la productividad a corto plazo.

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Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

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