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Dinero público para imponer contenidos religiosos opuestos a la evidencia científica: es España y el siglo XXI

El artículo 27.3 de la Constitución Española de 1978 establece que “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.” Y como  España es un estado aconfesional, ya que según el artículo 16.3 de la Constitución “ninguna confesión tendrá carácter estatal”, parece razonable interpretar (como hacen, por ejemplo, la administración y jueces de muchos países europeos de nuestro entorno y EEUU) que la enseñanza de la religión pertenece al ámbito privado. Sin embargo el Gobierno español actual tiene otra interpretación:  la forma “natural”  natural“ de implementar el artículo 27.3 es establecer, según las resoluciones 1849 y 1850, publicadas en el BOE de 24 de febrero de 2015, la inclusión de ”la religión católica como área o materia en los niveles educativos que corresponda, que será de oferta obligatoria para los centros“ (Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre).  

 

Esto, de por sí, podría ser motivo de preocupación y seguro que seguirá dando pie a muchos artículos o comentarios en los medios. Pero nosotros hablamos de Ciencia, así que vamos a ceñirnos a un aspecto quizás pequeño pero esencial: el currículo de la asignatura de religión católica. El currículo propuesto, que como ya hemos mencionado deberá ser impartido en todas las escuelas públicas, con cargo a las aportaciones de los contribuyentes, rezuma creacionismo  (prohibido por sentencia judicial en Estados Unidos, donde es recurrente) y muestra una impresionante falta de respeto hacia la evidencia científica e histórica. La asignatura de religión (católica) revisada ahora supone un retroceso en la conciliación del conocimiento científico, la diversidad cultural de la sociedad y las creencias íntimas y personales de cada ciudadano. Generará, además, contradicciones radicales en el eventual estudiante que el BOE no resuelve. ¿Se indicará en el BOE algo así como “en caso de contradicción con el currículo de otras asignaturas obligatorias, el contenido impartido en Ciencias Naturales, Historia, Física o Biología será prioritario sobre lo indicado en el currículo de la asignatura de Religión”? ¿o se dejará al estudiante decidir qué contenido es correcto o como reconciliar evidencias y creencias cada día un poco más alejadas entre sí? Ya destacamos hace casi dos años la falta de argumentación lógica de la iglesia católica y la sorpresa que nos supuso leer sobre lo que sus responsables llamaron entonces el saber científico y estructurado de la fe. Está bien argumentada la falta de terreno común entre el pensamiento científico y la religión. Ahora denunciamos una nueva vuelta de tuerca en la injerencia de la religión católica en la cultura científica de la sociedad española del siglo XXI, apuntando a una diana sensible y crucial: la formación de las nuevas generaciones de ciudadanos.

 

El desenfoque principal del actual temario es confundir docencia con catequesis, algo que está irritando a un número creciente de docentes, científicos e intelectuales en general. Pero veamos con más detalle algunos aspectos críticos de este BOE que ha generado miles de artículos, comentarios y reacciones en las redes sociales y en los medios de comunicación. En la descripción general de la asignatura en este ya famoso BOE nos enteramos de que, como “los animales y el ser humano no se dan el ser a sí mismos”, debemos reconocer que “Otro los hace ser, los llama a la vida y se la mantiene”. Vamos a dejar de lado el embarazoso problema de quién dio la vida al Otro, a no preocuparnos por el hecho de que las religiones no explican la vida, sino que se niegan a buscar respuestas. No hay ninguna evidencia, científica ni de ningún tipo, que sugiera que Nadie haga ser a los animales, los llame a la vida y se las mantenga. Aunque falta mucho por aprender sobre el origen primero de la vida, entendemos bastante bien (y cada día mejor), cómo nace cada individuo, cómo se mantiene vivo mientras lo hace, y cómo se muere. Sin que Nadie que no sean sus propios padres les haga ser.

 

Las resoluciones del BOE detallan, para cada curso, los contenidos de la asignatura, los criterios de evaluación y los estándares de aprendizaje evaluables. Para primaria, en el apartado de contenidos, encontramos premisas curriculares como “la creación como regalo de Dios” y “el hombre, obra maestra de la creación” (primero) o “Dios crea al hombre para ser su amigo” (segundo). Como criterios a evaluar encontramos “identificar y valorar la creación como acto de amor de Dios al hombre” (primero) y entre los estándares de aprendizaje evaluables está  “expresa con palabras propias el asombro por lo que Dios hace” (primero), o “valora y agradece que Dios le ha creado para ser feliz” (segundo).

 

El niño que asiste a la asignatura de religión católica se empapa del concepto de creación divina, que sigue en la secundaria donde, entre los criterios de evaluación del segundo curso encontramos “establecer diferencias entre el ser humano creado a imagen de Dios y los animales”. ¿Va a suspender el chico que haya aprendido biología y que sepa que el ser humano es otro animal más? ¿Suspenderá el inquieto que haya tenido la desgracia de leer sobre la evolución de los homínidos? ¿No pasará la asignatura aquel que haya quedado impresionado por las pinturas de Altamira o el yacimiento de Atapuerca, y se haya enterado de que el “ser humano” no es diferente a otras especies, y es de hecho muy similar al llamado hombre de Neandertal, una especie que no es la elegida por Dios para ser su amigo, y que se extinguió hace menos de 30.000 años pero con la que nos entrecruzamos durante cientos de miles de años y de la cual conservamos información (genes) en nuestro propio genoma?

 

Pero las cosas empeoran al llegar al bachillerato, donde el alumno “se informa con rigor y debate respetuosamente, sobre el caso de Galileo, Servet, etc. Escribe su opinión, justificando razonadamente las causas y consecuencias de dichos conflictos.” Y, habiéndose informado, como criterio de evaluación deberá “aceptar con respeto los momentos históricos de conflicto entre la ciencia y la fe, sabiendo dar razones justificadas de la actuación de la Iglesia”. ¿Suspenderá, una vez más, el alumno cabal que se encuentre incapaz de dar razones justificando la tortura, la humillación y la muerte por motivos religiosos a estos distinguidos científicos que propusieron cuestiones tan aceptadas hoy en día como que la Tierra no es el centro del Universo? ¿Será motivo de suspenso argumentar que la Iglesia de los siglos XVI y XVII obstaculizó gravemente el avance de la ciencia al perseguir y procesar a Miguel Servet y Galileo Galilei?

 

Y, dado que el currículo de la asignatura nos ha traído a la historia, aunque en este blog nos centramos en temas relacionados con la ciencia, notemos también la falta de rigor histórico de que adolece el currículo. Empezando por la afirmación de que la Biblia es un texto histórico: “Todo este acontecer histórico de la manifestación de Dios está recogido en los libros sagrados de la Biblia.” Por favor, señores: la Biblia es un texto interesante, heterogéneo y merecedor de estudio, pero como muy bien decían los hermanos Gershwin, “it ain’t necessarily so / the things that you’re liable / to read in the Bible.”

 

Pues, con todo, a través de la Biblia el alumno deberá aprender que “Dios actúa en la historia”. Será evaluado por su capacidad para “identificar la acción de Dios en la historia en los relatos bíblicos” y “reconocer las consecuencias de la Alianza de Dios con Israel”. Ya en secundaria, el alumno “recuerda y explica constructivamente, de modo oral o por escrito, acciones que reflejan el desvelarse de Dios con el pueblo de Israel” y “toma conciencia y agradece los momentos de su historia en los que reconoce la fidelidad de Dios”. Esta filosofía anima al estudiante a no ser crítico, a no buscar relaciones causa-efecto entre eventos históricos, y le incita a la superstición, haciéndole creer que es Dios quien decide su historia.

 

Pero la cuestión es mucho más grave. En un mundo que sigue polarizado por motivos religiosos (nada nuevo: las guerras de religión nos han acompañado desde que tenemos noción de la historia), esta asignatura hace ver que Dios está de un lado y en contra de otro, contribuyendo a la polarización y radicalización de la población. Porque cualquiera que haya leído la Biblia recordará cómo se manifiesta “el desvelarse de Dios con el pueblo de Israel”. La Biblia, que no era probablemente el libro de cabecera de Mahatma Gandhi, justifica el uso de la violencia como método principal para dirimir conflictos y enseña que el mundo está polarizado entre el Bien y el Mal – que se ha de erradicar a toda costa.

 

Y para concluir no podemos dejar de subrayar como extremadamente triste que el alumno debe reconocer “la incapacidad de la persona para alcanzar por sí mismo la felicidad”. A los adultos que no creemos en Dios todo este despropósito sólo nos entristece, pero a los pobres chicos que deben cursar y superar estas asignaturas el panorama es simplemente espeluznante: no sólo niegan a los no creyentes la felicidad tras la muerte si no que también les quitan la felicidad en la Tierra

 

Respetamos completamente el derecho de cada cual a profesar las creencias que mejor le parezcan. Pero, por favor, que no usen nuestros impuestos para sufragar la enseñanza de la religión católica, abriendo una tensión inconsecuente con un Estado de Derecho aconfesional, abocando al estudiante a enfrentarse a contradicciones con el conocimiento y la evidencia científica en materias relativas a la biología, la historia, las ciencias naturales y la física, y negando además estos privilegios  a las demás religiones presentes en dicho Estado. Mejor que inviertan esos fondos en instrumentos y profesores de música, para que los niños y jóvenes conozcan y disfruten la música… de los hermanos Gershwin, por ejemplo.

 

El artículo 27.3 de la Constitución Española de 1978 establece que “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.” Y como  España es un estado aconfesional, ya que según el artículo 16.3 de la Constitución “ninguna confesión tendrá carácter estatal”, parece razonable interpretar (como hacen, por ejemplo, la administración y jueces de muchos países europeos de nuestro entorno y EEUU) que la enseñanza de la religión pertenece al ámbito privado. Sin embargo el Gobierno español actual tiene otra interpretación:  la forma “natural”  natural“ de implementar el artículo 27.3 es establecer, según las resoluciones 1849 y 1850, publicadas en el BOE de 24 de febrero de 2015, la inclusión de ”la religión católica como área o materia en los niveles educativos que corresponda, que será de oferta obligatoria para los centros“ (Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre).