Entre los grandes misterios atesorados por el alquimista Arne Saknussemn, uno fue el que aceleró el pulso del minerólogo Otto Lidenbrok: el camino secreto que a través del cráter del volcán Snæfellsjökull conducía directamente al centro de la Tierra. Excitado por el descubrimiento, el profesor convencerá a su sobrino Alex para viajar a Islandia y adentrarse por las entrañas del volcán hacía aquellos espacios geológicos desconocidos. Sus peripecias junto al intrépido cazador Hans, serían recopiladas por Julio Verne en uno de los más clásicos libros de aventuras de todos los tiempos: Un viaje al centro de la Tierra.
Aunque el relato brota de la imaginación de Verne, hoy son muchos los que darían cualquier cosa por descubrir un pergamino como el escrito por Saknussemn en la novela. Y no es para menos si comprobamos cómo para el actual neoalquimismo hace tiempo que la búsqueda de esa piedra filosofal capaz de convertir en oro el más humilde de los materiales ha pasado a un segundo plano. Ahora el verdadero secreto que obsesiona a los seguidores de esta ciencia oculta no es otro que la búsqueda del camino que les conduzca al centro, si no de la Tierra, al menos sí del espectro político.
Es tal la obcecación por encontrar una solución a ese misterio que quienes la persiguen no dudan en entregarse a los más estrambóticos rituales, justificados tan solo por la lógica esotérica que los determina. Es así como Pablo Iglesias escenifica su rechazo a la oferta de unidad popular lanzada por Alberto Garzón con un exceso que el destiempo, principal objeción que se le puede hacer a la propuesta de IU, no parece justificar. Por ello, la virulencia con que arremete contra la formación a la que hasta poco estaba vinculado, parece más propia del chamán que entra en trance psicotrópico en busca de la dimensión oculta de la centralidad, que del contrincante político. No es extraño que hasta más de un anticomunista de toda la vida ha sentido sonrojo por sus declaraciones.
No menos perplejidad ha despertado también la liturgia cromática protagonizada por el dirigente del PSOE en su búsqueda del mismo misterio. Pedro Sánchez, siempre tan compuesto, huyó de los aspavientos del trance, para intentar alcanzar la centralidad gracias a la fuerza de los colores. Más concretamente de los colores nacionales. Fue así como el aspirante del llamado partido socialista decidió conjurar a las fuerzas demoscópicas presentándose arropado por una gigantesca bandera nacional. Una decisión que pone al descubierto la influencia que sobre Sánchez ejercen las filosofías gnósticas new wave que llegaron de los Estados Unidos. Con todo, su gesto no ha dejado de sorprender a más de uno llevado por la constatación más o menos empírica, aunque sin duda ingenua, de que las Españas tienen poco que ver con las iconografías americanas, especialmente en eso de las banderas.
Incluso en las tierras valencianas hemos podido ver extrañas ceremonias con las que subrayar la centralidad del nuevo gobierno de Ximo Puig. Así ha sucedido con el sacrificio ritual al que ha sido sometida Gràcia Jiménez, desplazada finalmente del cargo de consellera de Educación y Cultura por Vicent Marzà que llega así debilitado por su condición de segundo plato. El nuevo Consell se muestra así sensible al toque de atención lanzado por la ciudadana Carolina Punset, preparada para afilar los cuchillos centrados y centralistas ante cualquier tímido escoramiento a la aldea. Que ande con ojo Marzà.
Las próximas elecciones de noviembre, sin duda, explican esta carrera incesante por descubrir el camino secreto de Saknussemn que conducen al centro. Por desgracia el pergamino del mítico alquimista nunca existió en la realidad. Pese a todo, bien harían quienes lo buscan en tener presente las lecciones que nos enseña la conocida novela de Verne, cuyos personajes bajaron al interior de la Tierra por Islandia y salieron de ella por el mediterráneo cráter del Estrómboli. Y es que, a menudo, en esto de los viajes hacia el centro uno sabe por dónde empieza el camino, pero pocas veces conoce en dónde acaba.