El secretario general del PSPV, Ximo Puig, aboga por primarias abiertas contradiciendo las directrices de su partido, mientras su homólogo nacional, Pedro Sánchez, afirma que confía en la Comunidad Valenciana como base para recuperar el Gobierno de España. Está claro que la Comunidad es importante en la estrategia electoral global del PSOE (es obvio que el terreno aquí está más que abonado para un batacazo de los populares) y que los socialistas saben que sus posibilidades pasan por la renovación de su proyecto, pero la cuestión es dilucidar el alcance, el contenido y la profundidad de esa renovación.
En esta cuestión, tiene mucho que ve la irrupción de Podemos, pues es en gran parte responsable de que el PSOE se vea más forzado ahora a realizar un cambio que le permita hacer realistas sus aspiraciones de seguir siendo un partido mayoritario. En sus filas hace mucho tiempo que hay voces autocríticas que han pedido reformas en profundidad (sobre todo en la militancia), tanto cuando los socialistas han gobernado como cuando han estado en la oposición, pero es evidente que ahora el asunto ya no es cuestión de perder por unos años un poder que luego el bipartidismo “natural” recuperará, sino que muchos se dan cuenta de que se juegan el poder ser remplazados en su espacio de centro izquierda por otros partidos.
Los gestos de los líderes socialistas, sobre todo en Ferraz, no parecen por el momento demostrar que la reforma que el partido y la socialdemocracia necesita se esté acometiendo con la sinceridad ni la profundidad necesarias. Tampoco creo que vayan a funcionar como estrategia de captación de votos. Analicemos algunos movimientos en este sentido:
Pedro Sánchez descarta un pacto con Podemos, y tanto Ximo Puig como él optan por la estrategia de quitarle importancia y peso a la nueva formación para situarse como líderes de la oposición. Esta actitud puede entenderse como estrategia, pues no demuestra su autoconfianza quien se califica a priori como partido que no va a obtener los votos suficientes para evitar pactos, y más si ese partido siempre ha sido opción real de gobierno. Puede que tampoco le convenga trasladar a los electores la imagen de un futuro ejecutivo formado por varios partidos, que pueda parecer débil, con dificultades y divisiones internas.
Sin embargo, todo esto no es más que cháchara preelectoral, mucho han de cambiar las cosas para que no veamos a Sánchez y a Puig pactando. La estrategia es transparente, los votantes lo perciben y, por lo tanto, pierde eficacia. Así que el PSOE tiene dos opciones: u opta por la sinceridad y el realismo de los posibles acuerdos poselectorales (como así lo ha entendido claramente EU) o se acometen reformas de calado que permitan intentar situarse con la frente bien alta como opción de gobierno en solitario.
El flamante secretario general dice que su adversario sigue siendo el PP, y que se diferencia de él, que representa otras políticas y otras formas, pero la realidad es que no se está distinguiendo lo suficiente. Sánchez se mostró el otro día, en su primera intervención en el Congreso de los Diputados como presidente del Grupo Socialista, bastante moderado, al igual que lo hizo el nuevo portavoz, Antonio Hernando.
Asimismo, ya ha afirmado que las propuestas de Podemos no son las suyas, pues demandar el adelanto de la jubilación o el impago de la deuda supondría la quiebra del estado de Bienestar por una imposibilidad económica.
En la misma línea, sus declaraciones ante la muerte de Botín se diferenciaron claramente de las de Podemos e IU, que junto a las condolencias personales no desaprovechaban la oportunidad para recordar su opinión sobre el papel de la banca en nuestro país. Entre esta postura crítica de la izquierda y el panegírico de un Rajoy que sentía el “mazazo” del fallecimiento y apelaba a la contribución de banquero a la marca España, se situaba un Pedro Sánchez centrista, moderado.
Otra oportunidad de oro ha perdido el líder socialista con el asunto de la reforma electoral propuesta por el PP con el objetivo de perpetuarse en el poder con trampas. Cierto es que Sánchez se ha mostrado en principio contra esa idea, pero ¿tenía necesidad el PSOE de sentarse a hablar sobre ese asunto con esas premisas, de dar la imagen de pasteleo? ¿De sembrar dudas diciendo que se negociará después de las elecciones sin presentar un programa claro al respecto? Si ni siquiera en año electoral es capaz de hacer un gesto de ruptura con una propuesta que pretende perpetuar las formas de hacer política que los ciudadanos claman por cambiar y que el propio Sánchez pretende representar como joven innovador, mal va la renovación.
Un joven innovador, por otro lado, que califica a Felipe González como su mentor y consejero, siendo el ex presidente un confeso defensor de los pactos del Gobierno con el Partido Popular, entre otras lindezas.
Seguramente todos estos gestos templados formen también parte de la misma estrategia electoral a la que aludía antes y que sigue siendo la misma de siempre: piensa el PSOE que si quiere aspirar al gobernar debe estar centrado, para conseguir votos de un mayor espectro, pero esta maniobra tiene un fallo, porque lo que antes podían ser posturas más minoritarias y consideradas radicales por algunos, ahora están mucho más extendidas. El ascenso de formaciones de izquierda y de plataformas ciudadanas no puede analizarse como una moda pasajera, sino como un cambio social.
Las encuestas nos dicen que la ciudadanía está hastiada de los partidos, especialmente de los mayoritarios, y de la gestión de la crisis. Es palpable la percepción creciente de las desigualdades e injusticias, del aumento de la precariedad y pérdida de derechos laborales, de que dominen los intereses económicos, de que se nos gobierne desde Alemania, de la corrupción enquistada en demasiadas instituciones…
En otras ocasiones de opinión pública crítica con la actuación del Gobierno, pero también desencantada con la oposición, como el segundo gobierno de Aznar, el PSOE ha conseguido remontar, pero ahora la situación es muy distinta. Entonces ocurrió el efecto Zapatero, propulsado en gran parte por la actitud del ejecutivo de Aznar desde las primeras horas de gestión de la crisis del 11-M, pero aún así el “No nos falles” de los votantes socialistas ya advertía de sus recelos y se mostraba como una advertencia de última oportunidad.
Hoy no se dan las circunstancias para que una mayoría suficiente de votantes de izquierda vuelva a perdonar y a confiar, por la rémora que arrastra el PSOE y porque la pretendida renovación se está vislumbrando como una pantalla que esconde más de lo mismo. No habrá efecto Sánchez, porque Sánchez es una opción descafeinada, no es “ni chicha ni limoná”.
Las primarias abiertas que propone Puig y su plante al partido pueden ser un buen comienzo (sorprende que Ferraz ni siquiera contemple no ya la opción de abrirlas fuera de la militancia, sino ni tan siquiera a los miembros de Juventudes Socialistas), sin embargo no es, en absoluto, suficiente. La única opción de aspirar a ser mayoritario hoy es demostrar que se ha aprendido lo que los votantes naturales del PSOE le demandan: distinguirse del PP de verdad, frenar las desigualdades, la sangría que se ha hecho en la clase media y baja, apoyar al pequeño y mediano empresario, entorpecer la corrupción y endurecer su castigo, en definitiva, gobernar para la mayoría de los ciudadanos y no al antojo de las elites, o al menos compensar más los intereses de unos y los de otros.