Filippo Sorcinelli y el perfume de la mortalidad vaticana
Llegar a la plaza de San Pedro sin pisar la pseudoavenida de la via della Conzilliazione tiene sus ventajas: uno contempla de cerca la vieja muralla medieval y degusta el sabor de intuir la cercanía de un sitio enorme, pero sin la verificación del sentido antiintuitivo de la vista.
Pateen los adoquines de la calle Borgo Vittorio, concentren su atención en la irregularidad del pavimento contra la sensual planta de sus pies. No perdonen las molestias. Crean en su rencor. Franqueen los portones de la basílica de San Pedro y agólpense alrededor del vidrio protector de la Piedad de Miguel Ángel. Miren la expresión decepcionada de la Virgen de la Piedad. Diluyan su marmóreo silencio con la corrosión materna por haber dejado que su hijo predicara el amor a todo prójimo y que lo crucificaran. El amor al prójimo como a uno mismo. Si el hijo no se quería a sí mismo, si ni siquiera velaba por su supervivencia, ¿cómo iba a querer la vida de los demás?
Si uno no se quiere a sí mismo, no valorará a quienes no lo menosprecien. El nihilista se siente en casa cuando lo ningunean. Como el turista ninguneado por el mediodía estival que se zampa más de una hora de cola sin sombra para entrar en la basílica. Disfruten del ninguneo, pero no perdonen las molestias. El turista contemporáneo no debería perdonar y debería parar de viajar en masa. Ya está bien de tanto ninguneo. Pero no parará, porque el sitio umbilical de la plaza de San Pedro nos mantiene en el líquido amniótico del vientre en el que crecieron nuestros egos propensos al ninguneo, egos empapados fuera de una columnata de Bernini que ya no protege del sol del mediodía. ¿Quién nos podrá proteger? ¿Quién?
Filippo Sorcinelli.
Filippo Sorcinelli sí nos protegerá. ¿Cómo? Con perfumes estupendos que huelen a incienso y mirra. Con fragancias de iglesia vaticana, fresca y limpia entre la inmundicia de una Roma sin servicios mínimos de limpieza. Con la atracción olfativa de una colonia llamada “Tu es Petrus” que aminora el impacto devastador de las axilas que los turistas airean para conseguir el selfie imposible de San Pietro. El selfie no proporciona tanto amor al “self” como una fragancia personal: principium individuationis materia sub quantitate perfumata est.
Filippo Sorcinelli además diseña casullas elegantísimas, merecedoras de una parada en la tienda de indumentaria religiosa contigua a la perfumería. Los andrajos raídos por el sol machacante no protegen de una exposición crucificada a los rayos ultravioleta, el uniforme de verano del turista de Ryanair+Airbnb tampoco.
Las tiendas de Filippo Sorcinelli en la calle Borgo Vittorio rezuman olor a santidad, a la verdadera santidad del que se salva y huele bien. ¿Y también viste bien? El dependiente nos ha contado que Filippo Sorcinelli diseñó el perfume cotidiano de Benedicto XVI, pero que Francisco no se perfuma. Un perfume de (in)mortalidad.
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