Era el alcalde de la terminal. Así se conocía a Jack, un inglés que rehusó comprarse una casa y que decidió hacer del aeropuerto de Alicante-Elche su hogar y de los empleados, su familia. Y así estuvo 18 años hasta que el pasado sábado su cuerpo dijo basta y falleció a la edad de 75 años. Esta increíble historia podría recordar a la película de Tom Hanks, La terminal, si no fuera porque, a diferencia del protagonista, Viktor Navorski, Jack Jacob no se había quedado atrapado en el aeródromo; simplemente quería vivir allí.
Un antisistema. Así lo define uno de sus amigos más cercanos, Marcel Mecea, responsable de la tienda de golf próxima al arco de seguridad. “Me contó que no quería pagar impuestos, ni luz ni agua –afirma- odiaba a los políticos”. Contaba con una pequeña pensión fruto de su trabajo en el sector petrolífero que le llevó de Canadá a México pasando por EEUU. También, de vez en cuando, daba clases particulares de inglés en un rincón de un pub de Alicante regentado por un conocido suyo, asegura un trabajador de una compañía de rent a car. Iba y venía en autobús. “A veces nos pedía usar el teléfono para concertar sus clases”, añade otro compañero. Cuando eso sucedía, la supervisora le permitía dejar el carro lleno de sus pertenencias en el despacho para tenerlo a buen recaudo.
Porque entre todo el personal cuidaban a Jack –algunos les facilitaban mantas, otros algo de comida- y Jack cuidaba de todo el personal. “En ocasiones me ayudaba de hacer de intérprete con los clientes”, cuenta Ginés Ruiz, taxista. “Era la compañía de las noches, venía y nos informaba de los retrasos de los vuelos y nos daba conversación”, comenta otra empleada de una de las numerosas empresas de alquiler de coches. “Ahora oigo un carro y pienso que es él. Se le echa de menos”, afirma emocionada su compañera.
Jack se había hecho al lugar, se sabía todos los cotilleos de los trabajadores, incluso hacía de celestino, y cuando caía la noche se retiraba a descansar a uno de los bancos de la planta baja próximos al aseo donde fue hallado muerto. El personal de seguridad también lo recuerda con cariño. Una trabajadora contratada desde hace 13 años se había reincorporado al trabajo este jueves y se enteró por este periodista de la muerte del peculiar inquilino de la terminal. “No me puedo creer que ya no lo vaya a ver más”, dice emocionada. Le preguntamos por la política que siguen con las personas sin hogar en el aeropuerto. “Este es un espacio público, si no haces nada, nada te hacemos”, explica.
Además de antisistema, Jack era conocido por ser un firme seguidor del Barcelona. Se le podía ver con su corta estatura -metro sesenta y cinco-, escaso pelo blanco de cuya nuca asomaba una tímida coleta y sus chanclas con calcetines, paseando su carrito mientras escuchaba el fútbol con una antigua radio a pilas pegada a la oreja. En ocasiones pedía a algún trabajador que le dejara ver el resumen del partido en un ordenador. Y si perdía el Barça, “los madridistas le chinchábamos como tenía que ser”, dice otro empleado.
Pero su pasión por el fútbol no estaba reñida con su bagaje cultural. “Era como una wikipedia humana, se podía hablar con él de todo”, dice entre risas Marcel. De geografía, política o historia, con especial fijación por la II Guerra Mundial. Jack también era parte de la historia del propio aeropuerto, el quinto más importante de España y que el año pasado cumplió 50 años desde el primer vuelo. En 2011, como otros trabajadores, este inglés nacido en Manchester también se mudó de la vieja a la nueva y amplísima terminal y dos años después fue testigo del cambio de nombre del aeródromo, de El Altet a Alicante-Elche.
Jack murió de causas naturales, según fuentes de la Policía Nacional. Arrastraba problemas cardiacos y Marcel lo tuvo que acercar en tres ocasiones al hospital. Su cadáver permanece en el tanatorio de La Siempreviva de Alicante, a la espera de que a través de Interpol se localice a la familia. Tenía una exmujer y se desconoce si un hijo o una hija que hace años intentó traérselo de vuelta a su país, pero no quiso.
“Últimamente se le notaba más apagado”, expone una de las empleadas de un rent a car. Es que estaba como más irascible“, añade. ”Yo creo que era porque odiaba la Navidad, se ponía de mal humor y no quería hablar con nadie“, comenta otra trabajadora de la misma compañía. ”Nos ha dejado antes de las fiestas y eso que se ha ahorrado“.
Otros casos
Jack no era la única persona que por decisión propia o forzosa se había quedado a vivir en esta infraestructura. Fuentes de AENA estiman que actualmente puede que haya otras cinco personas en una situación similar y empleados consultados señalan que han notado un aumento con respecto a los últimos años.
Está el caso del “portugués”, como era conocido, que tras pasar seis meses en el aeropuerto ahora se le puede ver por las calles céntricas de Elche. También fue muy sonado el del finlandés de 53 años que falleció hace ahora un año al precipitarse al vació por el hueco de una escalera mecánica tras perder el equilibrio en la terminal de llegadas.
En ese mismo espacio se deja ver en la actualidad un hombre inglés –cuyo nombre no quiere revelar- que fue deportado de Tailandia tras una pelea con un taxista. “Llevo aquí medio año y no sé qué va a ser de mi pero tengo claro que prefiero dormir aquí a una cárcel tailandesa y en Inglaterra no me espera nadie”, explica. Próximo a los sesenta años, entre sus pertenencias destaca una colchoneta que hincha todas las noches, una tablet con auriculares y un bote de cerveza.