A lo largo de las últimas semanas hemos asistido a un interesante debate sobre la significación del espacio urbano y la movilidad sostenible. En este sentido, están aquellos que defienden el modelo vigente basado en el ‘transporte’ y para quienes el coche no es algo que se deba controlar. Este halo no intervencionista está, sin embargo, lejos de cumplir con el propósito de la sostentabilidad, pues en su lenguaje se observa una clara jerarquización en la organización espacial a favor del automóvil. Por otro lado, encontramos aquellos otros que abogan por un modelo ecológico de movilidad y que entienden que si bien el coche cumple una función social, ésta no debe hegemonizar el uso y disfrute de la calle.
Convertida por la prensa conservadora en un “consenso imposible”,esta pugna parece implicara una multitud de actores sociales con intereses aparentemente antagónicos.Así, encontramos a los comerciantes locales temerosos de un descenso en sus ventas, que piden al consistorio municipal mantener una línea de actuación continuista a favor del transporte motorizado; al propio ayuntamiento y su voluntad por adentrara la ciudadanía en la cultura de la movilidad; a las asociaciones ecologistas y vecinales que reclaman su inclusión en la toma de decisiones y también al principal partido en la oposición que ahora se preocupa por elpeatón, cuando en sus veinticuatro años de gobierno municipal lo había ninguneado al consolidar la presencia del coche en la ciudad. Existe, además, una parte de la ciudadanía que considera un derecho inalienable aparcar el coche en la puerta de casa y/o circular a la velocidad que quiera. Estos últimos, sin embargo, son una minoría frente aquellos que sufrimos las terribles consecuencias de su actitud egoísta.
En este magma social intervienen además los medios de comunicación. Su postura, que aparentemente no es otra que la de informar y entretener, esconde un interés particular: el de los publicistas del motor. Y es que no podemos olvidar que en este campo el lobby automovilístico tiene una posición privilegiada. Gracias al poder que le otorgan sus influencias en las altas esferas políticas y sus millonarias campañas publicitarias,este lobby ha sido capaz de convertir el ‘objeto coche’ en algo utilitario y mitológico. El culto que promueve esta mitología del progreso, la modernidad y el desarrollo, encuentra, sin embargo, un freno insalvable en la movilidad sostenible. Ya no se trata de acceder en coche al mayor número posible de lugares con la mayor velocidad posible, se trata de convivir en un modelo socio-espacial que permita transitar hacia una economía que tenga presentela limitación de los recursos naturales.
Las posturas planteadas ‘desde arriba’ suelen presentarse bajouna neutralidad técnica que tiende a ocultar no sólo los principios ideológicos que le subyacen, sino también el carácter problemático de los valores que se atribuyen a la gestión y a la participación de los ciudadanos. Este tipo cultural de poder, al impedir la apertura de contextos públicos para la pregunta, el desafío y el debate, niega de raíz la capacidad de las personas a crear nuevos significados y plantear nuevas cuestiones. Así, por ejemplo, ubican en los coches eléctricos, las supermanzanas y las ciudades Smart la solución a los problemas medioambientales del transporte motorizado. Sin embargo, estas medidas proporcionan repuestas genéricas que no tienen por qué adaptarse a las particularidades de cada ciudad, al tiempo que proponen una visión reificada de las ciudades como espacios ordenados por el mercado (por tanto la actividad humana desarrollada en la ciudad no sería más que una consecuencia de esa ordenación), que terminan por oscurecer la participación ciudadana al dejar la cuestión urbanística en manos de expertos que con la última tecnología miden y controlan las variables físicas de entorno.
Por su parte, las soluciones ‘desde abajo’ se ubican en la calle y desde su mirada horizontal tratan de consolidar un modelo urbano para las personas. Desde este punto de vista, la circulación no es la función prioritaria del espacio público. Los escenarios de expresión cultural realizados durante la pasada semana de la movilidad son una buena muestra de ello. De tal modo, las acciones realizadas (parking day, día de la bici, pasacalles, charlas, taller de bicicletas, día sin coche, etc.), han sido una reivindicación clara de la presencia, reconocimiento y celebración de una heterogeneidad de usos del espacio público que se considera valiosa para la sociedad y permite fomentar el comercio de proximidad. Este modelo propicia que además de las actividades obligadas (como ir al trabajo o a la parada del autobús) se sumen aquellas opcionales (como dar un paseo o tomar el sol). Así, se favorecen las actividades que se producen espontáneamente como consecuencia directa del deambular de la gente y de compartir los mismos espacios, como por ejemplo los juegos infantiles, las conversaciones o los contactos pasivos de ver y oír a otras personas. En este caso, las actividades sociales y comerciales se refuerzan (in)directamente en el espacio urbano.
Llegados a este punto, hacer de Valencia un referente mundial de la movilidad sostenible requiere superar ese imposible consenso tan promovido desde la prensa local y sus patrocinadores del motor. No es cuestión de hacer reajustes menores, el tren del cambio climático ya partió y parece difícil frenarlo. No es cuestión de tomar decisiones precipitadas, ello excluye el consenso social. Nadie dice que sea un camino fácil, pero convertir a Valencia en una ciudad para las personas merece la pena todo el esfuerzo posible, pues el problema del transporte al haberse percibido y destacado ya no es un sueño y puede hacerse realidad.
A lo largo de las últimas semanas hemos asistido a un interesante debate sobre la significación del espacio urbano y la movilidad sostenible. En este sentido, están aquellos que defienden el modelo vigente basado en el ‘transporte’ y para quienes el coche no es algo que se deba controlar. Este halo no intervencionista está, sin embargo, lejos de cumplir con el propósito de la sostentabilidad, pues en su lenguaje se observa una clara jerarquización en la organización espacial a favor del automóvil. Por otro lado, encontramos aquellos otros que abogan por un modelo ecológico de movilidad y que entienden que si bien el coche cumple una función social, ésta no debe hegemonizar el uso y disfrute de la calle.
Convertida por la prensa conservadora en un “consenso imposible”,esta pugna parece implicara una multitud de actores sociales con intereses aparentemente antagónicos.Así, encontramos a los comerciantes locales temerosos de un descenso en sus ventas, que piden al consistorio municipal mantener una línea de actuación continuista a favor del transporte motorizado; al propio ayuntamiento y su voluntad por adentrara la ciudadanía en la cultura de la movilidad; a las asociaciones ecologistas y vecinales que reclaman su inclusión en la toma de decisiones y también al principal partido en la oposición que ahora se preocupa por elpeatón, cuando en sus veinticuatro años de gobierno municipal lo había ninguneado al consolidar la presencia del coche en la ciudad. Existe, además, una parte de la ciudadanía que considera un derecho inalienable aparcar el coche en la puerta de casa y/o circular a la velocidad que quiera. Estos últimos, sin embargo, son una minoría frente aquellos que sufrimos las terribles consecuencias de su actitud egoísta.