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Las grietas de la Unión Europea

Los ministros de Exteriores de los seis países fundadores de la Unión Europea (UE) en Berlín

Janeth Lucía Matamoros

La UE como un organismo supranacional supuso un reto desde su creación. Caminar hacia una unión económica, política y social, tras haber sufrido uno de los conflictos bélicos más importantes de la historia parecía una utopía, que empezó a materializarse cuando se conformaron las Comunidades Europeas (CECA, CEE, CEEA) en los años 50, que más tarde mutarían en la Unión Europea con la firma del Tratado de Maastricht en 1992. Hoy 26 años después, se ha avanzado mucho en la integración, pero no lo suficiente, incluso hay quienes opinan que se ha llegado al punto máximo de integración, a partir del cual todo se resquebraja de nuevo. Para entender los motivos de la corriente desintegradora que recorre la UE es necesario preguntarnos ¿Cuáles son las causas del malestar del proyecto europeo y cuáles son sus consecuencias? Y no se puede dar respuesta a esta pregunta sin tener en cuenta los nuevos retos que asolan Europa, muchos de ellos provocados por la globalización, fenómeno que ha traído retos para los que la UE no estaba preparada: las crisis económicas, el terrorismo internacional, los flujos migratorios, el auge de populismos o el resurgir del sentimiento nacionalista. Estos y otros son los problemas que se presentan en el nuevo orden mundial. La pregunta que nos inquieta es ¿hacia dónde va la UE? ¿el sueño europeo está en decadencia o al contrario esta crisis de identidad contribuirá al fortalecimiento de la UE?

Situación y posición geopolítica de la UE

Hacer un diagnóstico sobre el estado de la UE es una tarea compleja, pero me atreveré a decir que la causa principal de su crisis como proyecto común son los débiles cimientos sobre los que se construyó, y el desatino de los estados miembros al no reforzar la estructura desde la base previniendo así futuras consecuencias negativas para el estado de la Unión. Obviamente no se le puede quitar mérito a la voluntad de los estados europeos de reconciliarse después de la gran disputa, pero también es innegable que no todos estaban de acuerdo en el modelo de UE que querían, aunque teniendo en cuenta el contexto es perfectamente comprensible la desconfianza mutua entre estados y con el proyecto en sí. La lógica de integración vino determinada no por las ambiciosas ideas de algunos fundadores como la integración política, económica y social, sino por los resultados que se obtenían. De esta manera la UE se iba legitimando a través de los resultados que producía y no de las ideas que defendía, tanto los estados que querían sumarse al proyecto, como los ciudadanos apostaron por la unión al ver que funcionaba. Así pues, ni los estados miembros, ni la UE como organización supranacional, sintieron la necesidad de articular un discurso vinculante para la ciudadanía europea, basado en los principios defendidos por la UE con la intención de generar una identidad común, de la cual todos y todas se sintieran orgullosos. Y si una estructura tan grande como la UE se asienta sobre cimientos tan frágiles como la legitimidad basada en la idea de seguir porque es lo que conviene, ocurre que ante cualquier viento fuerte se agrieten las paredes, que es lo que ha sucedido tras el azote de la globalización.

La situación de la UE a su vez nos ayuda a entender su posición como actor global. Siguiendo a Daniel Poch (2018), “la UE es una parte del mundo, que no se puede analizar como un estado”. En un mundo multipolar interdependiente donde el poder no se encuentra concentrado en un solo actor, por la ley de acción-reacción el movimiento de un actor tiene efectos sobre otro. Y como si de una partida de ajedrez se tratara, en este tablero multinivel, los efectos de la globalización cada vez más acentuados, han provocado que los actores globales empiecen a posicionarse. Estados Unidos ha optado por el proteccionismo, actores emergentes como China han optado por más globalización y la UE no termina de encontrar su lugar. Este es un signo claro de debilidad, ya que un actor sin discurso sólido es un actor desorganizado o peor aún fragmentado. Uno de los motivos de la fragilidad, según Poch, es “la falta de una política exterior propia que hace que actúe como una orquesta desafinada”, y el otro motivo es “su mala posición para las enmiendas a la globalización actualmente en curso”, que lo vemos si analizamos la línea de actuación seguida por la UE durante la gran recesión[1].

Líneas de actuación de la UE durante la recesión

Antes de analizar cómo la UE ha afrontado los problemas del nuevo orden mundial, es necesario tener en cuenta las características del contexto estructural en el que nos manejamos, y su evolución desde los años 80 hasta la actualidad. Nos situamos en un contexto de capitalismo global, donde los estados- nación se configuran siguiendo lógicas instrumentales que tienen como elemento regulador principal la racionalidad del mercado global. Además, se ha producido una globalización de la cuestión social: desregularización y dualización del trabajo a escala planetaria, el pleno empleo ya no es el marco de referencia, sino el empleo temporal y precario. El dominio del mercado lo tienen las multinacionales, cuya estrategia de acumulación capitalista se basa en la evasión fiscal a gran escala. Ante los efectos sociales, políticos y económicos de la globalización: aumento de flujos migratorios, refugiados, auge de populismos, terrorismo y ciberterrorismo, guerras, aumento de la desigualdad, cambio climático; desde los estados se ha seguido una estrategia de ajustes centrados en la precariedad y el riesgo como mecanismo central de integración social. La UE también ha emprendido este camino.  

El tratado de Lisboa de 2009 fue el último tratado firmado por la UE, cuya razón de ser fue la reforma de los tratados constitutivos: TFUE, TUE y la Carta de derechos fundamentales de la UE[2]. Esta reforma tenía como objetivos: el deseo de hacer la UE más democrática, eficiente y fuerte a la hora de enfrentar los nuevos problemas mundiales como el Cambio climático. Sin embargo, ante la evolución de la crisis económica y sus impactos en los países miembros, estos objetivos se han ido relegando y se han ido aprobando reformas con el objetivo de mantener una estabilidad financiera, así en 2012 el Consejo creo un nuevo organismo, el MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad), por el cual se adopta un nuevo tratado de estabilidad, coordinación y gobernanza en la Unión Económica y Monetaria, con el objetivo de mantener una estabilidad financiera en la zona euro, durante el periodo de la crisis. Este organismo sustituye al Fondo europeo de estabilidad financiero (FEEF) y al Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (MEEF).

El balance sobre el cumplimiento de los objetivos de 2009 es por tanto negativo. Ni se ha conseguido una UE más democrática, ni es más eficiente y por su puesto queda patente su debilidad a la hora de enfrentarse a los nuevos retos mundiales. Si analizamos la línea de actuación seguida por la UE, observamos que, debido al impacto de la crisis en las economías de los estados miembros y de sus ciudadanos, la UE ha centrado sus esfuerzos en conseguir paliar la crisis en términos macroeconómicos, dictaminando políticas de austeridad, con el objetivo de frenar el elevado déficit de los estados. Y en términos macroeconómicos desde España se puede decir que ha habido un crecimiento. Sin embargo, si observamos las economías de las familias, vemos que este crecimiento del PIB, no se ha reflejado en sus bolsillos. Muy al contrario, se observa que a la vez que ha crecido el PIB ha aumentado la desigualdad, que queda patente con la evidente reducción de las clases medias. Las medidas centradas en los recortes, sobre todo en servicios fundamentales como la Sanidad y la Educación, han dejado a los ciudadanos más vulnerables que al inicio de la crisis. Esta vulnerabilidad, ante la desprotección del estado del bienestar, ha provocado diferentes actitudes hacia las instituciones tanto estatales como europeas, tales como miedo, inseguridad, incertidumbre, desapego, etc. Estas actitudes negativas hacia las instituciones estatales, como ante el proyecto europeo, explican en gran parte la crisis de identidad que hoy en día experimenta la UE. Y hoy, tras 10 años de recesión económica, la propia UE reconoce su fracaso en la gestión de la crisis[3].

Respecto a la aspiración de llegar a ser un organismo fuerte capaz de afrontar problemas que venimos arrastrando desde finales del SXX, como incapacidad de amortiguar los impactos de la globalización, cuya vertiente más negativa, la globalización económica y sus efectos se han acentuado, resulta obvio el fracaso. Una de las causas es la falta de voluntad política común para fortalecer el proyecto a través de la vinculación ciudadana, lejos de trabajar en una creación de identidad europea lo que se ha visto es una lucha interna de miembros abanderando consignas individualistas en pro de intereses particulares, que han supuesto un freno al progreso. La fragmentación queda patente si analizamos la línea que se había seguido hasta ahora, de avanzar, si no todos, aquellos que quieran y puedan, tanto en defensa como en tecnología, entre otras áreas. La variedad de posibles vías de futuro para la UE, recogidas en el Libro Blanco sobre el Futuro de la UE, elaborado por la Comisión: “(1) seguir igual, ir tirando; (2) limitarse al mercado único; (3) avanzar entre los que desean hacer más juntos, en velocidades y geometría variables; (4) hacer menos, pero de forma más eficiente; y (5) hacer mucho más conjuntamente”[4], corroboran la división interna.

Estas diferentes posturas acerca del nuevo camino a seguir acentúan el problema de la crisis de identidad de la UE respecto a los valores que defiende, que se han visto pisoteados en primer lugar por su mala gestión de la crisis, a través de la mutilación de derechos derivados de las políticas de austeridad, y en segundo lugar por la gestión de los flujos migratorios, sobre todo de los refugiados. El fracaso del Plan de Reubicación y Reasentamiento de 2015[5], deja en evidencia la falta de voluntad política de los estados para cumplir con las cuotas, y la falta de voluntad de la UE para hacer que se cumplan, al no haber previsto una penalización en caso de incumplimiento. De los 180.000 refugiados que serían reubicados y reasentados, en 2017, fecha en la que terminaba el plazo, solo se había ejecutado el 30% del plan[6]. Un plan fracasado desde su inicio, ya que la solución por la que ha apostado la UE ha sido por el cierre de fronteras, así en 2015 se crea la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, conocida como FRONTEX, que en un principio se le asignó como presupuesto 143 millones, pero que ha ido aumentando, a medida que el problema crecía, llegando a ser en 2017 de 281 millones, y con previsiones de llegar a los 381 millones en 2020[7].

El problema del crecimiento de los flujos migratorios sur-norte, sumado a la crisis económica, multiplicado por la mala gestión europea es el caldo de cultivo para las nuevas alternativas políticas de corte populista. Por un lado, encontramos los populismos de izquierdas, donde encontramos partidos como Podemos en España o Syriza en Grecia, cuyo nacimiento viene fundamentalmente a raíz de la crisis económica de 2008. Y por otro lado tenemos los populismos de derechas, que eran movimientos preexistentes, pero a raíz de la crisis se han visibilizado más y han obtenido un apoyo considerable. Tal y como afirma el sociólogo portugués Boaventura Souza “vivimos en una sociedad políticamente democrática pero socialmente fascista”. La crisis económica sirvió únicamente para acentuar los sentimientos de la población, de rechazo hacia los extranjeros y sus identidades. Un efecto que supieron encauzar muy bien los partidos nacional- populistas de extrema derecha, relacionando desempleo con inmigración. Así se explica la victoria de Trump en Estados Unidos, o el triunfo del Brexit en Reino Unido[8].

El populismo de derechas y su impacto sobre la multiculturalidad

El auge de movimientos nacional- populistas de derechas atenta directamente contra la multiculturalidad y los valores que se defienden en la Unión Europea. Este populismo xenófobo y racista hace un análisis simplista de los efectos negativos de la globalización y señala dos culpables: la Unión Europea y los flujos migratorios. Y para articular su discurso se vale del nacionalismo, de ahí que sea tan efectivo. 

Hay que decir que el euroescepticismo se manifiesta en todo el eje izquierda-derecha y además de manifiesta en diferentes grados. Si lo observamos a nivel de los partidos, apreciamos que hay quienes quieren la salida de la UE, y hay quienes se posicionan más bien contra las políticas llevadas a cabo por la UE durante el periodo de recesión. Si observamos el fenómeno a nivel de la ciudadanía, apreciamos que, tras el incremento del sentimiento antieuropeo durante la crisis de 2008, no ha aumentado, manteniéndose prácticamente igual. De lo que se deduce que el aumento del voto a formaciones populistas no viene determinado por su posicionamiento antieuropeista, sino por otros factores como las reacciones anticapitalistas, antiglobalización, antinmigración, etc. Uno de los hechos que ejemplifican este razonamiento, es la derrota del Frente Nacional Francés, ante el movimiento En Marcha encabezado por Macron, por el firme posicionamiento euroescéptico de Marine Le Pen, quien planteaba el abandono del euro. Una propuesta que sin duda fue causante de su derrota, ante el miedo que generaba la inseguridad económica ante la percepción de posible pérdida del patrimonio material, del que habla el politólogo francés Dominique Reynié[9]. De lo que se concluye que el euroescepticismo no es un elemento determinante de voto. En el caso concreto de Reino Unido el euroescepticismo triunfó en gran parte porque siempre ha sido un estado con niveles de euroescepticismo altos, tanto el gobierno como la ciudadanía han mostrado desconfianza ante el proyecto europeo. Esta idea la vemos reflejada en el triunfo del Brexit, que, a pesar de haber sido una iniciativa de los conservadores, no encontró gran oposición de los laboristas, debido a la falta de liderazgo, ante la división interna del partido[10].

Respecto al aumento de los flujos migratorios, el populismo de extrema derecha se muestra hostil e intolerante con identidades culturales que califica de no integrables, como la población musulmana. El aumento de este rechazo hacia la cultura musulmana viene motivado por el terrorismo yihadista que viene azotando la comunidad occidental desde el atentado a las Torres Gemelas en 2001. Fecha que marca el inicio de una nueva época, caracterizada por la incertidumbre y el miedo; el terrorismo yihadista había traspasado las fronteras occidentales, y la población empezó a sentirse insegura. A raíz de este atentado, se sucedieron muchos otros, en Europa concretamente se contabilizan 11 atentados graves, uno de los más recientes fue el sufrido en las ramblas de Barcelona, en agosto de 2017, que se cobró 13 víctimas mortales, dejando a otros 50 heridos. Sin embargo, la islamofobia hace que la integración sea aún más difícil, y empuja a más jóvenes a la radicalización[11], en definitiva, es el pez que se muerde la cola.

Resulta curioso como en una sociedad occidental donde se defienden derechos y libertades que en otras partes del mundo son inimaginables, no se haya superado este tipo de mezquindades hacia lo diferente. Estas actitudes indeseables latentes se han reflejado en plano electoral, provocando que formaciones populistas de derechas hayan obtenido mayor representación. Tal y como se ha planteado anteriormente, la lógica que siguen los populismos de derechas no viene únicamente motivada por la crisis económica, sino por valores de odio y rechazo al diferente, basados en la exaltación nacionalista de la identidad etnocéntrica europea. Esto explica por qué estos movimientos han surgido en toda Europa y no solo en los territorios más afectados por la crisis como España, Grecia e Italia, sino que han aparecido también en Alemania, Noruega, Finlandia, Luxemburgo, etc.[12] Una de las explicaciones que se suele dar sobre el aumento de la volatilidad electoral, es decir el desalineamiento de los votantes de las formaciones tradicionales, y el realineamiento con otras fuerzas políticas, es que los clivajes tradicionales, clase social o religión, han perdido fuerza, y están ganando peso otros como la inmigración, la globalización, el cambio climático, el feminismo. Temas que sí abordan los populismos, tanto de derechas como de izquierdas. Este hecho ha condicionado la lógica de los partidos tradicionales, que han tenido que adaptarse, o redefinirse para frenar los realineamientos hacia nuevas formaciones.

¿Qué camino seguir?

Creo que es pronto para especular si el sueño europeo está en crisis, o si esta crisis contribuirá al fortalecimiento de la UE. Todo dependerá de la voluntad general y su reflexión sobre ¿qué UE nos gustaría tener? Si bien es verdad que los populismos de derechas están ganando fuerza, es en gran parte por el fracaso de los partidos tradicionales a la hora de enfrentar la problemática de los efectos negativos de la globalización económica. Por otro lado, la falta de identificación ciudadana con el proyecto europeo ha existido desde los orígenes, la UE siempre ha sido vista como un gigante que habita en Bruselas, sin ningún tipo de vinculación emocional con los ciudadanos. Esta crisis de identificación se ha acentuado por la lógica de actuación seguida por la UE durante la crisis, que ha provocado un mayor alejamiento y un descontento generalizado. Pero esto no ha supuesto una ruptura definitiva con lo que el proyecto europeo representa ni con los resultados que produce, a pesar de no ser los deseados, sino más bien una llamada de atención ciudadana, en la que se manifiesta su desacuerdo con las políticas de la UE, que no han hecho mas que empeorar las condiciones económicas de cada familia. Por lo cual me atrevería a decir, que estos sentimientos de desvinculación pueden cambiar si la UE emprende un nuevo camino. Tal y como plantea Delvaux (2016), hay dos caminos que se pueden seguir. Por un lado, tenemos una Europa egoísta que piensa en sus intereses particulares, que ve a los inmigrantes como invasores y la que teme por su identidad cultural. O por otro, en el que se apueste por una Europa que piensa y actúa colectivamente, que busque gestionar con humanidad el flujo migratorio, y busca gestionar la diversidad a través de la integración[13].

Queda claro que la política de “apagar fuegos” ya no sirve, en el sentido de que no ataca la causa, sino que intenta suavizar los impactos de las consecuencias. Una estrategia que sirve a corto plazo, pero que a largo plazo puede tener consecuencias devastadoras. Obviamente los desafíos son enormes y no existe una solución mágica que acabe con los problemas, pero al menos lo que sí se podría esperar de este gigante supranacional es su compromiso en la definición de una estrategia firme y clara de actuación, con objetivos marcados, para conseguir soluciones a largo plazo, que permitan resolver conflictos, y no que los agraven, como se ha venido haciendo hasta ahora. Pero todo dependerá de los países miembros, de su voluntad de seguir caminando juntos, y de su capacidad para crear una identidad europea común, basada en los principios democráticos que tanto se defienden en el papel y que poco reivindican en la práctica. La otra alternativa es emprender un camino en solitario, que lejos de fortalecer la región, la debilita.      

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[1] Poch, R. (2018): “La crisis de la UE ¿irreversible o reconducible? Ctxt.

[2] TFUE (Tratado de funcionamiento de la Unión Europea); TUE (Tratado de la Unión Europea)

[3] Ortega, A. “Sesenta años después, la UE navega sin rumbo y sin alma”, El Espectador Global, 7.3.2017

[4] Comisión Europea (2017). “Libro Blanco sobre el Futuro de Europa”.

[5] Consejo de la UE (15.9.2015).

[6] Galán, E. “El acuerdo inicial para acoger a los refugiados era muy fácil de incumplir”, Público, 25.9.2017

[7] Comisión Europea, 2015.

[8] Bassets, M. (2018): El populismo: la secuela tras una década de recortes“, El País, 9.9.2018.

[9] Bassets, M. (2018): “El populismo: la secuela tras una década de recortes”, El País, 9.9.2018.

[10] Aragó, L. (2018). “Así ha ganado terreno el euroescepticismo en cada uno de los países de la UE”. La vanguardia.

[11] Abbas, T. (2015). “El islam en Europa” . La Vanguardia Dossier.

[12] Rama Caamaño, J. (2017): “el cambio en los sistemas de partidos europeos”, Agenda pública.

[13] Delvaux, B. (2016): “suicidio del proyecto político europeo”, El País.

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