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El porqué de la reacción

Vista general del hemiciclo durante la intervención del candidato a presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

Mónica Oltra

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Cuatro elecciones generales en cuatro años y cuatro veces que los ciudadanos y ciudadanas hemos dicho básicamente lo mismo. Queremos un gobierno en España y para España fuera del dogma neoliberal que recorre muchos países de nuestro entorno geopolítico. Queremos un gobierno que ponga en el centro a las personas, que afronte los dos grandes retos a los que se enfrenta la humanidad si quiere, además de sobrevivir, vivir, y hacerlo dignamente. Se trata, por una parte, de la lucha contra el colapso ecológico y la emergencia climática y por otra, la lucha contra las desigualdades. Dicho de otra manera, garantizar un presente y un futuro justos y en igualdad de condiciones para todas las personas en un planeta respetado y habitable.

De las cuatro veces que hemos votado en este mismo sentido, es la primera ocasión en que se votará una investidura que responda a la voluntad mayoritaria del electorado, es decir, tendrá como resultado un gobierno plural de izquierdas que ponga en marcha esas políticas emancipatorias que la gente ha reclamado reiteradas veces con su voto.

La reacción de “la reacción”, como era previsible, no se ha hecho esperar. Atrás quedaron los tiempos en que las elecciones eran terapéuticas, establecían los amos y bajaban los humos. Amos de la democracia que con el voto decidían las políticas. De ahí, los cien días de gracia, porque cuando el pueblo hablaba, se respetaba la decisión aunque no gustara. Por delante quedaban cuatro años para convencer e intentar cambiar el sentido de la decisión.

Hoy alguien ha decidido que esto ya no vale. Que la democracia como sistema, molesta. Molesta porque estorba a las élites. Que la gente se crea que tiene poder con su voto ya ha durado demasiado porque los amos son los de siempre y así debe ser. Son aquellos privilegiados que utilizan el sistema en beneficio propio para acumular bienes, poder y recursos naturales por encima de los que necesitarán ellos y cien generaciones de los suyos. Hasta ahora han ido adaptando el sistema político a sus intereses pero ahora ya no quieren molestarse en disimular. La democracia molesta y así se explica la deriva autoritaria a la que se ha sometido a nuestro ordenamiento jurídico en muy pocos años en lo relativo a derechos y libertades públicas.

Y por si faltaba algo, la investidura. Y por si faltaba algo más, un gobierno plural con fuerzas políticas que nunca han formado parte de un gobierno de España. En los municipios y comunidades autónomas, vale, pero… ¿en el gobierno de España? Están desatados, furiosos, iracundos porque, desde su concepción, si ellos representan a los amos todo lo que no sea un gobierno que responda a los intereses de esa minoría es ilegítimo. A partir de ahí no hay que extrañarse de que todos los poderes que controlan o en los que influyen estarán al servicio de presentar la formación democrática de un gobierno como algo ilegítimo, sucio, peligroso. Forma parte de su propio silogismo.

Y es que lo que está pasando, felizmente, es que por fin se está recomponiendo en nuestro país el eje izquierda-derecha. El eje que, en mi opinión, mejor explica las contradicciones del sistema y desde el cual se pueden construir alternativas que pongan freno a la voracidad de las élites. La votación de investidura por primera vez en mucho tiempo responde a ese eje con alguna excepción anecdótica. Hasta el voto particular de Ana Oramas se ha colocado en ese eje. Y eso es una buena noticia. Y es la recomposición de la dialéctica entre la defensa de los privilegios de la minoría frente a los intereses de la mayoría lo que ha sacado de sus casillas a las derechas. Lo que estamos viendo y oyendo son síntomas de ello.

Que PP y Vox compitan por ver quién se sitúa en el extremo más periférico e histriónico no son más que alardes. Que algunos medios de comunicación publiquen hechos que ocurrieron hace dos años relacionándolos con la investidura de esta semana, puro esoterismo que les hace perder la poca credibilidad que les queda. Que Ciudadanos vaya por ahí mendigando a diputados del PSOE que no voten a su candidato, pura señal de impotencia: ya que mis diputados son irrelevantes, pues voy a interpelar a los que no lo son. Todo junto resulta bastante ridículo por obvio. Sería un divertimento si no corriésemos el peligro de que tanta ira y odio se contagie a la ciudadanía.

Y este precisamente es el reto de la mayoría parlamentaria que sostiene esta investidura. Esta legislatura es crucial para desenmascarar a aquellos que, dándose golpes en el pecho, dicen defender a España cuando lo que realmente defienden son privilegios de las élites contra la mayoría social.

Por delante, una serie de políticas económicas, sociales y territoriales que no pueden esperar. Decisiones que han de demostrar que la política es una herramienta útil para mejorar la vida de las personas, para modernizar nuestro país y su estructura territorial, para garantizar la sostenibilidad de nuestro entorno.

De ahí nacerá el relato que también necesitamos construir conjuntamente y que en gran medida estamos impulsando desde los municipios y los territorios. De esas políticas que han de confrontar con el modelo antiguo, depredador, injusto, insolidario e iracundo de las derechas, ha de nacer el modelo de una sociedad feminista, diversa, respetuosa, plural, solidaria, justa y amable. Una sociedad en la que a nadie se deja atrás y en la que todas las personas nos cuidamos y cuidamos la tierra que habitamos.

Mónica Oltra es vicepresidenta de la Generalitat Valenciana

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