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CV Opinión cintillo

Cómo el “hacer barrio” refuerza el sentimiento de pertenencia

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En una sociedad cada vez más individualista, donde el ritmo de vida nos dificulta tejer nuevos vínculos sólidos y nuestro círculo se reduce a la familia nuclear, surge la necesidad de crear vínculos afectivos dentro del barrio, que nos benefician, tanto personalmente, como colectivamente. Estos lazos, que se forman entre vecinos y vecinas, son más que un simple saludo en el ascensor; constituyen el tejido social que sostiene comunidades de cuidados y de ayuda mutua.

Los vínculos afectivos en el barrio generan un profundo sentido de pertenencia. Saber que formas parte de una comunidad donde las personas se cuidan mutuamente es un recurso necesario contra la soledad y el aislamiento. Esto es especialmente crucial en un mundo donde la movilidad laboral y las dinámicas urbanas pueden llevar a una desconexión emocional con el entorno. Tener a personas cerca de ti que sabes que, si lo necesitas, pueden echarte una mano con tus hijxs, con tus mascotas, o pueden cocinarte cualquier cosa, si te encuentras enferma/o, sin que esto suponga sentir que estás en deuda, o que es una labor que sólo le pertenece a tu familia de sangre, es una sensación muy agradable y confortable, que te hace darte cuenta de que formas parte de una comunidad afectiva.

Un barrio con vínculos afectivos sólidos es un refugio en tiempos difíciles. Cuando surge una emergencia, como hemos podido comprobar en Valencia estos meses, los vecinos suelen ser los primeros en ofrecer ayuda. Lo importante de estas redes, es que la ayuda no tiene porqué aparecer únicamente de manera extraordinaria, ante una catástrofe natural, si no que, es un cuidado cotidiano y familiar. Algo que siempre ha ocurrido en los pueblos pequeños (y que sigue sucediendo), pero que no hemos mantenido la costumbre de hacerlo en las grandes ciudades.

Incluso no conocemos el nombre de muchas y muchos de nuestros vecinos, con los que nos cruzamos todas las semanas en el ascensor, o en el portal, después de llevar años conviviendo en el mismo edificio.

Los vínculos afectivos no solo contribuyen al bienestar emocional, sino que también dinamizan la vida del barrio. Fomentan actividades comunitarias como mercados, festivales, jornadas de limpieza o grupos de lectura. Estas iniciativas, a su vez, generan un círculo virtuoso: un barrio activo refuerza los lazos entre sus habitantes y los motiva a involucrarse aún más en la vida comunitaria, e incluso, colectivizarse en las asociaciones vecinales. 

Existe muchas personas que se sienten solas, especialmente, personas ancianas que, en muchas ocasiones, solo necesitan sentirse escuchadas por alguien y que alguien les haga compañía unas horas al día. El “hacer barrio”, también beneficia a estas personas que empiezan a sentirse cuidadas por sus vecinos y vecinas que, en muchas ocasiones, se turnan para ir a pasear o a comprar y echarles un mano.

Esta situación se agrava, en muchas ocasiones, con personas mayores que forman parte del colectivo LGTBIQ+ y que no han tenido descendencia, ni su red afectiva se encuentra cerca, o, directamente, no cuentan con una.

Existen grupos de personas que cuidan y hacen compañía a estas personas mayores del colectivo, generando esa sensación de pertenencia y generando, también, comunidades seguras dentro de un mismo colectivo, como sabemos, discriminado y minoritario.

En definitiva, En un mundo donde las relaciones superficiales parecen multiplicarse, los vínculos afectivos en el barrio son una apuesta por la calidad sobre la cantidad. Son una fuente de bienestar emocional, seguridad y cohesión social que mejora nuestra calidad de vida. Al invertir tiempo y energía en construir relaciones con nuestras vecinas y vecinos, no solo fortalecemos nuestras comunidades, sino que también nos enriquecemos como personas. Porque, al final, un barrio no es solo un lugar donde vivimos, sino un espacio donde podemos sentirnos parte de algo más grande.

¿A qué esperas para construir esos vínculos en tu propio barrio?

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