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CV Opinión cintillo

Consecuencias de una dimisión

Mónica Oltra, en un mitin de campaña en Valencia.

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Cuando no existía Compromís, la derecha ganaba por mayoría absoluta en la Comunidad Valenciana. El cambio se produjo en 2015, con los peores resultados de los socialistas en toda la serie histórica de elecciones autonómicas, porque la coalición valencianista logró unos resultados sorprendentes (que superaron a un entonces emergente Podemos) en los que tuvo mucho que ver el liderazgo de su cabeza de cartel, Mónica Oltra. Así pudo formarse el primer Gobierno del Pacto del Botánico.

Conviene recordarlo ahora que tanta gente ha invocado, a menudo sin mucho conocimiento de causa, la supervivencia del Gobierno que preside Ximo Puig para que Oltra dimitiera debido a su imputación judicial, y cuando se ha juzgado, bastante a la ligera, como si fuera un capricho la actitud inicial de la ya exvicepresidenta de aferrarse a una continuidad imposible.

Se ha criticado su empeño de intentar continuar cuando había llegado a la línea roja de la imputación judicial y se ha recriminado su intento desesperado de seguir en el cargo hasta que, asediada por la derecha y por sus propios socios, decidió dimitir para “salvar el Gobierno del Botánico”. Pero puede que Oltra, no solo por eso, pero también por eso, por salvar el Pacto del Botánico, intentara precisamente no desaparecer de la escena en una situación marcada por un factor humano de primera magnitud política.

Algunas cifras pueden servir para ilustrar qué puede significar la caída de Oltra, una figura tan vehemente como audaz, para la mayoría política de izquierdas en el País Valenciano.

Uno de los principales desencuentros de Oltra con Puig fue la convocatoria anticipada de elecciones autonómicas decidida por primera vez por el presidente de la Generalitat Valenciana para que se celebraran al mismo tiempo que las generales el 28 de abril de 2019, con la intención de aprovechar el efecto tractor para el PSOE de la candidatura de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno. La dirigente de Compromís lo vivió como una traición, dado que los valencianistas basan en buena medida su capacidad de movilización en la fuerza que tienen en el territorio, con las elecciones locales como palanca. Unas elecciones que quedaban desgajadas en otra convocatoria.

Pese a todo, la izquierda revalidó la mayoría, si bien mucho más ajustada, y pudo constituirse un segundo Pacto del Botánico. En efecto, los socialistas mejoraron sus anteriores resultados (alcanzaron 27 escaños, cuatro más que es su peor resultado) y superaron al PP por primera vez en décadas, mientras Unides Podem veía recortada su cuota de 13 a ocho diputados y Compromís registraba un ligero desgaste (de 19 a 17 parlamentarios). ¿Pero cómo contuvo la formación valencianista su previsible erosión? ¿Cómo fue posible que en una votación en la que los electores debían depositar sus papeletas en una urna al Congreso de la que salió en la Comunitat Valenciana un empate en diputados y una victoria estrecha de la derecha en votos (que se convertiría en victoria sin paliativos de la derecha formada por el PP, Ciudadanos y Vox en la repetición electoral de noviembre de aquel año), sin embargo volviera a ganar la izquierda en la urna de las autonómicas?

La respuesta está en las cifras. En aquellos comicios, Compromís obtuvo poco más de 172.000 votos y un diputado al Congreso, pero más de 443.000 votos para las Corts Valencianes. Dicho de otro modo, Mónica Oltra obtuvo para el Parlamento valenciano casi 271.000 votos más que las candidaturas de Compromís al Congreso en las tres circunscripciones valencianas. Al PSPV-PSOE y a Unides Podem les ocurrió lo contrario. Ximo Puig consiguió unos 100.000 votos menos que las listas socialistas al Congreso de las que estiraba Pedro Sánchez. Y Unidas Podemos, 165.000 votos menos en las autonómicas que en las generales. Fue un ejemplo de discriminación del voto por parte de los electores en una misma convocatoria de proporciones espectaculares. Con esas cifras, resultaba imposible discutir el tirón de Oltra en el ámbito valenciano y entre el electorado progresista que vota a PSOE y Podemos en las generales. Eso sí que era ocupar el centro de tu espacio político.

Despejar de la ecuación a la líder política que conseguía tejer mayorías de izquierdas representa, pues, una inmejorable noticia para la derecha y un aviso de la magnitud de la catástrofe que puede cernirse sobre el futuro del Pacto del Botánico a un año vista de las próximas elecciones. Harían bien los dirigentes de las tres formaciones que integran ese pacto, cuando respiran aliviados por haber superado la peor crisis, en no actuar a partir de ahora como si no hubiese pasado nada.

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