Democratizando la energía

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Si es que el agua tiene dueño

Quién manda sobre la luz

Quién manda sobre este suelo

Quién gana con nuestro cielo

Quién gana con nuestro sol

(Maria Arnal i Marcel Bagés: “Bienes”)

El cambio climático y la lucha por conseguir una sociedad sostenible nos colocan ante una evidencia histórica: estamos en los orígenes de un cambio profundo en las formas de producir y emplear la energía que consumimos. Un cambio que supondrá pasar a energías renovables, fundamentalmente energía eléctrica procedente de la eólica y fotovoltaica, sin olvidar el hidrógeno para tiempos más lejanos. Los cambios energéticos han supuesto cambios en la hegemonía mundial de los países (Inglaterra en el siglo XIX, los EE. UU. en el siglo XX), pero sobre todo han supuesto cambios sociales muy profundos.

¿Cómo será la sociedad futura, entre la amenaza del cambio climático y los cambios energéticos que tenemos por delante? No lo sabemos a ciencia cierta, pero es muy importante que el consumo y las decisiones de carácter energético sean lo más democráticos y participativos posible. Muchas veces me han preguntado qué puede hacer una persona cualquiera para luchar contra el cambio climático. Quiero plantear una posibilidad sencilla, fácilmente realizable y, además, económicamente rentable: apuntarse en una Comunidad Energética. Desde el Ayuntamiento de València estamos trabajando para dinamizar la creación de Comunidades Energéticas de barrio en el marco del Plan de Mejora de la Sostenibilidad. Para ello estamos trabajando con los Colegios de Administradores de Fincas y presentaremos el proyecto a las distintas asociaciones ciudadanas para dinamizar el proceso.

El año pasado el gobierno central aprobó un Real Decreto (244/2019) que regula la producción de electricidad mediante placas fotovoltaicas, así como la distribución y el autoconsumo de energía eléctrica por parte de cualquier persona o entidad. Su interés económico lo demuestra el hecho de que veamos tanta publicidad de muchas grandes empresas eléctricas o de comunicación interesadas en poner placas fotovoltaicas en los tejados de nuestros edificios. Han hecho los números y saben de su rentabilidad.

La primera consecuencia de una decisión de este tipo es que la energía eléctrica producida por una Comunidad Energética no utiliza combustibles fósiles ni energía nuclear para su producción. No es una anécdota, puesto que en un mundo cada vez más urbanizado, la lucha contra el cambio climático, descarbonizando la generación de energía, o bien la empezamos a impulsar seriamente desde las ciudades o será imposible avanzar hacia una sociedad sostenible. Como ciudadanos y ciudadanas consumimos energía fundamentalmente por tres vías: en nuestros desplazamientos, en la alimentación y en los consumos de nuestros hogares. Y la inmensa mayoría de la población española (más del 80%) vive en ciudades. La energía, por lo tanto, también se consume mayoritariamente en las ciudades.

Pero una Comunidad Energética aporta mucho más además de la producción renovable de electricidad en los tejados. Posibilita una gestión de la electricidad consumida de forma mucho más eficiente, reduciendo de manera significativa su transporte y su consumo. También podemos almacenar energía mediante baterías o emplearla en la carga de coches eléctricos, por ejemplo. En cualquier caso, además de una reducción sensible de los gastos de energía eléctrica tenemos asegurada la amortización de cualquier inversión en pocos años (de 4 a 6) cuando las instalaciones fotovoltaicas tienen una duración mínima de veinte años. En definitiva, una pequeña inversión de una alta rentabilidad económica, pero también de una elevada sensibilidad social y medioambiental.

En la energía fotovoltaica (y también en la energía eólica) se está produciendo un fenómeno curioso que tenemos que aprovechar: la rentabilidad económica de la producción eléctrica va paralela a la rentabilidad social y medioambiental. Cada vez su coste es más bajo y compite ya de forma privilegiada con otras formas de producción eléctrica basadas en fuentes no renovables. Que esto es cierto lo demuestra el interés creciente de las grandes empresas y fondos especulativos por la misma, como antes he indicado. Ahora más que nunca es importante democratizar al máximo la producción, distribución y gestión de la energía sometida hasta ahora en todo el mundo al imperio de los grandes oligopolios durante todo el siglo XX. El Sol –de momento- no pertenece a nadie: podríamos decir que es propiedad de todos los seres humanos. Tenemos que conseguir que la energía que produce no padezca un proceso de privatización como han sufrido tantos otros bienes de la naturaleza.