Abolir: Derogar, dejar sin vigencia una ley, precepto, costumbre, etc. (RAE)
Un buen amigo que de prostitución solo sabe lo que cuentan los periódicos, a pesar de lo cual se declara abolicionista incondicional, me comentaba hace unos días haber oído o leído, no recordaba bien dónde, que el 90% de las mujeres que se encuentran en la prostitución lo están a la fuerza, víctimas de mafias de trata y explotación sexual. Mi amigo es persona leída, con múltiples intereses intelectuales y excelente conversador. En numerosas ocasiones he disfrutado y aprendido escuchándolo. Sin embargo, en lo tocante a la prostitución, nunca he podido tener un intercambio de ideas reposado con él. Ha asumido sin reservas el distorsionador discurso abolicionista y no hay manera de hacerle considerar otras perspectivas. Como entonces no entré al trapo para no estropear la cerveza vespertina, escribo ahora lo que callé, con la esperanza de que me lea, reflexione y podamos hablar de ello como personas razonables que somos la próxima vez que nos veamos.
Lo que sé de la prostitución procede de una investigación en la que participé hace unos 15 años; y todo lo que tenía que decir al respecto lo escribí y publiqué, entre 2008 y 2011, en tres revistas científicas editadas en Barcelona, Madrid y Roma. Además, con la intención de llegar más allá del ámbito estrictamente académico, publiqué también un artículo en un diario de información general. El lector interesado puede acceder fácilmente a todo ello tecleando en el buscador “prostitución” y mi nombre. Cuento todo esto no para alardear de sabidillo, sino para que se sepa en qué me baso para decir lo que digo.
La abrumadora proporción de mujeres forzadas a prostituirse es la mayor falsedad de las varias que está consiguiendo hacer pasar por buenas el relato abolicionista dominante desde hace algunas décadas. Pero el susodicho porcentaje no tiene la menor credibilidad, ni siquiera reducido a la mitad. Tras esa cifra no hay nada, ningún estudio serio, solo pura fantasía elaborada a fin de ganarse a la opinión pública haciéndole creer que la cruzada abolicionista se basa en argumentos derivados de un conocimiento riguroso de la realidad, cuando solo se basa en juicios de valor; todo lo respetables y legítimos que se quiera, pero que no deben confundirse con los juicios de hecho. Porque los juicios de valor solo sirven para calificar los hechos sociales como buenos o malos, moralmente aceptables o abominables, pero no para pronunciarse sobre su veracidad. Ese porcentaje arbitrario me hace recordar (espero que la memoria no me juegue una mala pasada) que, en la época en que hice mi investigación, en diversos foros se daba por bueno, según una estimación atribuida a la UGT, un 95% de forzadas entre las mujeres en prostitución, Me volví loco intentando encontrar esa supuesta estimación. No lo conseguí.
Abolir un hecho social
Abolir la esclavitud quiere decir prohibirla y derogar las normas que la regulan. Abolir puede ser el primer paso en la lucha por acabar con un hecho social valorado como indeseable, pero no debe confundirse con eliminar o erradicar. La esclavitud no desapareció con su abolición, y en la actualidad, excepcionalmente, siguen dándose casos en sociedades en que está prohibida. Los hechos sociales son potencialmente erradicables, pero lo de abolirlos me suena a oxímoron Puede abolirse la pena de muerte, pero el asesinato (mucho menos el homicidio) solo puede prohibirse, castigarse, de ninguna manera abolirse. Por lo demás, si la prostitución no es (según nos advierte el abolicionismo) sino una manifestación concreta de un problema más general de violencia de género, ¿por qué no se reclama directamente la abolición de esta y así matamos, no dos, sino unos cuantos pájaros más de un tiro? Pues porque lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible.
Si lo que se pretende es erradicar la prostitución, ¿por qué no llamar a las cosas por su nombre y reclamar la prohibición? Yo se lo explicaré. Porque el prohibicionismo ha sido históricamente un fracaso. No ha conseguido acabar con la prostitución, solo reforzar el estigma de la mujer que se encuentra en ella. Lo que diferencia el prohibicionismo clásico del mal llamado abolicionismo (en realidad neoprohibicionismo), es que este omite penalizar la oferta de sexo venal por parte de la mujer; operación que, en buena lógica argumentativa, solo puede defenderse si antes la prostituta ha sido definida axiomáticamente como víctima: en el peor de los casos, de las mafias; en el mejor, de determinantes sociales ineludibles.
Sin embargo, la evidencia empírica sugiere que la gran mayoría de las mujeres en prostitución están situadas en algún punto intermedio del continuum que va desde la coerción criminal hasta el poco probable ejercicio vocacional. Dicho en otras palabras, casi todas las mujeres que se dedican a la prostitución han optado libremente por ella. Todo lo contrario de lo que afirma el abolicionismo. Por supuesto, se trata de una libertad definida en términos no metafísicos, sino sociológicos, es decir, ejercida en un marco de constricciones estructurales. Se opta voluntariamente por la prostitución en la misma medida en que otras personas deciden emigran en busca de un futuro mejor o eligen ganarse la vida bajando a la mina u ocupándose de la higiene íntima de un anciano dependiente. Es la única libertad posible en una sociedad capitalista, patriarcal, atravesada por todo tipo de desigualdades (clase, etnia, género, origen…).
Por un debate sosegado y responsable
Uno se cansa de repetirse explicando lo obvio y se aburre de predicar en el desierto. Si después de tantos años he vuelto a ocuparme de este asunto ha sido porque a veces, ante ciertas cosas, se me calienta la mano y me siento obligado a intervenir en el debate público. El frente abolicionista cuenta con muchos partidarios a lo largo de todo el espectro ideológico y parece ser hegemónico dentro del feminismo. Pero todavía quedan voces discordantes que no se han dejado seducir por sus fantasías. Las voces de quienes tenemos motivos fundados para temer los posibles efectos perversos de las políticas abolicionistas. Ante todo, que acaben haciendo más difícil la vida de la mayoría de las mujeres que se la están ganando trabajando en la prostitución obligándolas a hacerlo en la clandestinidad. Porque el día en que el abolicionismo consiga llevarse el gato al agua nos encontraremos con la paradoja de que una mujer podrá seguir siendo puta como ahora, pero no ejercer de tal, ya sea permanente o temporalmente, a tiempo completo o a tiempo parcial, que de todo hay en la viña del Señor. ¡Sí, a tiempo parcial! No me lo invento. Y ya me explicarán ustedes cómo puede ser víctima de trata la mujer que se desplaza de su domicilio al burdel dos tardes por semana.
Ahora bien, si convenimos que las cosas no deben seguir como están, la alternativa que plantean otros estudiosos del tema y reclaman quienes se autodefinen como trabajadoras del sexo, la de reconocer derechos laborales a las mujeres que lo soliciten (¡hasta el de defenderse sindicalizándose se les niega!), tampoco está absolutamente a salvo de posibles efectos no deseados, aunque yo diría que es menos lesiva para ellas. Quien busque aquí una defensa de la prostitución como actividad laboral convencional, se equivoca de medio a medio. Nada más lejos de mi intención que animar a las mujeres a dedicarse a esto. Es precisamente por ello por lo que hace falta un debate sosegado y responsable sobre todo esto.
Hasta donde yo sé, los intentos de celebrar debates de tales características suelen acabar en fracaso a causa de la intransigencia abolicionista. Porque quien se atreva a cuestionar la opción abolicionista arriesga, cuando menos, el linchamiento moral. Es lo que están sufriendo las pocas responsables políticas (toda mi simpatía y reconocimiento para ellas) que han osado coger el toro por los cuernos planteándose cómo mejorar, sin obligarla a dedicarse a otra cosa, la situación de la prostituta de carne y hueso, no la de la caricaturizada por el abolicionismo. Y entiéndaseme bien, no niego la existencia de prostitución criminalmente forzada, lo que sostengo es que toda la evidencia científica y los informes de las fuerzas de seguridad del Estado apuntan que, afortunadamente, ese tipo de prostitución es la excepción, no la regla.
Toda política de prostitución concebida a partir de una definición de la mujer en prostitución, solo, como víctima forzada (por las mafias o las circunstancias de la vida) y del cliente, solo, como macho maltratador o pervertido sexual, está abocada al fracaso. Porque es moral y aun políticamente legítimo condenar la prostitución por pecaminosa, soporte del patriarcado, vejatoria, humillante, indigna, incompatible con la mujer emancipada… e intentar acabar con ella. Pero es intelectualmente estúpido, además de contraproducente, confundir los deseos con la realidad y acabar dando por cierto lo que solo es el producto de una imaginación bienintencionada. Otras valoraciones del sexo venal menos tremebundas son también respetables, y la pretensión (alternativa a la abolicionista) de que pueda practicarse en unas condiciones que no pongan en peligro la integridad física y mental de la mujer en prostitución merece una reflexión racional antes de ser descartada.