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La extrañeza de unas Fallas

Una falla en pleno montaje en el barrio valenciano de Russafa.
28 de agosto de 2021 22:31 h

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Tiene algo de onírico que la Fallas se celebren esta primera semana de septiembre. Un sueño dentro de una pesadilla, la de la pandemia de COVID-19. El calor húmedo de esta época no se parece al ambiente más suave de marzo. Los turistas que pasean por València no tienen pinta de haber acudido a la ciudad para asistir a sus fiestas. Son turistas veraniegos, de playa y sol, ciertamente perplejos ante el despliegue de medios que la fiesta comporta. En las calles, causa una sensación rara ver ahora los monumentos con sus coloridos ninots ocupando la calzada a la espera del fuego que los hará desaparecer.

Es un hecho histórico, el de esta edición fallera con una justificada aprensión al público y en el equinoccio cambiado, desde el que se encara el otoño en lugar de la primavera, al contrario de lo que es tradicional. Las Fallas se han convertido en una de las primeras grandes citas de masas del panorama internacional en hacer frente a la pandemia, una vez que se han reducido los índices de contagio y la vacunación mayoritaria de la población proporciona una red de seguridad. Quién sabe qué huella dejará esta anómala convocatoria, con sus medidas de repliegue, en el futuro inmediato y a medio y largo plazo. Se trata de todo un reto.

Se desarrollaron este verano en Tokio unos Juegos Olímpicos con las gradas vacías, han vuelto con precauciones y aforos limitados los conciertos de música y los espectáculos teatrales, así como los aficionados a los estadios en proporciones controladas, pero las fiestas que implican grandes aglomeraciones, en general, siguen en stand by. ¿Por qué la ciudad de València da este paso? 

Cuando se declaró la pandemia, en marzo de 2020, la fallas estaban ya en la calle. El confinamiento las dejó plantadas en el paisaje de una ciudad desierta. Fueron retiradas y almacenadas en las instalaciones de Feria Valencia aquellas con las que resultaba viable tal maniobra. Otras, cuyo desmontaje era imposible, en la mayoría de los casos a medio terminar, fueron quemadas en soledad, en el más triste de los rituales. En marzo pasado no se pudieron celebrar. Pero, no sin riesgo, el colectivo fallero y el Ayuntamiento que preside Joan Ribó han optado por cerrar el ciclo cuando las circunstancias parecen permitirlo.

No se trata solo de dar salida a las toneladas de figuras que deben ser consumidas por las llamas y que han estado un año y medio almacenadas, en lo que constituye sin duda la principal singularidad que justifica la iniciativa, sino de cerrar un episodio para emprender el de 2022 con cierta normalidad. En todo el operativo están involucradas decenas de miles de personas, pero además se mueve una actividad económica de envergadura: desde los artistas falleros a los servicios de limpieza, pasando por las empresas de grúas y de transporte, los músicos de banda, los indumentaristas, las pirotecnias, los viveros de flores, los vendedores ambulantes y, como es lógico, la hostelería y la restauración.

Las Fallas de 2021, que son también las de 2020, resultan bien extrañas. Se celebran desfiles y pasacalles sin público; las mascletades y castillos de fuegos artificiales se han deslocalizado para evitar grandes congregaciones de espectadores; no hay verbenas; se han modificado los horarios de la cremà…  Todavía hay toque de queda en València.

La Generalitat Valenciana, desde la Conselleria de Sanidad Universal y Salud Pública; el Ayuntamiento de Valencia con la Junta Central Fallera y el conjunto del colectivo fallero se han coordinado para ajustar al máximo los protocolos de unas fiestas marcadas por un comportamiento menos expansivo de las comisiones en sus casals, donde se aplican las medidas y aforos vigentes para los bares y restaurantes, en un retorno a los orígenes populares y de barrio de esta fiesta que, de la mano del consumo turístico, acabó adoptando dimensiones gigantescas. Que el olor acre de la pólvora conceda suerte a un experimento sobre el que la consellera de Sanidad, Ana Barceló, ha advertido como la madre que previene a sus hijos: “Todo el mundo nos mira”. Son unas Fallas que la ciudad nunca olvidará.

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