Felipe, vida mía
No disimulen. A muchos nos han llegado enigmáticos mensajes al móvil en los que pone que eso no lo podrás leer en ningún periódico, ni lo podrás ver en ninguna televisión. ¿Qué será eso tan interesante que ha censurado toda la comunidad periodística? Se habrán conjurado todos para esconder esa exclusiva a la indefensa población civil. Estarán tapando las vergüenzas de algún poderoso. Al parecer en esa conspiración están todos metidos menos el medio turbio que te lo ha grabado a fuego en tus neuronas a la hora del café. Al lado de esa seudonoticia aparecen links publicitarios de instituciones públicas que se hacen los suecos ante ese complot mayúsculo que todos silencian. Felipe, nuestro protagonista, es un privilegiado; él sí está al loro.
La patraña envasada al vacío la degluten cuatro ingenuos que se creen que son unos elegidos que van a acceder a los mundos de Yupi haciendo un clic en su pantalla. Felipe se siente orgulloso de haber sido escogido para que esa web turbia le revele los mayores secretos de estado sin haber opositado para el CNI. Esto solo lo sabrá él y se lo comentará por lo bajini a la parienta y luego sin que nadie del autobús urbano se percate los reenviará sigilosamente a una cadena maliciosa de cuatro amigotes fanáticos. Esos serán sus enviados especiales a una misión sobrenatural, les va a mandar al bar más próximo a propagar el bulo nuestro de cada día, a evangelizar a los más incautos de la barra con productos tóxicos con apariencia informativa.
Ese mismo sujeto, luego de irradiar perniciosas mentiras, seguirá consumiendo esa droga adictiva de forma compulsiva quitándose horas de sueño y sacrificando el poco ocio que le permite el curro. Una noticia le lleva a otra y así hasta el infinito de la galaxia de lo que el exdirector de El Mundo, David Jiménez, llamó “periodismo de trabuco”.
Luego hay otra: el visionado de grabaciones de tipos pelmas aleccionadores. Alguien comentó que el 20 por ciento de los videos subidos a la plataforma TikTok son falsos. Pero nuestro Felipe es incapaz de verificarlo, lo cree a pies juntillas. Se zampa unos cuantos en bucle hasta que llega a la operación de cirugía estética de una influencer que es cuando Marisa le llama para la cena. Estaba a punto de desfallecer en plena campaña de rastreo. En la mesa no se usa el móvil, ¿entendido?, vocifera a sus retoños para hacerse oír y para no perder los restos del prestigio patriarcal que aún conserva en la reserva del depósito. Papá estoy mirando la receta de los callos a la madrileña a ver si mamá los hace iguales, se justifica en voz baja el pequeño de la saga.
Este hombre que ha virado ideológicamente hacia la extrema derecha con notas extraordinarias tras su exposición a esos portales infectados de virus ultras está hecho un lío. Es un titulado en trolas. No puede leerlo todo. Un digital con dos trabajadores a media jornada y con subvenciones públicas desorbitadas cuesta menos que la comunión del nieto de un rico constructor. Han proliferado tanto que no hay lectores para tanto relato torticero y manipulado. Eso que se ahorra la salud mental de la población en general.
Hay medios fake que facturan poco más de 100.000 euros y la mitad provienen de generosos patrocinios públicos. Hay una retahíla de medios perniciosos interminables que viven eminentemente de la extorsión, de violar la reputación ajena y de la publicación de noticias falsas aparentemente verídicas. Nuestros impuestos son desviados interesadamente hacia esas microempresas falaces.
Felipe está abonado a todos los retablos digitales. El punto de saturación es tal que ya no puede revisarlos todos, ni siquiera haciendo horas extras. Se acuesta con remordimientos. Se le han quedado dos pódcast sin escuchar de su predicador predilecto. Duerme con los auriculares puestos por si hay alguna novedad en el frente de batalla. Muchos adeptos de esos medios de mentirijillas, del grupo de wasap de Felipe, se quedan sin hacer los deberes del día. El suspenso en bulos malévolos lo tienen garantizado.
Marisa, su abnegada mujer, le ha pedido que vaya a terapia. Es urgente. Tiene que desengancharse como sea de ese espantoso vicio que le lleva a hablar sin parar de Puigdemont, de la mujer de Sánchez, de la amnistía, del caso Koldo, de los catalanes malos y de un concejal de Bildu que ha soltado una barbaridad. No hay tantos pañales para tanta incontinencia verbal. La Eurocopa ya se ha acabado y él ha vuelto a las andadas. Marisa se plantó: Dile a tu hijo que te enseñe al menos a jugar a la consola, haz algo de provecho. Felipe, vida mía, vuelve a ser el de antes, apostilló. ¿Qué te cuesta recrear tus juergas en la mili o lamentar aquella vez que acertaste trece en la quiniela y fuimos a Gandía a comer fideuá? Aquel empate del Madrid en casa nos aguó la fiesta, rememora la mujer impotente.
Felipe simula que escucha empuñando el móvil como si fuera una amenazante pistola. El país necesita mercenarios como él. Para que le dejen tranquilo con sus cosas asiente con el rostro desencajado de un drogodependiente sin rehabilitar.
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